La Unione Operai visitada por el defensor adjunto, el épico papelón del Teatro Opera y el blog de Proteger Barracas rompiendo un tabú sagrado.
› Por Sergio Kiernan
El defensor adjunto del Pueblo porteño Gerardo Gómez Coronado, que recibió de la defensora Alicia Pierini el encargo de defender a los vecinos en lo patrimonial y la calidad de vida, visitó este miércoles el edificio de la Unione Operai. Como se sabe, un vecino denunció que se estaban llevando elementos del muy valioso edificio, uno de los más bellos de la ciudad y lo más notable construido por la comunidad italiana, lo que es mucho decir. El edificio es en realidad tres edificios, con uno sobre Sarmiento firmado por Virginio Colombo –una hermosa pieza de Art Noveau a la italiana–, una sala de espectáculos plena de oros y ornamentos en el centro, y una escuela de severidad romana, los dos últimos del siglo XIX.
El conjunto está abandonado hace años, sufrió un incendio parcial y una demolición de la Guardia de Auxilio –la unidad municipal fundada por Alarico, rey visigodo que anduvo por Buenos Aires luego de saquear Roma– que le dejó un enorme orificio en los techos, cosa que la lluvia destruya todo. Unione e Benevolenza, ahora dueña de los edificios, se limitó a tapiar casi todas las entradas y a contratar un cuidador, harta de los intrusos que se instalaban.
Ante la alarma que cundió por el retiro de elementos del edificio, Gómez Coronado convenció a Unione e Benevolenza de mostrarle el lugar. El ombudsman fue este miércoles con su asesora la arquitecta Laura Weber. Lo que se encontraron fue con un edificio sin uso desde 1995, cuando la escuela se mudó a Palermo. Ya antes se utilizaba sólo una parte del lugar, con el salón de actos raramente animado por los chicos. Desde entonces, la falta de mantenimiento fue total y Unione e Benevolenza retiró elementos –como el escudo del palco y varias puertas– para preservarlos.
Los destrozos que vieron se deben a los añares de mantenimiento cero, a las lluvias que entran por los techos y al vandalismo de los intrusos sucesivos. El incendio, derrumbe y demolición parcial dejó un patio lateral con unos cuatro metros de escombros, incluyendo maderas y hasta puertas partidas, un “recuerdo” que debe desvelar a los vecinos. Entre la humedad y el maltrato, por todos lados faltan ornamentos y se ven cosas partidas, caídas y rotas.
Unione e Benevolenza estima que consolidar el edificio –hacer la obra mínima para que no se siga cayendo– puede costar 300.000 pesos. Según Weber, el edificio está estructuralmente íntegro y es perfectamente recuperable, aunque eso puede costar mucho más. La asociación italiana no tiene esos fondos y según parece nadie en la comunidad está interesado en generar algún proyecto que haga viable el lugar, le dé una nueva vida y permita una restauración.
Tal vez porque el jefe de Gobierno es muy directamente descendiente de italianos, la Defensoría quiere buscar que aparezcan los fondos para al menos evitar que este tesoro urbano se derrumbe.
Lo del Teatro Opera va a pasar a los libros de marketing, relaciones públicas y construcción de valor de marca como un fracaso épico. Los profesionales del rubro son gente que sabe que trabajan con sustancias evanescentes, de percepción. ¿Por qué alguien considera una marca mejor que otra? ¿Por qué se le tiene confianza a una firma y a otra no? Raramente estas decisiones son basadas en algún pensamiento taxativo, del que compara prestaciones o servicios. Son construcciones que mezclan experiencias concretas con subjetividades.
