Sábado, 8 de octubre de 2011 | Hoy
Diseño de fibra, Artesanato Textil en Brasil, de la Editora Senac, tiene como protagonista el trabajo de Renato Imbroisi, pionero en estos cruces que son uno de los mejores escenarios posibles para la disciplina al sur.
Por Luján Cambariere
Como profundos admiradores que somos de su trabajo en este suplemento, ya hemos dado cuenta de muchas de las experiencias de diseño en diversas comunidades de artesanos. De absolutamente todas las regiones de Brasil hasta Africa (Mozambique y Santo Tomé y Príncipe), Italia y Japón. Porque son un ejemplo de trato, mecánica, hallazgos y resultados. Pero fundamentalmente porque Renato Imbroisi, es pionero en estos cruces que recién hoy comienzan a ser más tenidos en cuenta en la disciplina.
El comenzó de modo intuitivo hace más de veinte años (más precisamente 24) y lo hizo mapeando todo su país (que al tratarse de Brasil es mucho decir). En ese andar inagotable (Imbroisi tiene el don de no desentonar en las poblaciones más pobres y en las pasarelas más fashion) le tocó hacer escuela y eso es lo que hoy cuenta en el libro que acaba de lanzar a través de la Editora Senac, en simultáneo con una muestra en la preciosa A Casa, Museu de Objeto Brasileiro de la querida Renata Mellao que abre sus puertas hasta el 18 de noviembre en San Pablo.
Allí, como buen textilero, se centro en la fibra. De las convencionales a los verdaderos tesoros materiales que cuenta Brasil y que él, justamente, es uno de los responsables de haber redescubierto como el capim dorado.
Así se llama el libro en sociedad con la periodista y escritora Maríia Emilia Kubrusly, pero que por supuesto abarca mucho más que las tipologías y tecnologías sobre este material.
Básicamente presentan cerca de 30 proyectos, con fotos y relatos de las piezas creadas durante sus talleres de diseño en las poblaciones y regiones más variadas y vulnerables. El criterio de selección de los mismos tuvo que ver con tratarse de emprendimientos que tuvieran continuidad en el tiempo, fueron exitosos, sirvieron para la formación de cooperativas o empresas sociales logrando, luego de su paso, la creación y comercialización de forma independiente y sostenible en el tiempo. Talón de Aquiles de este tipo de experiencias que, en general, luego de la etapa de formación o transferencia no logran generar una renta constante para sus participantes. Así, allí explica, entre otras cosas, cómo la tarea no se limita al desarrollo de nuevos productos, sino que se extiende a la consultoría en aspectos comerciales, administrativos, y de medio ambiente, entre otros. Además de un importante trabajo de recuperación de su autoestima, identidad y en muchos casos, derechos humanos.
Además, el libro contiene una breve historia de la ruptura entre creación y producción artesanal (en el siglo XVIII) y también la aparición del concepto de diseño de artesanía en Brasil, donde Imbroisi es uno de los pioneros, y un paso a paso de uno de sus talleres revelando una mecánica que sin dudas tiene, en su empatía con las personas, una de sus señas particulares. Además de destacan cinco de las técnicas principales que utiliza en estas comunidades: bordado, cestería, crochet, encajes y tejidos. Y otras complementarias como el hilado, el teñido de plantas, costura, tejido, fieltro y macramé.
“Renato es un diseñador que comenzó su carrera como artesano, con el tejido a mano a finales de 1970, cuando aún casi no se hablaba de esto en Brasil. Esta experiencia –vivir de la artesanía– le da una visión particular de la vivencia de los artesanos, conociendo de forma directa sus necesidades, dificultades, anhelos y fundamentalmente su filosofía de vida porque es cómplice, parte”, cuenta a su tiempo Kubrusly en su relato. “Intuitivamente, desarrolló un método de trabajo a través de su expertise, el diseño, que experimenta desde 1986 a veces como un socio, otras como consultor, coordinador del equipo o el director creativo. Trabajo en 140 proyectos en 23 estados de las cinco regiones de Brasil y en el extranjero”, suma Kubrusly.
