Sáb 17.05.2003
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Patrimonio es cultura

Todo bien con la industria del turismo. Pero uno de los elementos fundamentales con que se muestra un país es el patrimonio, recurso no renovable que seguimos destruyendo.

Por Jorge Tartarini

Tierno Galván, un erudito alcalde de Madrid, utilizaba bandos magníficamente escritos para comunicar a los madrileños consejos de urbanidad que superaban por amplio margen las aburridas disposiciones municipales. La calidad y frescura de estas piezas, que rescataban una antigua tradición comunal, quedaron plasmadas en un libro, Los bandos del alcalde. Fuente en la que bien podrían abrevar nuestros ediles, a la hora de comunicar y aconsejar sobre la importancia que tiene el cuidado del patrimonio de todos. Un buen ejemplo, por la contraria, es la reciente campaña en los subtes porteños promoviendo un patrimonio que se sale del edificio histórico y menciona hasta las calesitas.
Esta experiencia de bandos de los ‘80 cedió paso en los neoliberales ‘90 al auge de teorías urbanas de marcado tono mercadotécnico, con una competencia feroz entre grandes urbes para disputarse el mayor número de visitantes. En la década, el turismo se transformó en una de las principales actividades económicas en todo el mundo. Y con él, crecía una epidérmica costumbre: vestir de fiesta la casa, no tanto para sus dueños, sino para armonizar desajustes y escenarios que pudiesen ofender la mirada del otro. Cierto es que gracias a esta floreciente industria, alicaídas economías encontraron nuevos horizontes y se aliviaron niveles de desocupación crónicos. Como contraparte, mal formulado e implementado, el turismo tergiversó definitivamente recursos culturales y naturales ancestrales. Por fortuna, cada vez más, esta disciplina se ha ido especializando, y ya son numerosos los centros de grado y de posgrado en donde se otorga al estudio del turismo cultural la importancia que merece.
Esto permitiría mirar con cierto optimismo un escenario futuro, donde profesionales responsables y bien entrenados tengan anticuerpos suficientes para no engrosar una lista de extravíos, hoy demasiado extensa. Pero no es tan sencillo. Adictos casi incondicionales a asumir como propias necesidades y proyectos de otros, no es de extrañar que suceda con el turismo lo que también acontece en otros sectores de la sociedad: una vasta galería de personajes deslumbrados con experiencias que hoy ni siquiera ocupan el furgón de cola del turismo cultural en otras latitudes. Y también, una nómina aún mayor de expertos en apropiarse de proyectos externos exitosos, pero sin reelaborarlos ni hacer la forzosa adaptación al contexto local, desconociendo recursos y contenidos demográficos específicos.
Bienvenidas sean las campañas publicitarias destinadas a promover el turismo, desde Jujuy a Tierra del Fuego. Pero, junto con ellas ¿no sería indispensable promover otras de similar o mayor magnitud para conocer, valorar y proteger los valiosos ejemplos y escenarios de patrimonio cultural y natural que se promueven? Es en esta última campaña donde con mayor fuerza deberían comprometerse nuestros dirigentes. Porque si “de esto no se habla”, aquello que se promueve perderá su valor y atractivo. ¿Qué turismo se promoverá si se siguen demoliendo y desfigurando excelentes obras de arquitectura, como silos, casas parroquiales, mercados, esculturas y valiosos ambientes con identidad y carácter propios? Y qué decir de las torres de alta tensión y fábricas que diezman las calidades de nuestros paisajes. Comencemos entonces por generar conciencia entre quienes a diario convivimos con este patrimonio.
Poner la casa en orden para recibir a los amigos siempre es saludable. Pero es mucho mejor para nuestra dignidad, como integrantes de una comunidad con un pasado, ideales y sueños compartidos, cuidar y proteger nuestro propio hábitat, como actitud cotidiana, como algo de todos los días. Valorar, desde jalones de nuestra historia cotidiana, hasta las obras monumentales que conforman nuestra memoria como Nación. Hoy existen emprendimientos comunales que procuran enlazar esta –erróneamente– disociada realidad, pero todavía es mucho lo que falta por hacer en cadauna de nuestras ciudades, nuestros pueblos y nuestros paisajes culturales. Los medios en general, que acogen de buena gana la promoción y disfrute del turismo interno, podrían contribuir en mucho a saldar estas viejas asignaturas pendientes, instalando el tema del patrimonio en su real dimensión: como un recurso cultural, social y económico no renovable. En el nivel de nuestros recursos naturales.
De lo contrario, lo coyuntural –como el auge turístico– continuará deslumbrando a propios y extraños, pero con una mirada sin memoria ni futuro, despojada de todo compromiso con la preservación de nuestro patrimonio cultural.

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