Sábado, 4 de agosto de 2012 | Hoy
Una de las tantas deudas bibliográficas que tenemos los argentinos con nosotros mismos es una buena historia de nuestras casas. Rumiando libros, uno encuentra este tipo de obra en latitudes y lenguas muy diversas, con una abrumadora estantería de la casa inglesa y francesa, largos metros de otras europeas, estudios “exóticos” de casas asiáticas y hasta obras deliciosas sobre las norteamericanas. Sudáfrica tiene su amor por sus casas tradicionales, de ascendencia holandesa e inglesa, y Brasil avanza con fazendas y senzalas. Nosotros parecemos reacios hasta a la idea de que exista la casa argentina.
Literalmente, la casa. Que es el tema del nuevo libro de Rodolfo Livingston y Nidia Marinaro, Casas de barrio, que lleva el ensoñado subtítulo de “se adormecen, despiertan y se iluminan”. El libro editado por Nobuko es un canto de amor y, como todo lo que escribe o dice Livingston, idiosincrático.
Quizás el tema de fondo de este arquitecto sea el sentido común aplicado a la construcción de lugares. Este libro tiene momentos deliciosos, como cuando explica con gran economía cuánto de ideología hay en la arquitectura y en los arquitectos. Está desde la ideología militar del orden cerrado aplicado al espacio y la construcción, y también está ese bicho que todos niegan, la ideología del arquitecto, un ismo dañino si los hay. Livingston y Marinaro escriben desde la práctica y desde el diálogo con el cliente que, dada la escala de la casa de barrio, no es ni corporativo ni demasiado ducho. Es un cliente que pide que no haya escaleras, o pide enredaderas, o espacios para los chicos, patios, piletas y seguridad.
En este sentido es un libro muy disfrutable, con mucho para decir y aprender en menos de 200 páginas, y todo escrito en castellano claro, con ganas de que se entienda. Para los patrimonialistas habrá cosas muy objetables, como las remodelaciones de casas en estilos tradicionales, pero el libro se gana al lector con su realismo: villas, clientes concretos, edificios concretos, desastres reales y propuestas que demuestran que la vida urbana no es provincia de especialistas enrarecidos.
Hay mucho amor en este libro, más que nada por la gente que se hace sus lugares para vivir. Esto es algo rarísimo en la arquitectura argentina, más amiga de ideas abstractas que de gente concreta. Ojalá se difundiera más la manera de pensar las cosas de Livingston y Marinaro...
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