Un suburbio de Ciudad del Cabo guarda un museo realmente original, la casa de Groot Constantia, la primera gran propiedad rural europea en Africa. Construída a fines del siglo 17, la estancia supo ser ganadera aunque con un gran huerto para proveer a la ciudad cercana, y fue escenario del primer gran escándalo de corrupción sudafricano: su dueño, un funcionario de la Compañía de Indias, acabó en Amsterdam cargado de cadenas y con su preciada propiedad rural confiscada por su pasión por dibujar los libros contables de la colonia.
El museo es literalmente único porque conserva unas 200 hectáreas de tierra en medio de un suburbio residencial que se abre hacia el campo. La tierra está alquilada a largo plazo a una bodega, con lo que la casa está rodeada de viñas. A la entrada se cruza el portal original, se pasa por la bodega, nueva pero construída en estilo tradicional, y se sigue el camino rumbo a la casa de la foto. En sus edificios de servicio –un notable galpón de proporciones clásicas, un conjunto de viviendas y varias caballerizas– se alojan un restaurante, una colección de carruajes y un museo del vino.
Pero es la casa en sí la perla del lugar. Groot Constantia tiene un garbo irresistible y está en impecable estado, equipada como a comienzo del siglo 18 y con cada cuarto utilizado según el plan original. Vista como una máquina, la casa demuestra el buen ojo de sus constructores, ya duchos en eso de evitar los calores locales. La entrada da directamente a un gran ambiente que cruza de lado a lado el edificio, formando un eje con grandes puertas vidriadas y exageradas banderolas barrocas. Esto ilumina y permite la circulación controlada del aire, abriendo todo o cerrando puertas y dejando banderolas abiertas. Para tener más intimidad, un muro-pantalla divide el sector de entrada de un ambiente mayor y más privado, que se usaba de comedor. Este muro es en realidad una estructura de madera y vidrio, una suerte de ventana múltiple con todo y postigos que permite regular a la perfección luces y brisas. Todos los ambientes se abren a este eje principal.
Curiosamente, la casa tiene un semisubsuelo de servicios al que se tiene que acceder por afuera únicamente. Este sótano es inmenso y muy bello con sus arquerías de ladrillo y piedra que sostienen toda la estructura. Su acceso externo, desde un patio amurallado, permitía trabajar y estibar sin ser visto ni oído desde la jonkerhuis, una manera a la vez aristocrática y práctica de manejar las tareas cotidianas. Nuevamente, el museo es una manera de palpar literalmente la vida de otras épocas, con sus trastos y muebles, el olor a cera de las maderas y el tacto de los metales martillados a mano.
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