Sábado, 15 de mayo de 2010 | Hoy
Trabajan con descarte industrial para crear conciencia, entre otras cosas, sobre la preservación de la naturaleza. Por eso, esta vez se plantearon experimentar directamente con ella. Así lo hicieron la última semana de abril, con estudiantes de Brasil, Colombia, México y distintas provincias argentinas, con los que viajaron especialmente a La Cumbre, Córdoba. El sitio no fue elegido al azar. Además de estar emplazado en el centro de nuestro país, la localidad del Valle de Punilla es famosa por sus increíbles paisajes que combinan las mejores vistas, ríos y sierras. La mecánica fue como siempre la reflexión y la experimentación en este caso con la materia prima del lugar –madera, semillas, frutos, hojas, algas, piedras–. Hasta el clavel del aire, especie invasora del lugar que afecta árboles y arbustos, sirvió de puntapié inicial para experimentar en nuevos objetos. Pero sobre todo, ellos que hacen foco en el proceso y sus talleres son disparadores del impulso creativo, la posibilidad de hacer un alto en la vorágine cotidiana, que permitiera detenerse para volver a mirar o hacerlo con otros ojos a esos recursos que siempre están, pero el cotidiano y la mediatización de las grandes urbes nos hacen pasar por alto u olvidar.
Se aprende y por eso, en una disciplina donde muchas veces faltan lectura e investigación, lo primero fue la bajada conceptual. “Nuestros talleres parten siempre de reflexionar sobre valores esenciales de la vida. Por eso esta vez, al pensar en la naturaleza, decidimos tomar autores, particularmente pensadores orientales y textos de las tradiciones indias, que comienzan a hablar desde otra conciencia. Es Raimon Panikkar quien señala que justamente hace falta una ecosofía en vez de una ecología. En vez de dominar y proteger, volver a sentir, a oír, a oler incluso, a comprender oliendo, a saber sintiendo. En vez de la pancarta ‘No tocar’ en los espacios protegidos, la invitación a la hierba, la educación del sentir, la religiosa invitación a saberse hierba y a pisarla como se pisa un templo en Oriente: con los pies descalzos. Para él, ‘No tocar’ es la señal de alarma que aparta a los niños de su origen en vez de recordárselos”, comenta Cambariere.
Así, mediante esta inmersión en la naturaleza, cuentan, se propusieron contemplarla. “De nuevo al modo oriental como ‘una pasiva actividad que hace del lugar común templo’. Un lugar en el que el ánimo se templa desde la serenidad, el vacío, la calma”, señalan. “Un espacio propicio para que la mente se expanda y así, libres de las preocupaciones y estímulos cotidianos, ver de otro modo, experimentar. Ni intermediarios ni consumidores de la naturaleza, partícipes con ella”, suma Sarmiento.
Para ellos también fue muy importante “hacer cumbre”, cuentan, ya que las alturas ofrecen la mejor metáfora. “Las montañas son símbolos cruciales de las cosmologías antiguas, como aspiracionales, como lugares que permiten elevarse, tomar perspectiva. Cuando estamos en estado intuitivo miramos cuidadosamente lo que está pasando y ganamos la clase de conocimiento que no se origina en la lógica”, remata Sarmiento.
Una vez desatado, aseguran, las manos no paran. Así este taller que tuvo mucho de escalar sierras, caminar en las piedras, seguir los cauces de los ríos buscando su descarte erosionado por el agua. Todo esto orquestado muy especialmente en función de los requerimientos del taller por la Municipalidad de La Cumbre y su intendente, Carlos Engel, que decidió apoyar la iniciativa. Y en la persona de su secretario de Turismo, Darío Durban, un profesional de vasta experiencia, hacerlos experimentar un paisaje no sólo adecuadísimo por su extrema belleza sino por la filosofía compartida del cuidado del ambiente.