“Cuando fui por primera vez a Jalapao en 1998 –cuenta en otro capítulo Imbroisi–, no había casi nada. Ninguna infraestructura turística. En Mateiros sólo había luz a través de un generador, el teléfono funcionaba con energía solar y en la población de Mumbuca la electricidad sólo llegó alrededor de 2000. Sólo un par de personas hacían canastas, con los pedazos de hierba de oro, el capim dorado. No eran más que algunos cestos, sombreros y adornos. Era una mujer de la aldea Mumbuca, Tiny Miss (Wilhelmina Ribeiro da Silva, quien murió en noviembre de 2010 a los 83 años), quien aprendió la técnica de su abuela que la había aprendido de los indígenas y la enseñaba. Ella pertenecía a una comunidad quilombola (descendiente de esclavos fugados). La primera vez que vi el capim fue a la luz de las velas, la primera noche que llegué. Era increíble como brillaba. Una hierba muy común en Jalapao pero muy rara para otras regiones de Brasil y en el mundo. Para utilizarla, los artesanos deben esperar que la fibra madure y así alcance su máximo resplandor, y deben cosecharla antes de que comience a secarse y se vuelvan frágiles. Ella surge después del ‘fuego’, como le dicen a la quema natural. Ellos lo cosían con la seda del Buriti, que es un hilo fino de esta otra fibra, también típico de Brasil. Con el desarrollo del proyecto, no sólo trabajamos nuevas tipologías, sino que se investigó el cultivo para evitar la extracción de agotamiento”, relata Renato.
Y continúa: “Volví en 2010. Recorrí el Jalapao entero –Mumbuca, Mateiros, Sao Felix y Prata– capacitando a cerca de 120 personas y reencontrándome con otras que había conocido años antes y habían sido mis alumnos. Jóvenes que conocí de pequeñas, que ahora eran artesanas. Una me contó que a sus 9 años se escapaba para ir a tomar mis clases, ya que había sido advertida de tener cuidado de los hombres blancos que vienen de afuera. Por supuesto tenía miedo, pero era más fuerte sus ganas de aprender. Después de casi 10 años, pensé que era importante teñir la fibra de Burutí, así que llevé a Kawakami Hisako. Utilizando plantas locales, comenzamos a teñir la seda en 14 colores. Seleccioné, de entre ellos, los colores oscuros para aumentar el brillo del capim, como el negro (obtenido del cajú) y marrón (teñido con la corteza de Barú). Quería desarrollar otra línea de productos y sobre todo utilizar la menor cantidad de la fibra de oro, para destacarla y valorizarla”, remata.
Por último, se detiene a detallar el vínculo entre artesanía y diseño. “Desde que el hombre ha creado su primera herramienta de astillas de piedra, la producción artesanal es la única manera de hacer y construir todo lo que se necesita. Herramientas y habilidades han mejorado, y los artesanos en sus diferentes oficios, se han convertido en responsables de la fabricación de todos los objetos, lo que les confirió cierto poder y representación política y social. No fue sino hasta mediados del siglo 18, cuando la invención de las máquinas que reemplazan a las manos y herramientas –como telares mecánicos– provocó uno de los mayores cambios en la estructura de la civilización occidental hasta el momento: la revolución industrial que comenzó en el sector textil en Inglaterra. A partir de ahí, la función del artesano comenzó a cambiar, acercándose a la que tiene en estos días: pasó de ser el único medio de fabricación a uno alternativo. Y fue también a través de la industrialización que surgió una nueva calificación profesional: el diseño industrial, como resultado de la ruptura entre la creación y la producción. Es decir, mientras los artesanos estaban creando lo que ellos producen, los trabajadores contratados por las nuevas fábricas fueron incapaces de crear (¡y jamás estimulados para eso!), limitándose a operar las máquinas que fabrican los productos en serie desarrollado por el diseñador”, completan en el texto ambos.
Como tan poéticamente lo definiera Jorge Amado: “Entre el tiempo sin tiempo del museo, y el tiempo acelerado de la tecnología, la artesanía palpita el tiempo humano”.
Y eso Renato lo sabe.
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