Sábado, 17 de julio de 2010 | Hoy
CON NOMBRE PROPIO
La randa, patrimonio cultural de Tucumán, comienza a ser revitalizada en una acción que entrelaza al Centro Cultural Virla y un grupo de tejedoras de la comunidad de El Cercado y Monteros, donde se desarrolla la técnica.
Por Luján Cambariere
Aguja e hilo y un punto con forma de círculo delicado, minúsculo, imperceptible. Este es el comienzo de la randa. Desde esa absoluta fragilidad perdura y persiste con irrenunciable ahínco un saber, una técnica, un legado, que es propio de los tucumanos. Para practicarla hay que agudizar la vista, entrenar la mirada, y tener la convicción de querer perpetuar ese acervo que se aprendió de otras manos, más sabias y gastadas. Una decisión que paradójicamente a los que andan a la caza de rasgos identitarios para la marca país o provinciales se les escapa. En respuesta a todo tipo de avasallamientos y olvidos, hoy la escarapela más bella en la región que ostenta una de nuestras celebridades más emblemáticas, el 9 de Julio, es la hecha en randa. Buen augurio para un rescate que desde hace un tiempo vienen orquestando desde el Centro Cultural Virla, dependiente de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de Tucumán, en el nombre de su inquieta y dedicada directora, Silvina Fenik, y de la coordinadora del proyecto, María del Carmen Cerviño, quien junto a Jerónimo Sáenz Landaburu, que ofició como curador, y la fotografía de Dalila Gutiérrez, comenzaron el operativo rescate, entre otros cosas, a través de una muestra. Un evento, Randa Arte Textil, que sirvió de antesala al taller que se hará para el público en general y un laboratorio de diseño, en agosto, y que tendrá nuevamente como protagonistas a las randeras que continúan con el legado –Rosario Agustina “Charito” Avila, Isabel Enriqueta Sosa, Ana María Toledo, Margarita del Rosario “Magali” Ariza, Claudia y Elba Aybar, Carmen Santillán de Sosa y Reyes “Negrita” Mamonte–.
El origen
Según cuenta Cerviño, que con dedicación orquestó los medios para que conociéramos de primera mano a las artesanas en sus localidades, la historia de la randa en Tucumán comienza con las damas castellanas, quienes desde España trajeron la técnica con las colonias. “En el libro sobre el Centenario de la República, ya se convocaba a un concurso de randa. Y en 1917 se organizaba otro a nivel nacional. Aunque el nombre viene del alemán (rand) y significa borde u orilla (relacionado a su antigua ubicación como complemento o terminación en prendas y diseño textiles), casualmente, las tejedoras que lo practican viven en El Cercado”, detalla.
Según las actuales randeras, que recibieron la capacitación a través de madres, vecinas o abuelas, hubo una época feliz para la randa, cuando todas vivían de sus ventas, allá por 1960 y 1970, en las ferias de artesanías. En ese tiempo había encargos monumentales, como grandes manteles, caminos y, por supuesto, los vestidos de todos los altares. Ahora, el acervo se resume en pañuelos, manteles, tapetes, por lo que las artesanas quieren ampliar las tipologías.
El trabajo tiene dos partes. La primera es hacer la malla y la segunda bordarla. Y en esto no escatiman esmero. Flores, dibujos geométricos nacen de una labor meticulosa y paciente.
“Hoy en tiempos de conmemoración del Bicentenario de la Independencia, las randeras de Montero y El Cercado siguen tejiendo, sosteniendo un legado que se transmite lenta pero sólidamente, que conforma y define un sentido de identidad y que representa en nuestro territorio un elemento de pertenencia indispensable a incorporar en lenguajes artísticos contemporáneos”, señala Cerviño, acorde con muchos movimientos como el del Comercio Justo que celebra estos quehaceres manuales, de revalorizaciones y rescates.
“Promover la circulación de este bien representativo de nuestra provincia y estimular a las randeras a no abandonar su tarea que paulatinamente se va destejiendo es fundamental, tanto desde su significado como bien patrimonial, como desde lo económico. Por suerte, muchas personas colaboraron con el futuro de la randa, como Julia Piosek de Núñez, que donó terrenos con un tinglado para construir el Museo de la Randa, que aún no está en funcionamiento. Este podría transformarse en la casa natural de las randeras y en un punto de interés para los turistas que recorren nuestra provincia”, suma Fenik.
Y agrega: “Como objeto es muy significativo, ya que es nuestra artesanía por antonomasia, por eso debe recuperar el lugar que tenía. Un tesoro por el trabajo que encierra, un diálogo entre lo sutil y la paciencia”, remata.
Los interesados pueden conectarse al e-mail: [email protected]
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