Con lo que el riesgo de meter la pata es notable y, según cuentan a m2 especialistas prominentes, mucho más común de lo que se podría pensar. Una de las razones más comunes es la pedantería de gerentes y de sus asesores en el tema. Los bancos, para peor, tienen una muy larga constumbre de arrasar locales para seguir manualitos de señalética y de imagen. En algún gabinete, algún genio inventa una “identidad” para el banco, que debe ser aplicada a todos los locales. Como los bancos ya no quieren ser instituciones sólidas y confiables sino modernas, jóvenes y ágiles, la nueva “identidad” es en general colorinchuda, gritona y “divertida”. Los materiales tienen que ser obligatoriamente descartables porque todo tiene que tener un aire de cambio, de cosa reemplazable rápidamente. Esto es porque todo se considera una escenografía, algo a cambiar según las nuevas ideas del genio de turno o del gerente recién nombrado, que se quiere hacer notar.
Quien entre a la sucursal de casi cualquier banco privado –los estatales logran contener un poco estas tentaciones– verá que tienen un aspecto de stand en La Rural. No es difícil imaginar el barbarismo al que llegan ciertos bancos para construir estas “imágenes”. Un ejemplo especialmente visible es el Standard Bank de Callao entre Guido y Vicente López, un petit hotel totalmente vandalizado en tiempos en que el banco era un Boston (la cadena americana fue comprada hace pocos años por los sudafricanos del Standard). El petit hotel, de tres pisos, con una bella bohardilla y cúpula de tejas, fue completamente demolido en su interior. Por supuesto, sus dos bellas puertas de robles añejos y bronces fueron tiradas y reemplazadas por vidrios Blindex, material adorado por los arquitectos corporativos. Todo esto costó mucho dinero y nada indica que le haya hecho ganar al banco ni un centavo más. Pero se mantuvo la “identidad”.
El Waterloo del Citibank en el Teatro Opera es otro caso. El banco tiene en este momento un equipo de imagen conocido por su altanería. Como demuestra con su implacable exactitud nuestro columnista Facundo de Almeida, la obra en el teatro hasta es ilegal. Y el mal gusto de cambiarle el nombre, en lugar de agregarle el “Citi” al “Opera” en alguna combinación un tanto más respetuosa, es simplemente indecible.
A todo esto, ¿qué hacían Horacio Rodríguez Larreta y el ministro porteño de Cultura Hernán Lombardi sonriendo en la inauguración del engendro? Con razón el diputado porteño Sergio Abrevaya hizo un pedido de informes y el defensor adjunto del Pueblo porteño Gerardo Gómez Coronado prepara una resolución para ver quién hizo qué y quién se olvidó de los trámites.
El blog de Preservar Barracas es una fuente de placeres interminables, por su afilado sentido de las cosas. Quien lo recorra ahora –http//:protegerbarracas.blogspot.com– se va a encontrar con un nuevo tabú caído en una amplia carpeta de fotos y textos llamado “Medio Pelo”. El tabú en cuestión es el de señalar al Rey Desnudo y decir que lindos edificios muy bien construidos, con buenos materiales y siguiendo las reglas de lo que alguna vez fue el arte de la arquitectura, son destruidos para hacer plata rápida, sin consideración. Por el único pecado de no tener muchos pisos de altura, lo bueno es destruido y reemplazado por objetos construidos de lo más falopas.
Los arquitectos jamás admitirán que los edificios viejos son mejores que los nuevos, porque eso sería ir contra la idea de progreso y ellos son el último gremio que finge que cree en esa idea positivista. Los vecinos de Barracas se dedicaron a fotografiar varios edificios flamantes, mostrando con crueldad sus tremendos defectos. En la carpeta se pueden ver muros mal revocados, balcones fuera de escuadra, ventanas más pensadas y mal puestas, caños patéticos que ni siquiera terminan de pintar y otros espantos por el estilo. Se termina con vergüenza ajena, porque no se trata de un edificio o dos sino de una cadena de descuidos fáciles de entender: no estamos aquí para construir ni bien ni mal, ni para hacer arquitectura, estamos aquí para ganar plata rápidamente.
Y por esos vivos estamos perdiendo nuestra ciudad.
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