Pero además, la iniciativa tuvo mucho de tiempo compartido, trabajo colectivo e intercambios culturales entre los estudiantes de distintos países. Un trabajo en equipo que devino en muchísimas experimentaciones y futuros objetos, pero sobre todo en un despertar a muchas cuestiones para las que el diseño puede dar respuestas.
Alta joyería de montaña, bautizaron los involucrados –Martina Lorenzo, Antonela Dada, Luciana Fagotti, Marina Aubone, Ana Inés Siro, Tamara Ranieri, Ana Fernández, Carlos Obregón, Cecilia Sonzini, Javier Dodero, Daniela Negret Prada, Joao Vestani, Ana Sasse, Sally Caropreso, Verônica Silva de Lima, Leandro Cariddi, Eugenio Gómez Llambí y Andrés Carpinelli– a las numerosas piezas –brazaletes, aros, pulseras, collares, hebillas, tocados– que surgieron a partir de madreselvas, semillas, frutos, fibras de plantas de la zona como las cortaderas y fundamentalmente el clavel del aire, esta especie invasora, a la que los diseñadores enseguida quisieron encontrarle una función más provechosa que la de asfixiar a otras especies. Idem con las numerosas algas que invaden los ríos como el Quilpo en San Marcos Sierra, que afieltradas manualmente se transformaron en bellos recipientes. De los que hubo también otros en aserrín, corteza y fibras vegetales, en esta dinámica de que nada se pierde y todo se transforma. Luminarias con sauce criollo, muy típico de la zona y molle. La madera caída en tormentas de los árboles dio para mucho –todo tipo de bancos y objetos–. Aunque también hubo asientos en piedra acolchados con clavel del aire.
“Pienso que, probablemente, los encuentros de Satorilab lleven todas las temáticas planteadas en su fibra. La celebración, el encuentro, los vínculos, el juego, el ser mejores personas. No me fue muy difícil palparlo, sentirlo. Relacionarme con el diseño como un juego, volver a ser niña, despojarme de las formas casi por entero, hablar sin pensar, reír alto sin reprimir, diseñar sin preconceptos, mirar sin prejuicios, caminar en equipo, saber esperar, entrelazarse con diferentes idiomas, culturas, lugares y formas”, dijo Cecilia Sonzini de Buenos Aires.
“Para mí Satorilab es como un cable de alta tensión lleno de energía. Definitivamente grandes centrales generadoras”, dijo Andrés Carpinelli de Mar del Plata.
“Fui feliz conociendo ese maravilloso lugar que es La Cumbre juntamente con personas con las que me identifico en una experiencia única y gratificante. Estoy segura de que el intercambio de conocimientos fue muy estimulante e importante para nuevos conceptos y proyectos. Y una semilla que ya está brotando y de la que seguramente seguirán surgiendo resultados”, dijo Verónica Silva de Lima de San Pablo, Brasil.
“Participar en la experiencia de Satorilab para mí es mucho más que discutir el proceso creativo. Es aprender de la creación colectiva, sin pensar en objetivos e intereses. Cada Satori me deja con energías renovadas”, dijo Joao Paulo Vexani de Jaraguá do Sul, Brasil.
“Me interesó la idea de trabajar inmerso en la naturaleza del lugar, con diferentes personas y bajo un concepto ecológico. El workshop en sí fue una experiencia de trabajo distinta a lo habitual, en una atmósfera de conexión y armonía”, Carlos Obregón de Mendoza.
“Esta experiencia la sentí como si hubiera tenido una conversación fluida con la naturaleza. Cada hojita, los colores y las formas, todo parecía tener un mensaje. Un mensaje de belleza y generosidad sin límites, en el que cada pequeña parte contribuye a formar algo más grande, de que todo se transforma. Creo que todos oímos algún susurro del paisaje porque de ser sus espectadores caímos en cuenta de que somos parte de ella. Ahora nos toca pasar el mensaje, como diseñadores y como personas”, dijo Ana Fernández de Buenos Aires.
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