Sábado, 12 de enero de 2013 | Hoy
El cambio de vagones de la Línea A del subte porteño no garantiza un mejor servicio, pero casi garantiza perder el último parque rodante fabricado en Brujas hace un siglo, que el gobierno porteño piensa que sirve para hacer asados.
Por Sergio Kiernan
Es notable la capacidad del macrismo para inventarse crisis cuando quiere buscar réditos políticos. Es lo que acaba de pasar con el tema del recambio de formaciones de la Línea A, la más vieja de la ciudad y de América latina, y de las más viejas que hay. Una parte de los 23 trenes que recorren esas vías es la comprada hace un siglo a Bélgica, país que aunque hoy cueste creerlo era una potencia industrial que exportaba estas tecnologías de punta. La marca es La Brugeoise, lo que indica que fueron hechos en Brugge, la ciudad de los canales que llamamos pintorescamente en español Brujas. Esos trenes históricos y no particularmente inseguros van a ser discontinuados junto a los que fueron reacondicionados y “metalizados” en los ’70. A juzgar por los que ya fueron tirados en medio de los yuyos, como se ve en las fotos, lo que le espera a este patrimonio sobre ruedas es de lo peor.
Como se recuerda frescamente, Mauricio Macri se resistió como el proverbial gato panza arriba a tomar los subtes que la Nación insistió en pasarle. La red porteña nació privada y lo fue hasta 1939, lo que explica el logotipo de la C y la T entrelazadas que se ve en las herrerías, último rastro de la Corporación del Transporte. El Estado tomó el sistema hasta 1979, cuando la dictadura se lo despachó a la entonces Municipalidad, que lo tuvo hasta 1994. Lo que siguió con la autonomía fue el limbo de que el gobierno porteño es dueño, pero el operador es un privado con concesión del Estado federal. Lo que resistía Macri era poner el dinero para operar la red como propia.
Curiosamente, el primer anuncio fue aumentar el boleto a $ 2,50 y el segundo fue que se cerraría la A para adaptar los nuevos vagones chinos al voltaje. La vieja línea todavía opera a 1100 voltios, mientras que las otras van a 1500, y supuestamente esto tomaría tiempo. Pero como explican a coro los expertos como Pablo Martorelli, que preside el Instituto Argentino de Ferrocarriles, la A es bivoltaje y ya fue preparada para cambiar a 1500 voltios con sólo mover una palanca. Tampoco se explica el enorme plazo por los ajustes de vías y rodamentos –el trochaje– que no son tan complicados. Con lo que sigue el misterio.
Que se ahonda al pensar que se trata de apenas 45 vagones de un contrato total de 90 que vaya a saber si algún día se completará. Este número alcanza apenas para 9 trenes y lo hace sólo porque Buenos Aires usa formaciones cortitas. Para mantener en funcionamiento la Línea A al ritmo actual faltarían decenas más de vagones, con lo que es para pensar que se terminarán usando trenes de otras líneas. Con lo que hay que abandonar toda lógica al contemplar un panorama donde se sacarán de servicios trenes que sirven, para reemplazarlos por muchos menos trenes y tener que andar “robando” a las otras líneas...
Este notable berenjenal se corona con el hecho de que la empresa de subtes de la ciudad, Sbase, tiene menos presupuesto este año que en 2012 y que la nueva tarifa bajó perceptiblemente la cantidad de boletos vendidos. Macri anunció que no hará más líneas ni extenderá las existentes, lo que viola explícitamente un buen par de leyes votadas por la Legislatura, y lo convierte en el primer intendente o jefe de Gobierno desde 1986 en decir semejante cosa. Mal cumplida o demorada, la extensión del subte era como una política de Estado para Buenos Aires. Entender la razón política de Macri es un ejercicio en general inútil y fastidioso.
Desde que su jefe de Gabinete irritó a medio mundo al decir que los vagones de la A sólo sirven para hacer un asado, la alarma subió rápidamente y también los esfuerzos para frenar la inminente destrucción de los vagones. Varios legisladores presentaron proyectos de catalogación y algunos presentaron amparos para frenar todo, mientras que los concesionarios de los pequeños comercios de las estaciones están llamando a sus sindicatos y organizando la resistencia ante la ruina inminente y sin razones concretas. Los que quieren al subte como es formaron un grupo llamado simplemente “Por el Subte A” que se comunica por los grupos Google, que este viernes hizo un viaje-performance-volanteada para intentar salvar los vagones, a los que, parece, les espera un futuro nefasto. Los de la foto yacen en un suburbio del Gran Buenos Aires, pudriéndose al aire libre entre los yuyos. A la Línea A ya le robaron sus carteles enchapados originales –que el arquitecto Marcelo Magadán descubrió que se venden por Internet– que fueron reemplazados por copias, aunque Metrovías juró en su momento que los volvería a poner en su lugar. Con la habitual actitud robótica con que tratan estas cosas, en el gobierno porteño ni hablaron de un plan B, de algunas formaciones preservadas y adaptadas para correr los fines de semana, de nada... para ellos son vagones que sirven para hacer asados.
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