Sábado, 26 de diciembre de 2009 | Hoy
Arquitectura para la justicia social es el nuevo libro del Cedodal que redescubre a un notable olvidado, Jorge Sabaté, que terminó como uno de los símbolos del primer peronismo. Y que no era peronista.
Por Sergio Kiernan
En su foto oficial, Jorge Sabaté ya es un hombre grande, con una cara vagamente alarmada, anteojos y ese estilo increíblemente prolijo que duró hasta tiempos de Frondizi. Lo de oficial es porque la foto coincide con sus breves dos años como intendente de la Capital, un puesto ciertamente alarmante. Una de las tantas paradojas de este arquitecto que fue brillante estudiante, presidente de la SCA y diseñador de urbanizaciones que hoy figuran en el catálogo de patrimonio industrial, es que terminó íntimamente ligado al primer peronismo sin ser, ni remotamente, peronista.
Con eso ya alcanzaría para que el libro que le acaba de dedicar a su carrera el Cedodal tuviera interés. Pero se agrega que Sabaté era bueno en serio, versátil, con un toque elegante que le ahorró papelones al pasar al estilo moderno. Sabaté nació en 1897 en una familia de constructores que arranca en Lérida, España, y se muda para la Buenos Aires en expansión. Aquí construyen varios edificios religiosos –el bello anexo de la iglesia del Carmen, en Rodríguez Peña casi Córdoba, las Hermanas Adoratrices en Paraguay al 1400, la iglesia y residencia de Regina Martyrum, en Hipólito Yrigoyen y Sarandí– y muchas residencias particulares en estilos que van del italiano más exacto, al gótico, el “renacimiento” francés y el eclecticismo más deschalecado. La familia prospera y se construye una muy cómoda casa que todavía sigue en Hipólito Yrigoyen 2038.
No extraña entonces que la ambición familiar fuera un hijo arquitecto, y Jorge se gradúa en 1921. Sus obras son al comienzo una serie de viviendas de renta, casas con locales y pequeños departamentos, un tipo de encargo que no abandonará y que gradualmente lo hace pasar del francés al decó, y luego al racionalismo, con alguna escala en el neohispanismo. En 1928, Sabaté pasa a trabajar para los ferrocarriles del Estado, puesto en el que se queda apenas dos años, pero en el que es un verdadero huracán de actividad, planeando pueblos enteros, talleres, escuelas y viviendas. De paso, en sus planos y alzadas obsesivamente detalladas –era un estupendo dibujante– crea una tipología diferente que saca al edificio ferroviario del ladrillo colorado a la inglesa.
Esta experiencia se continúa en 1931 con un concurso que gana para construir la sede de La Fraternidad, el sindicato de maquinistas, que dobla como teatro Empire en Hipólito Yrigoyen 1928, a una cuadra de la casa paterna (en la foto a la derecha, el edificio recién terminado). En los años siguientes, Sabaté construye alguna escuela, algún hotel, un edificio de departamentos muy a la Bauhaus, el sanatorio de La Fraternidad, más casas, y participa en concursos diversos. Y entonces le llega el raro encargo que le cambiará la vida.
En 1943 se realiza la primera Feria Argentina del Libro y como Buenos Aires no tenía un centro de exposiciones se construye un edificio provisorio sobre la entonces muy cortita 9 de Julio. El evento es un exitazo, y al año siguiente el arquitecto es convocado otra vez para crear otra de estas escenografías arquitectónicas para el primer aniversario del golpe de junio de 1943. Entre los festejantes, el todavía joven y coronel Juan Domingo Perón. Será el ya general y presidente, y sobre todo su poderosa esposa Eva, quienes se acordarán del talentoso arquitecto.
Sabaté terminó siendo una suerte de asesor arquitectónico de la pareja, que le tomó confianza y no sólo le hizo innumerables encargos, sino que además lo tenía como un filtro de proyectos de otros. La saga del nunca construido Monumento al Descamisado, con infinitas propuestas cada vez más megalomaníacas, le debe haber costado sus buenos insomnios a Sabaté. Sin embargo, el hombre terminó construyendo hoteles, ferias, sedes de exposiciones y hasta un parque en Rosario para el Gobierno. Como intendente porteño entre 1952 y 1954, inauguró obras como el autódromo y rarezas como la exhibición Argentina en Marcha, que consistió en otro edificio provisorio que techaba buena parte de la calle Florida (en la imagen de arriba, el boceto de la entrada, de la mano del autor). El espectacular acervo gráfico de este libro permite apreciar la muy curiosa mezcla de estilos de esa época, con sus pesadeces fascistoides y sus despuntes de modernidad vanguardista, por alguna razón muy usada en mercados y paradas de colectivos.
La Libertadora envió a Sabaté al mismo exilio interno que a tantos otros argentinos. Su siguiente obra es apenas en 1962, un local para Bonafide en Morón, seguida por una reforma en Recoleta en 1965. La política mató la carrera del arquitecto cubierto de premios regionales, que murió casi centenario en 1991. Este libro del Centro que dirigen Ramón Gutiérrez y Graciela Viñuales aprovecha a fondo el archivo de la Fundación Eva Perón, hoy en el museo, donde se guardan los minuciosos documentos de Sabaté.
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