› Por Facundo de Almeida
En esta misma columna nos referimos hace algunas semanas a la Ley 14.800, esa que se aprobó en 1959 y nunca se reglamentó, y que obliga a que donde hubo un teatro, se deba hacer otro si se demuele. En esa oportunidad mencionábamos al prestigioso jurista Beltrán Gambier, que desempolvó esa norma para que se respete y se construya una sala donde alguna vez estuvo el Teatro Odeón, pero esa vez lo mencionábamos por sus logros en España, donde reside.
En tierras madrileñas obtuvo un fallo histórico del Tribunal Supremo, donde le explicaba al Ministerio de Educación y Cultura –algo que por estas playas muchos no entienden– que el patrimonio es –conceptualmente– de todos, y “todos” significa que los ciudadanos pueden reclamar que tal o cual bien se proteja. Y el Estado debe cumplir con su obligación de garantizar el ejercicio de un derecho humano y constitucional: la preservación del patrimonio cultural.
Esa misma ley fue el argumento que la Justicia porteña adoptó para homologar el acuerdo que impidió la demolición del teatro El Picadero y que obliga al propietario del predio a restaurarlo y entregarlo en comodato al Gobierno de la Ciudad, tal como se comprometió en sede judicial. Por ahora vemos relucir el edifico de la esquina de Corrientes y Riobamba, pero el teatro sigue tapiado como hace tiempo.
Esta norma se aplica ahora al predio de Bartolomé Mitre 1444, nuevo emprendimiento en formato torre, que Basta de Demoler incluyó en un informe –negativo, obviamente– de junio de 2010.
En este caso, al menos, alguien se tomó el trabajo de analizar la legislación vigente y se dieron cuenta que un incendio no era suficiente argumento para vulnerar la exigencia de reconstruir una sala teatral en el predio.
Allí funcionó el Teatro Argentino, una joya que en el amanecer del 2 de mayo de 1973 fue incendiada por un grupo de fanáticos que buscó y logró impedir la puesta en escena de la obra Jesucristo Superstar.
Originalmente se había bautizado como Teatro de la Zarzuela, que se inauguró el 25 de mayo de 1898, y que en los ‘60 compró Alejandro Romay, dándole su propio perfil con obras como El violinista en el tejado y Hair. En ese predio que luego fue incendiado, y en el que hasta funcionó un estacionamiento –igual destino que el predio del Teatro Odeón–, se levantará una torre, que albergará una sala teatral de mil metros cuadrados, según anuncios públicos, administrada por el Ministerio de Cultura de la Ciudad.
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