› Por Facundo de Almeida
El edificio La Inmobiliaria, ubicado al final de Avenida de Mayo, frente a la Plaza Lorea, es tal vez uno de los más importantes de Buenos Aires, y luego de años de abandono comenzaron obras sobre su fachada. Pero la reconocible e indiscutible restauradora Cristina Lancellotti, especializada en la recuperación de símil piedra, ha dado la voz de alarma porque esta intervención, que podría haber sido una buena noticia, puede convertirse un daño mayor e irreversible para el inmueble.
Hace pocas semanas, en una conferencia que dictó en el Museo de Arte Precolombino e Indígena de Montevideo, Lancellotti decía que el peor enemigo del patrimonio es, sin dudas, el hombre, y en este caso parece confirmar su teoría.
El símil piedra, que como su nombre lo indica busca simular una construcción en piedra, es un revoque de 5 milímetros de espesor, conformado por una mezcla de cemento, arena y marmolinas junto con agua, que posee una gran resistencia y la característica de formar una pátina al pasar el tiempo que le confiere un envejecimiento digno al material. Por esa razón, las fachadas de símil piedra, recomiendan los especialistas, deben limpiarse, pero jamás pintarse, porque esto les hace perder su característica esencial y, lo que es peor, contribuye a acelerar su deterioro y dificultar e incluso imposibilitar su restauración futura.
En casos como el de La Inmobiliaria, según alerta Lancellotti, la situación es aún mucho peor porque “se está tomando por restauración a estas intervenciones de recubrir ya no con pintura sino con material más fino o líquido a toda la superficie. Conceptualmente es lo mismo que pintar, es quitar la originalidad y la edad al material. También iguala a todos los edificios, sacándoles justamente lo atractivo de los símil piedra, que es la sutil diferencia que podemos apreciar entre ellos. Si esto se extiende, va a ser una ciudad llena de falsos históricos iguales, sin importar época y estilo”.
Y aún más preocupante, según la experta, es que “estos materiales en general van a ser irreversibles, muy difíciles de eliminar en un futuro, ya que envejecen mucho más rápido y diferente del símil piedra original, y por el tipo de material, ya que son mezclas de símil piedra con aditivos acrílicos para lograr adherirlos a la superficie antigua, que generalmente tienen una pátina asentada y compacta generada a través del tiempo”.
El símil piedra podría limpiarse con mucha facilidad sin necesidad de cubrirlo completamente, conservando la vejez y huella histórica, inclusive el “peinado original”, lo cual es fundamental para garantizar su autenticidad y para una mejor conservación/envejecimiento de los materiales. Sin duda, esta intervención tiene que contar con la autorización del Gobierno de la Ciudad, ya que por la ubicación y envergadura del inmueble, el ministro porteño Daniel Chaín esta vez no podrá argumentar que la falta de control se debe a que no puede poner un inspector en cada esquina.
Si esto es así y si la obra, realizada sobre un inmueble protegido en plena Area de Protección Histórica, fue autorizada, estaríamos frente a un acto de desidia o complicidad para favorecer un negocio, un caso de incompetencia o sencillamente el deseo de acelerar el proceso para poder sacar lo antes posible un comunicado de prensa con logotipo amarillo anunciando la “restauración” de la Avenida de Mayo.
La empresa se expone incluso a tener que responder con su patrimonio por la mala intervención. En 1996, la Justicia le ordenó a la constructora que había pintado las fachadas del Palacio San Martín retirar la pintura y restaurar el símil piedra, a su costo y cargo, y como los lectores de m2 saben, el Poder Judicial se encuentra muy activo en materia de defensa del patrimonio cultural.
Lo penoso es que tampoco se ha escuchado la voz, frente a ésta y otras malas intervenciones en la Avenida de Mayo, de la silenciosa directora general de Patrimonio, Liliana Barela, y menos aún del arquitecto Luis Grossman, director del Casco Histórico. Es cierto, Grossman estaba ocupado elaborando un proyecto para “contrarrestar” los graffitis con la incorporación de murales en las persianas de Avenida de Mayo.
Por suerte, en un acto de coraje desconocido hasta ahora, la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos resolvió “tras un detenido análisis no exento de debate de opiniones, no hacer lugar a la propuesta, toda vez que el conjunto de la Avenida de Mayo ya ostenta un lenguaje estético-arquitectónico propio y la materialidad de sus edificios no ha sido concebida como soporte de obras plásticas deliberadamente proyectadas en sus persianas. Por otra parte, sería odioso y de difícil concreción, llegado el caso, proceder a la reversibilidad de la intervención suprimiendo la obra de algún artista consagrado”. El tema volvió al Plenario, tras una respuesta del arquitecto Grossman que mereció un nuevo comentario de esta Comisión Nacional, a saber: “que el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires debe cumplir con la debida conservación del patrimonio en cuestión”, según informan en su último boletín mensual.
Lo grave de todo esto, concluye Lancellotti, es que “se está tomando como restauración a estas falsas intervenciones, que se van a degradar de una manera espantosa”, y esto también es un mal negocio para los propietarios del inmueble que destinan fondos para esta aparente restauración.
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