Félix Luna logró probar que todo es historia y con la misma frescura se puede afirmar que todo lo construido es arquitectura. Isabel de Estrada y Lucio Boschi acaban de publicar con Ediciones Larrivière un muy peculiar y bonito libro sobre la arquitectura popular más simple y más argentina, el rancho. Adusto y en blanco y negro, el libro esquiva el gran peligro de este tipo de obra, el snobismo de mostrar la pobreza como algo exótico.
Hay cinco capítulos dedicados a los materiales del rancho argentino, su gente, sus interiores, sus animales –el rancho es evidentemente rural y centro de alguna cría– y su paisaje. Boschi transmite las texturas de lo que ve de una forma casi palpable, un mundo de adobes y palo de pique. Una foto inolvidable es la de un rancho de cañas y adobes, de techo a dos aguas, frente al que posa una joven madre de rostro indígena con su bebé en brazos. Recostada sobre una pared hay una escoba artesanal, de las que todavía son más enramada que objeto fabricado. El detalle cambia todo: ese lugar es un hogar, ese piso de tierra pelada es un patio, allí vive una familia.
Los interiores son simplemente impredecibles: heladeras entre adobes y el completo minimalismo de lo que se tiene en casa. Hay fotos preocupantes, hay algunas casi sórdidas, de lectura sociológica, hay momentos de dignidad conmovedora. El capítulo final permite entender de un vistazo el nivel de integración literal que tiene una habitación humana con su paisaje, si los materiales de la construcción vienen completamente de ese paisaje.
Ranchos de la Argentina se presenta esta semana en el Museo Nacional de Arte Decorativo.
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