Sáb 19.11.2011
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Recrear el bandoneón

En la Universidad Nacional de Lanús están abocados a la creación de un bandoneón de estudio, el Pichuco. El diseño aplicado a crear una herramienta para perpetuar nuestra música.

› Por Luján Cambariere

Lo afirman desde siempre sus amantes y los que se le arriman seducidos hoy: el bandoneón es el alma del tango. Y es también su corazón. “Cuando él me responde, se me antoja que Buenos Aires mismo me contesta”, decía una letra de Julio Martín. Porque “es el alma del suburbio que se planta en tu teclear”, sumaba Celedonio Flores. Y otro grande, Aníbal Troilo, le pedía en el ’42 “no te quejes, bandoneón, que esta noche toco yo”. Tal vez sin quejarse, pero el bandoneón estaba desapareciendo. Los más famosos, los Doble A, venían de Alemania y desde hace más de cincuenta años que no se fabrican.

Frente a este escenario, el diseño arremete en pos de promover, incentivar y sobre todo perpetuar este patrimonio cultural desarrollando y produciendo el primer bandoneón de estudio ciento por ciento nacional.

La ideóloga del proyecto es Ana Jaramillo, la rectora de la joven Universidad Nacional de Lanús, fanática del tango y ella misma bandoneonista.

¿Los que arremetieron con la tarea? Un team delicioso de una licenciatura en diseño industrial aún más joven (tiene 4 años) que incluye desde el director de la carrera Roberto De Rose, al director del proyecto Roberto Crespo, el codirector Guillermo Andrade, docentes –Edgardo Chanquía, Mariano Llorens, Mayté Ossorio, Agustín Peralta, Fabián Martínez, Andrés Ruscitti, Magdalena Vidart– y alumnos varios –Rubén Hassna, Luis Nocetti Fasolino, Melisa Ríos– entregados a esta valiosa tarea que transformaron primero en trabajo de investigación de la universidad y, ahora, en una realidad a punto de ser presentada en sociedad con motivo del Día de la Soberanía Musical, designado así en la propia universidad.

Por eso con ellos nos reunimos, en el corazón del proyecto, el taller, para que nos contaran de primera mano la experiencia. Una idea que celebramos si pensamos que este bandoneón de estudio será accesible y podrá estar disponible en las escuelas para que aprendan los más chicos (edad por otra parte en la que se debe aprender este instrumento). Y por supuesto ellos, estudiantes de diseño, de la mejor manera, ya que a través de este desarrollo pasaron por todas las experiencias y etapas de un diseño que pretende acercarse a la gente.

–¿Cómo nace la idea de desarrollar un bandoneón?

Roberto De Rose: –Nuestra rectora tiene una particularidad muy especial. Ella es amante del tango y, además, ejecuta el instrumento y pertenece a la Academia del Tango. Y el primer desafío que nos encomendó fue ése. Nos planteó –a la carrera de diseño industrial– si nos animamos a hacer un bandoneón como un proyecto de investigación. Nuestra idea, desde el momento que nos plantearon diseñar una carrera de diseño para esta universidad enclavada en el conurbano bonaerense, con un espíritu de estar comprometida con la región, fue recuperar una visión del diseño industrial vinculada a la producción. Como una parte de la producción, ni la única ni la última de retoque o cosmética de los objetos. Queremos que los graduados nuestros se consideren parte del sistema productivo, parte de la cadena de producción, de consumo, de exportación y que ese sea su oficio, tarea, trabajo. Así creemos que se deben armar los espacios de educación superior, haciendo actuar lo privado con lo público, con el tercer sector y las políticas públicas.

–¿La idea entonces fue diseñarlo y fabricarlo?

R. D. R.: –El desafío nuestro fue tratar de industrializar la fabricación del bandoneón. Además de darle una estética y transformarlo en un producto cultural del siglo XXI, la intención de masificar la venta a través de los beneficios que nos va a dar la industrialización de todo el procedimiento y el empleo de nuevos materiales y tecnología. Muchos se han lanzado a tratar de reproducirlos en forma artesanal en el mismo sentido que estaba hecho y han llegado a replicar las 2300 piezas que tiene el bandoneón, pero nosotros pensamos que el camino era otro.

–¿Cómo empezaron?

R. D. R.: –La rectora hizo un vínculo con la Casa del Bandoneón, con uno de los luthier más importantes, Oscar Fisher, y con él ya en las primeras charlas arrancamos con los mitos del bandoneón. Que “el bandoneón no se puede tocar, no se puede cambiar”. Así empezó todo. Para nosotros, muchas cosas más vinculadas al mito que crean los músicos que quieren tocar su bandoneón y no otro. Cada uno ajusta las teclas como le gusta, por cómo lo acomete. Pero después fuimos viendo que no podía haber cambios que aportaran, y de hecho Fisher llegó a poner piezas que nosotros creamos, como peines en piezas que reparó y quedaron perfectos. Con ese antecedente empezamos a trabajar. Porque la realidad es que el bandoneón no se fabrica hace más de cincuenta años. Los pocos que hay se los llevan para vender en el extranjero, entonces salió la ley de protección para que no se puedan exportar más bandoneones antiguos. Y lo otro que pensamos es si la Argentina cambió respecto de su contexto educativo-cultural. Hoy podés hablar de un proyecto de orquestas escuela que se hacen en barrios marginales, en esa dimensión tenés que dar cuenta de un instrumento de música urbana.

