Sábado, 19 de febrero de 2011 | Hoy
Por Daniel Schávelzon*
Dice el viejo refrán que no todo lo que reluce es oro. Y es cierto: en el patrimonio cultural muchas veces, muchísimas, hay cosas pequeñas, no llamativas, nada monumentales, que valen su peso en oro. Y lo valen por diferentes razones: su unicidad ante la destrucción de todo lo demás, por su autor, por quienes la ocuparon, por su estilo a veces modesto pero único (la última casa hecha de Rocalla fue demolida el año pasado, no queda ni una en toda la ciudad...), y mil razones más, entre ellas la de la casa de la que estamos hablando. Porque es ejemplo no sólo de arquitectura o de un modo de vivir, eso ya lo dijeron otros, es un caso excepcional de documentación asociada a la obra.
Obviamente quien la encargó y quien la hizo no eran obsesivos de los papeles, sólo cumplieron con los requisitos que marcaba la ley y ella era la herencia del Positivismo: todo debía registrarse. Por eso se hicieron planos, presupuestos, trámites, permisos, cada cambio fue presentado y autorizado. Y lo notable es que todo se conservó. Sí, puede parecer absurdo, pero en estos temas la costumbre es que los planos y documentos se pierdan, se quemen, se tiren a la basura, total... Y aquí está todo, es parte del conjunto completo: desde que el municipio lo aprueba en 1901, se hace el contrato para la obra, se le da un presupuesto al propietario, los recibos de la pintura, de la medianera –que se pagaba y no había que ir a juicio–, hasta la instalación cloacal y su certificado de inspección. Faltaría la antirrábica del perrito.
Todo esto no es algo menor y si bien no debe ser el único caso, éste es el que está en riesgo de desaparecer. La historia no son los documentos del pasado, son ellos junto a su referente material, con la casa concreta acerca de la que hablan y ahí está, entera, firme, desafiándonos. ¿Seremos capaces de aceptar ese desafío? No parece tan enorme, creo que podemos hacerlo. Es cierto que alguien va a salir lastimado en sus intereses, pero ganamos todos.
Pensemos así: en la ciudad no se puede estacionar sobre la izquierda. Y si bien hay infracciones, no se puede. A mí personalmente me molesta, porque vivo de la izquierda de la calle, pero lo acepto porque si no manejar sería aún peor de lo que es. Todo tiene precio: conservar nuestro patrimonio histórico también lo tiene. La inteligencia está en cómo resolver la contradicción y no se soluciona con la demolición, eso el mundo entero ya lo aprendió.
* Arqueólogo urbano.
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