Exportar es el gran tema, la gran esperanza, la fiebre de los argentinos. Y el diseño es una de las herramientas que más expectativas despierta. Ana Manghi, Fernando Poggio y Sylvia Fiedler volvieron recientemente de la Ambiente de Frankfurt y comparten su experiencia de aciertos, dificultades y lecciones.
› Por Luján Cambariere
Exportar es uno de los verbos más escuchados últimamente en ciertos círculos, como el del diseño que aspira a ampliar su mercado, ver sus creaciones fuera de nuestras fronteras y cobrar en dólares o en euros. Aunque del verbo al hecho haya un larguísimo trecho, cuyas características y toponimias explican estos jóvenes diseñadores. Ana Manghi con sus ya reconocidas series de guardas de vidrio, Fernando Poggio con una amplísima línea de muebles y objetos en aluminio color, y Sylvia Fiedler con objetos en cuero dieron un puntapié inicial. Con su participación en la Ambiente en Frankfurt realizada apenas en febrero pasado, una de las ferias del diseño más importantes del mundo, se hicieron acreedores, entre otras cosas, de experiencia real en la materia. Aquí un resumen de sus vivencias en esto de formarse para exportar diseño.
Dimes
y diretes
Convertirse
en exportador es un objetivo para muchos, pero para lograrlo es preciso tener
continuidad y preparación en la exposición del producto que se
ofrece. No sólo es necesario buen diseño y calidad, sino también
tener resuelto el sistema de comercialización, marketing y presentación
de la marca. Es un trabajo arduo y que lleva tiempo, pero creemos que vale la
pena, señalan.
En tren de sintetizar lo aprendido a fuerza de iniciativa personal, las claves
podrían resumirse en tres preguntas que cualquier aspirante a exportador
debiera hacerse antes de fantasear con la idea: ¿Tenés producto?
¿Tenés canales de venta? ¿Tenés crédito?,
resume Manghi. Porque descartando que el producto y los canales existan,
acá también es fundamental tener financiación, suma
Fiedler. Los productores de todo el mundo la tienen para poder responder
a grandes pedidos. Esto no es nuevo. Cuánto más nosotros, que
somos menos que cualquiera.
Ferias
& Cía.
Qué valor real tiene viajar y participar
de ferias, es otra de las preguntas del millón. La primera vez
no te hacen mucho caso, avisa Poggio. Pero ya en una segunda se
dan cuenta de que no sos aquel improvisado que probó suerte por única
vez. La famosa continuidad. Entonces comienzan a acercarse con más determinación
y te das cuenta de que saben todo de tu marca. Que te estuvieron observando,
analizaron tu producto y saben exactamente qué les podés ofrecer.
Todos lo dicen. Recién en la segunda, tercera o cuarta vuelta, si es
que llegás, comenzás a cerrar los grandes negocios. Poggio
ya exporta a Miami, México y Brasil, está a la espera de que se
concreten operaciones con Europa y, junto con Manghi, se presentó por
segunda vez en Frankfurt.
Manghi coincide en la experiencia: La primera vez te empiezan a conocer.
Porque tampoco es una cuestión de ir con la caña de pescar. Hay
que hacer invitaciones por anticipado y así se te acercan, y algunos
hasta graban todo lo que decís. Porque hay que tener en cuenta que estás
frente a los grandes compradores del mundo. No estás hablando de venderles
un vidrio sino todo un contenedor. A mí, en lo personal, viajar me reactivó
mucho el mercado interno. Irme afuera me sirvió para trabajar acá.
¿Frivolidad local? No, tal vez el que te plantás desde otro
conocimiento y lugar. Podés demostrar que podés asumir un encargo
importante. Ya pasaste el examen más duro, revela.
Mucho
más que un e-mail
Yo
primero viajé a ver, cuenta Fieldler, para quien febrero último
fue su primera participación. La feria me dejó sin aliento.
El mundo entero estaba ahí. La vanguardia sale de ahí. Así
que fui discreta y humilde. Aunque debo decir que volví más segura.
Tengo un producto muy competitivoen calidad, diseño y terminación.
Ideal para un público que valora la buena factura, como el europeo. Y
esto no es cuestión de tener un amigo acá o allá. El cliente
internacional no compra en caliente. Pide precios, analiza materiales. Va, vuelve.
Es un trabajo que exige mucha perseverancia. Y nosotros no tenemos historia
en esto de exportar diseño.
No basta con Internet o el manejarte vía mail. Debe haber canales
lógicos y razonables para poder mandar una muestra con veinte productos
que no sea un contenedor de vino o granos, que son los pocos rubros donde sí
hay historia exportadora argentina. Hay un refrán que me dijeron allá
que pinta por completo esta realidad: Lo más difícil es el primer
contacto, el poder cerrar el trato. Después, por teléfono va la
plata, agrega.
¿Por qué deberían fijarse en nosotros? Les gusta
el producto y la calidad. Envidian y admiran nuestra creatividad y cómo
resolvemos ciertas cosas. Pero hacer clientes es todo un desarrollo en todo
el mundo. La ventaja es que en el mercado interno todos te conocen, llegan por
recomendación o pueden pedirla. En cambio para ellos estamos muy lejos,
hablamos otro idioma. Tenés que hacerte valer con un producto diferencial
para que se tienten explica Poggio.
Pensando a futuro, el trío sigue trabajando. El reto es responder a pedidos
actuales e ir por más. Es lindo. Está de moda decir que
uno quiere exportar, pero es un camino muy duro que sería más
transitable si, unidos, muchos más se comprometieran con la tarea. Hoy
hacen falta políticas de apoyo, crédito, suma la siempre
entusiasta Manghi.
Si la gente fuera más segura de lo que tiene, no habría
tanta mezquindad y eso sería posible, agrega una más terrenal
Fiedler. Por lo pronto, todos se esfuerzan en proponer un producto cada día
más digno. Sobre todo, si los que miran son los ojos del mundo. n
Ana Manghi: [email protected], www.anamanghi.com. Fernando Poggio: [email protected],
www.fernandopoggio.com. Silvia Fiedler: [email protected], www.huellaobjetos.com.ar.
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