Roberto Crespo: –Aparte la rectora tenía muy claro cómo era el proyecto de carrera, en tanto que los alumnos que entren acá tengan una capacitación de ingreso laboral, teniendo en cuenta los paradigmas que se viven en el país. No hacer una carrera que sea meramente informativa sino formativa para ingresar en el medio productivo y dentro de esa línea por qué no el bandoneón. Después de tantos años que se dejó de hacer y para lo que significa culturalmente. Así que, de nuevo, por qué no intentarlo desde esta fábrica de sueños que tenemos acá adentro. Así desarmamos el primero a finales del 2008.

–¿Primero desarmaron el bandoneón y después se asesoraron con el luthier?

R. D .R.: –Para poder desarmar el primero recurrimos a un alumno que es músico, que tenía una compañera cuyo abuelo tocaba el bandoneón, un Premier, y se lo pedimos. Con la ventaja de que, como ella no sabía tocar, si se lo devolvíamos armado iba a ser suficiente.

R. C.: –Un alumno, becario, tomó todas las piezas de madera y con un calibre estuvo mucho tiempo midiéndolas y dibujándolas en computadora. Era muy cómico, porque saturado un poco de tanto trabajo meticuloso decía “pino abeto alemán. Esto es porque el que lo hizo en Alemania tenía un abeto caído en su jardín”. Era muy gracioso. Es que es una pieza artesanal tremenda.

–¿Siempre pensaron en hacerlo para estudio?

R. D. R.: –La idea, como primer paso, era lograr un bandoneón que sirviera para aprender el instrumento. Similar a una guitarra de estudios, que pudiera ponerse en las escuelas, en orquestas escuela o municipios. Si logramos esto tenemos la primera meta cumplida. Con esa instancia pasamos a un desarrollo superior.

–¿Dónde se evidencian los aportes del diseño?

Edgardo Chanquía: –Hubo muchas experiencias con el fuelle. Originalmente cada uno es un cartón que se unen en el borde. Nosotros desarrollamos un solo plegado, entonces es una sola pieza de un polímero. Esto en principio ya reduce el tiempo de armado de dos semanas a un día.

Mariano Llorens: –Esto tiene que sonar y lucir como un bandoneón. Los cambios que hicimos de materiales son de piezas que hacen a mecanismos internos, pero otras donde se conserva madera es porque tiene un sentido.

R. D. R.: –Hay un planteo de un partido constructivo bajo la premisa de reducir la cantidad y diversidad de piezas y procesos, manteniendo como aspectos ergonómicos/funcionales del bandoneón bisonoro de 71 teclas, su digitación y sus cualidades tímbricas. Disminuyendo la participación de mano de obra artesanal para reducir los tiempo de producción y ensamblado con su consecuente incidencia en el costo final del producto.

–¿Los músicos qué les sugerían cuidar?

E. CH.: –La sensibilidad del teclado, el ajuste de la empuñadura en la mano, el peso, que son las cosas que por nuestra profesión son las que menos nos preocupan porque sabemos que son las que se van a poder arreglar. Además, el que aprende a tocar no tiene esas sutilezas.

Guillermo Andrade:–Unos botones con los que se da un movimiento pendular por ser los que están más alejados del alcance de la mano que no afecta el sonido sino la digitación.

–¿Y los temas más difíciles de resolver?

R. C.: –La cuestión de las voces. Los luthiers liman cada pieza, las afinan una a una. Trabajan el concepto de voz individual, una por una, limada a mano para ajustarlo es algo que para un proceso industrial es inviable. Entonces el desafío nuestro fue hacer las voces mediante una chapa única cortada a láser y que esa chapa única tenga el sonido adecuado.

–¿Qué opinan los más jóvenes del grupo?

G. A.: –El motor son ellos. No hubiéramos llegado a nada sin su enorme entusiasmo y trabajo.

E. CH.:–Ahora lo que más queremos es que salga. Que empiecen a tocarlos.

R. D. R.: –Y no sabés cómo termina por lo menos esta parte de la historia. Porque la urgencia ahora por la que están todos con los ojos desorbitados es porque el 20 de noviembre van a firmar una resolución del consejo superior declarando en la universidad el Día de la Soberanía Musical y ahí vamos a presentar el bandoneón. Por otro lado, en esos días se anunció que en Florencio Varela comenzaron con la realización del auto popular argentino y, hace una semanas, el INTI comunicó que se va a comenzar con el rediseño del viejo Rastrojero para hacer una pick up nacional. Sería piola participar, sumarnos a estas iniciativas. Ese es el espíritu de nuestra universidad.

Ana Jaramillo: –Todos sabemos que el bandoneón es el protagónico del tango. Entonces de este modo se preserva el patrimonio cultural de la Nación. Haciendo que los chicos en las escuelas puedan tener uno, así como tienen una guitarra, un piano o un violín. Por eso la idea fue construir un bandoneón de estudio accesible. Estético y accesible. Funcional y económico. No una réplica, ya que no se puede copiar un Mercedes Benz, un Doble A nacarado. Hicimos algo nacional y popular con buen diseño, por eso lo titulé “el modelo de sustitución de importación de ideas”. Y ahora esperamos poder presentar al Pichuco, así se llama, en sociedad. Un amor eterno de muchos que empezamos a querer el tango por él.

En recuerdo de mi abuelo,
Juan Cambareri,
“El Mago del Bandoneón”.

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