Sáb 03.05.2003
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Vivir en la basura

La condena a la marginalidad y la falta de integración de nuestras ciudades por la imprevisión y la falta de planeamiento.

Por Matías Gigli
lLa planificación de las ciudades nunca fue una materia con resultados sobresalientes en nuestro país. Igualmente, se puede decir que estamos cada vez peor. Carlos Lebrero, arquitecto y especialista en temas de estrategia ambiental, puntualiza que está instaurado en nuestro país un menosprecio hacia la infraestructura urbana. Esto hace que nuestras ciudades crezcan con malas prácticas.
Las ciudades sufren un desborde por el cual reciben nuevos habitantes sin ninguna infraestructura y, en el borde más crudo, conviviendo con la basura y la contaminación.
Esta semana será recordada como un hito catastrófico en materia de infraestructura urbana en nuestro país. La ciudad de Santa Fe bajo el agua deja sin respuesta a cualquier operador de gestión ambiental. Las culpas recaen en el Niño y en la imposibilidad de cualquier previsión. Sin embargo, existen problemas recurrentes: el crecimiento indiscriminado de los suburbios con falta total de planificación y la contaminación a flor de piel.
¿Qué viene primero: la construcción de las viviendas o las redes de servicios? Lebrero puntualiza los hábitos recurrentes de los operadores en materia de políticas de vivienda, que reciben en las ciudades dando una parcela y luego abandonan a los nuevos pobladores sin el mínimo servicio público. Ante la presión social, la forma más recurrente es permitir los asentamientos en lugares bajos, cerca de arroyos contaminados o vinculados al trabajo en la basura. Es una historia de contaminación, insalubridad y discriminación.
Las ocupaciones de terrenos en las afuera de las ciudades tienen un carácter cuasioficial, con implicancias políticas muy altas en las que los intendentes terminan repartiendo tierras por fuera de cualquier marco legal. Eso condena a los ocupantes a vivir en un marco fuera de la ley. Sin duda son pactos políticos en donde los técnicos no tienen el mínimo grado de participación.
La falta de planes Fonavi, que en otras épocas y con terribles desaciertos ocupaban un espacio, hace que en este momento en nuestro país la visión de una política prebendaria sea la imperante y que la vivienda esté íntimamente ligada a la economía de la basura.
Las variantes son múltiples: o se vive en un basural activo, porque se trabaja en él; o se vive en un ex basural sobre la basura; o se usa la basura como defensa hidráulica, generando taludes de basura como en los arroyos de Paso del Rey o Unamuno. Otro problema, en el caso en que se trabaja con residuos, es que los remanentes que no son comercializables -o sea basura en estado puro– va quedando en la vivienda. No existe infraestructura urbana responsable de retirar esa basura y llevarla a otro lado.
Las inundaciones son otro tema. La creación de microcuencas se debe generalmente a la falta de previsión a la hora de tomar decisiones sobre los niveles de cotas de los caminos. Si se desbordan, no se logra desagotarlas más. La historia está teñida de irresponsabilidades sucesivas. Ante este panorama desolador, Lebrero puntualiza la necesidad del pensamiento como paso previo a la inversión y entiende que existen problemas de criterio frente a los problemas más que de falta de inversión. Hay que retomar prácticas responsables para las soluciones de las ciudades y el ambiente.
Santa Fe es un grito de alarma de una población sumergida; las malas prácticas son las que llevan a estas situaciones límites. En décadas pasadas se vendieron loteos de campos cercanos a la ciudad, a precios muy bajos, en un proceso que no para de acelerarse. De este modo mucha gente accedió a su vivienda y, ya como frentistas, aportaron a la urbanización de esas zonas con veredas y calles. El problema es que los terrenos eranmuchas veces zonas bajas, inundables, no se tomaron las medidas de obra pública necesaria y hace tiempo, ya que los habitantes no pueden afrontarlas por sí mismos. Ni hablar de los muchos terrenos simplemente ocupados por poblaciones marginadas económicamente.
Vivir de alarma en alarma tiene un costo demasiado alto para no tomar conciencia de la necesidad de planificar de forma más responsable los crecimientos de las ciudades.

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