Sáb 03.05.2003
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Sobre el patrimonio industrial

Los peligros de la destrucción sistemática de edificios que perdieron su uso original pero no su valor estético e histórico.

Por Jorge Tartarini *
lEn los últimos decenios la sociedad industrial ha experimentado una transformación tecnológica de tal magnitud que los edificios, instalaciones y maquinarias utilizados en los últimos doscientos años han quedado hoy en su mayoría obsoletos.
En los países latinoamericanos, los efectos de esta obsolescencia “natural” se encuentran agudizados por el deterioro de las economías regionales, la debilidad de las políticas de protección patrimonial, la crónica escasez de recursos para la conservación, y el progresivo abandono por parte del Estado de los equipamientos y las redes de servicios e infraestructura que antes se encontraban bajo su administración.
En un contexto caracterizado por la crisis de los mecanismos de control, el patrimonio industrial se encuentra hoy en grave peligro. Valiosos testimonios del pasado industrial, como estaciones ferroviarios, depósitos portuarios, silos, barracas o fábricas, han sido desafectados de sus funciones originales. Lejos de ser adaptados a nuevos programas, fueron desmantelados y demolidos total o parcialmente por sectores con responsabilidades difusas e intereses contradictorios con el bien común. Los que casi milagrosamente subsisten, lo hacen merced a que encuentran cabida en programas de inversiones, a menudo distanciados de su carácter e identidad originales.
¿O acaso algún visitante desprevenido que recorra uno de nuestros paradigmáticos shoppings, puede siquiera intuir que, lejos de encontrarse en lo que fue una vieja “Abadía”, está frente a los vestigios de una de las fábricas más importantes de gas carbónico de la ciudad, 80 años atrás? La ecuación comercial no dio margen para dejar huellas que permitieran saber algo de este pasado, pero sí para inventar otro supuestamente más digno y afín al “target” del norte de la ciudad.
¿Qué decir entonces de los vaciamientos compulsivos que sufrieron los tradicionales mercados porteños en los ‘90? Los atropellos están a la vista. En el interior, una parafernalia de elementos dirigida a exaltar el consumo; en el exterior, restos de cáscaras históricas desnaturalizadas. Pero las sangrías no fueron sólo edilicias. Lo peor fueron las pérdidas inmateriales. La desidia por la historia de estos edificios y de sus significados originales. Siempre a contramano de lo que sucede cuando visitamos espacios industriales reciclados en otras latitudes, aquí quienes proyectan parecen más preocupados por dejar su impronta personal que por dialogar con estos lugares de trabajo y producción. Sitios de los que podemos sentirnos orgullosos, especialmente en los tiempos que corren.
Tanto por la notable calidad de sus materiales, como por la generosidad de sus espacios, estos edificios industriales podrían satisfacer múltiples necesidades en materia de educación, cultura, salud, esparcimiento y vivienda. En este sentido, la dimensión económica de este patrimonio cultural se acrecienta, ante la imperiosa necesidad de aprovechar racionalmente los recursos disponibles, antes que hacer siempre a nuevo.
Una política de la austeridad, orientada a la recuperación, podría asegurar un futuro a estas viejas estructuras. Pero resulta imprescindible que quienes intervengan evalúen sus vocaciones, sus capacidades reales para albergar nuevos usos. Y para ello, antes que esperar todo de las normativas de protección –útiles por sí pero no suficientes– hace falta superar las valoraciones tradicionales que han soslayado la dimensión patrimonial de estas expresiones.
El planteo actual exige reafirmar los valores intrínsecos de este patrimonio y enfatizar que, tan expresivas y representativas del mundo moderno son las estaciones, las usinas, los mercados, los puentes e infinidad de obras vinculadas con el fenómeno industrial; como las catedrales, ayuntamientos, fortificaciones y demás edificios lo son del pasado colonial. Resulta imprescindible entonces incorporar rápidamente el patrimonio industrial al debate sobre qué debemos y podemos conservar y rehabilitar, para qué y para quiénes. En un contexto donde abundan los estudios y emprendimientos aislados, apostar a acrecentar su conocimiento no parece desacertado. Sólo conociendo sus valores y posibilidades se asegurará un aprovechamiento más idóneo, que no oculte sus valores ni su historia y permita al visitante una experiencia cultural enriquecedora.

* Arquitecto, investigador del Conicet - Secretario de la Comisión Nacional
de Monumentos y Lugares Históricos.

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