Lunes, 4 de enero de 2010 | Hoy
OPINIóN
Por Facundo De Almeida *
El valor del patrimonio arquitectónico habitualmente se asocia a su dimensión simbólica. Lo describimos como una porción de la historia congelada en el tiempo, que da cuenta de las tendencias estéticas de la época en que fue realizado, las técnicas constructivas, materiales, diseño y demás elementos que hacen a la obra en sí. También como reflejo de la vida cotidiana, las relaciones sociales y los usos y costumbres e historias de nuestros antepasados. Su conservación es el resguardo de un recurso cultural y educativo esencial.
Pero el patrimonio edificado también tiene valor económico, que muchas veces queda eclipsado por la posibilidad del propietario de obtener una ganancia inmediata con su demolición. Esto impide reconocer la verdadera fuente de recursos que el patrimonio arquitectónico puede ofrecer a sus dueños y a la comunidad en su conjunto. Un estudio realizado por el Convenio Andrés Bello y la Corporación del Centro Histórico de Cartagena de Indias sobre el impacto económico del patrimonio edificado permitió identificar las diversas formas en que este recurso se transforma en un instrumento generador de valor.
En primer término, los autores reconocen el valor de uso directo de consumo, que se refiere al que genera un edificio histórico para sus propietarios o usuarios directos. Por ejemplo, en el caso del turismo por sus usos residenciales no permanentes (alquiler temporario u hoteles “boutiques”) o como oficinas, comercios o incluso viviendas, que generan una renta mayor que otros inmuebles que no tienen valor patrimonial o no se encuentran ubicados en áreas históricas.
Otra variante es el valor de uso directo de no consumo, relacionado con el valor que genera la visita de un inmueble patrimonial. En el caso de turismo está dado por su utilización como atracción para turistas locales o extranjeros, y por los bienes y servicios derivados, tales como las visitas guiadas, venta de guías, fotografías y videos, etc. Esto se aplica también a inmuebles destinados para el comercio –restaurantes, tiendas, librerías– cuyo valor patrimonial representa un atractivo extra para los clientes.
Los inmuebles patrimoniales también generan un valor de uso indirecto, que debería ser tenido en cuenta a la hora de pensar en la compensación a propietarios de edificios protegidos o en la instrumentación de mecanismos que generen su sustentabilidad económica, y es cuando la cercanía a un edificio histórico o patrimonial genera un valor extra para los bienes o servicios que se encuentran en sus inmediaciones. Esto se expresa por un mayor costo de la hotelería, gastronomía, alquiler temporario de propiedades, oficinas u otros bienes o servicios cercanos a las áreas históricas o inmuebles singulares patrimoniales.
Finalmente, el documento reconoce el valor de existencia, y esto es la posibilidad de capturar los beneficios que genera un inmueble o área patrimonial por el solo hecho de existir, más allá de que no se utilice necesariamente en forma directa o indirecta. Por ejemplo, cuando empresas multinacionales analizan la calidad de vida en la ciudad donde instalarán su sede, toman en cuenta la belleza y calidad arquitectónica del destino. Lo mismo ocurre en las nuevas construcciones que se promocionan, muchas veces, haciendo referencia a los inmuebles patrimoniales que se encuentran en sus inmediaciones o al área histórica aledaña. Esta variable también tiene gran incidencia para el subsector del turismo de ferias, simposios y congresos, ya que los operadores al momento de decidir el lugar de realización de un evento internacional buscan que tenga un atractivo especial.
También el patrimonio arquitectónico genera valores no económicos, pero que indirectamente, y más aún en caso del turismo, tienen una enorme incidencia. Nos referimos a los valores estéticos (satisfacción en presencia de objetos considerados bellos, fundamental para la generación de turismo cultural y turismo de alta gama, como con el Teatro Colón), espirituales (por su vinculación con la religión o el recuerdo de antepasados, y especialmente vinculado con turismo religioso o de búsqueda de raíces familiares, como las iglesias o arquitectura realizada por inmigrantes) e históricas y sociales (por su relación con hechos del pasado de gran significación, como la Plaza de Mayo y la tumba de Evita).
Es claro entonces que la preservación del patrimonio arquitectónico tiene un alto impacto social, más allá de su propietario, y que su destrucción es sencillamente una descapitalización, que no solamente atenta contra la historia, sino también contra la economía.
* Licenciado en Relaciones Internacionales. Magister en Gestión Cultural por la Universidad de Alcalá de Henares.
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