Sábado, 26 de mayo de 2012 | Hoy
La diseñadora Carolina Urresti lanza su etiqueta personal, Guaraní Porá, que avisa un par de cosas sobre el diseño y la tradición del Paraguay.
Por Luján Cambariere
Es poco lo que sabemos del Paraguay, prejuicios e ignorancia mediante. Carolina Urresti no era la excepción, pero entonces fue convocada por el Asunción Fashion Week. Estilista y diseñadora de moda, con trabajos para revistas (Rolling Stone, La fuga, Catalogue, Neo 2), marcas (Levi’s, Wanama, Ferraro), diseñadores (Leandro Domínguez, Cora Groppo, Vero Ivaldi, Kostume) y semanas de la moda involucrándose tanto en el styling y puesta en escena de los desfiles como en la imagen gráfica, fue contratada por el país vecino. Y por esas cuestiones que sólo pueden atribuírsele a cierta vibración, para ella el atractivo –el show– comenzó afuera, en las calles. En las ferias, localcitos, mercados. Así, en el camino de asesorar a las pasarelas, se nutrió ella. Y el desconocimiento se transformó en pasión por modos de ser y de hacer que la apasionaron.
“Llegué a Asunción sin tener idea alguna sobre la tierra que me recibiría. Sin preconceptos ni prejuicios, quizá producto del desconocimiento. Sólo sabía que iba a compartir el trabajo con colegas queridos. El frenesí por la moda, los castings, las pruebas de maquillaje y pelo, las presiones y exigencias del trabajo fueron contrarrestados por la calle, la gente, los colores de los árboles, los mercados populares, las artesanías a la vera del camino, el arte indígena preservado, el kitsch a flor de piel, las manos laboriosas, el sonido del guaraní atravesando todas las conversaciones. Volví a Buenos Aires con un bello recuerdo”, adelanta Urresti.
“Con el tiempo, se acentuaron mis ganas de compartir todo lo vivido en la tierra colorada, y difundir aquello que me conmovió: la mano alzada que repuja con dedicación cada flor sobre el cuero, el cable tejiendo su trama en el armazón de hierro, una hermandad de mujeres compartiendo los dibujos que se forman en hilo, en una antigua reducción jesuítica. Mis amigos, que escucharon una y otra vez mis relatos y vieron las fotos de mis sucesivos viajes al Paraguay, fueron vitales para que Guaraní Porá se materializara. Así como la buena gente del otro lado de la frontera, que de tanto compartir ya se convirtieron en amigos y están felices y orgullosos –como yo– de los productos que tienen para ofrecer.”
Este es el proyecto que esta semana abrió sus puertas en el fondo del local de otro querido y generoso diseñador local, siempre sensible a estas iniciativas, Leandro Domínguez, para albergar y comercializar todo este acervo material e inmaterial paraguayo que ella rescata y realza.
“Paraguay es un país muy rico en artesanías tradicionales. Existe una comunión entre el hombre, la naturaleza y la materia prima que ésta le otorga. El ritmo del día lo marca el sol que sale y que se pone. El tiempo es el que le lleva a una mujer tejer una pieza de encaje Ju o lo que tarda en darle forma a un cántaro de barro. ‘Paraguay es una isla rodeada de tierra’, definió Josefina Pla, poeta, ceramista y artista plástica española radicada en Asunción. Aislada por su escasez de costas, preserva su cultura y mantiene viva su lengua. El 85 por ciento de los paraguayos habla el guaraní. Para afuera, el tejido de sus palabras emite música y en su interior guarda un tesoro muy valioso: la posesión del tiempo”, sentencia poética.
Los objetos artesanales que selecciona Guaraní Porá son producto de técnicas tradicionales y una manufactura con un profundo arraigo histórico. Lo que los brasileños apodan “artesanía de tradición”. “Es importante aclarar que estos conocimientos son transmitidos en forma oral de generación en generación, y que hoy, debido a muchos factores socioeconómicos, se están perdiendo. Guaraní Porá busca promover el trabajo artesanal, generando un intercambio de comercio justo. La intención es difundir la manufactura paraguaya y que, a través del consumo de sus productos, los artesanos sigan encontrando, en el saber que atesoraron sus antepasados, un medio de vida. Con ayuda de sus herramientas –sus aliadas, irú–, con paciencia y habilidad, el artesano crea cada pieza, dejando la huella y el trazo de su mano inscripto en el objeto. Esta es una forma de dar a conocer Paraguay”, cuenta.
¿A saber? Las coloridas sillas de cable, que junto con la hamaca son el mobiliario favorito de los paraguayos. “La silla de cable no existe sin amigos compartiendo un tereré a la tardecita, sentados en la vereda, donde el viento sopla sólo un poco. El entramado de cable sirve de sostén y reposo para el entramado de nuestros días. Sus colores nos devuelven a la infancia, nos recuerdan los viajes en colectivo con boleto capicúa y nos trasladan al jardín de nuestras abuelas”, suma Urresti.
Los bellísimos bordados aplicados por Urresti en almohadones y accesorios realizado por grupos de mujeres de los talleres Bordados Santa María de Fe, en un antiguo pueblo de las Misiones Jesuíticas. “Allí la organización del trabajo no sabe de división de tareas. Cada una de las mujeres empieza y termina un mismo bordado y su firma está en el estilo de la puntada que dibuja las palmeras en el paisaje bordado”, agrega.
En este rescate Urresti trabaja con El Cántaro, almacén de arte, ubicado en la ciudad de Aregua. Sus actividades sustanciales son la promoción y difusión del arte popular e indígena, a través de un salón de exhibición y ventas y una Escuela Popular de Artes y Oficios. Las piezas más representativas del arte indígena son las tallas de madera de palosanto, las estatuillas de barro crudo y los aros y collares de los Nivakle.
“De los Ayoreos, el arte plumario, la cestería y bolsos en fibra de Karaguatá. De los Chamacocos, tallas, dibujos y cestería. De los Ache-Guayaki, pirograbados, tallas y cestos. De los Avá Guarani, tallas en madera de cedro. El arte del Campo proviene de la región Oriental. De Ita y Tobati son las cerámicas utilitarias, escultóricas y/o decorativas. De Altos, las máscaras, los juegos populares, procesiones religiosas talladas en madera. De Capiata y Aregua, la santería policromada y los trabajos de hojalata. De Misiones, los tallados en piedra roja. Y de Limpio y Kaaguasú, los juguetes de madera pintados”, agrega.
Por último, otro de los saberes que movió a Urresti fue el del cuero repujado. “Generalmente obra de hombres y a excepción de sus costuras a máquina, todo hecho a mano. Los motivos rescatan la flora local, las guardas y tramas antiguas. Estos son martillados con precisión, fuerza y ritmo continuo. Con cada uso, el cuero se ablanda, cambia de color y textura, potenciando su encanto.” Como plus, en el showroom se exhiben algunas fotografías de la muestra Paraguayame de Gustavo Di Mario.
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