Sábado, 16 de febrero de 2013 | Hoy
Por Sergio Kiernan
La tesis de la nota principal de esta página es que el macrismo hace desmanes urbanos por toda la ciudad, contando con la imperfecta percepción del conjunto. Cada vecino ve en su barrio las obras inconsultas, siente la violencia de no ser consultado, hace algo al respecto o simplemente junta bronca. Pero no siente la bronca del vecino del barrio de al lado, que tiene que pasar por su experiencia personal. La 9 de Julio, como se explica en la nota de arriba, es un caso especial, porque es un barrio “de todos”, todos lo vemos y todos lo sentimos.
Lo que no consolará a los vecinos de Juan B. Justo y Boyacá, cuya plaza Roque Sáenz Peña parece una 9 de Julio a escala: está destruida, no hacen las obras necesarias, pero sí una que nadie quiere. Esta vez, el que no le avisó a nadie ni pasó por la Legislatura es el supuesto ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, dispuesto a hacer un segundo monumento en la plaza.
La cosa empezó con el año, cuando los vecinos vieron llegar empleados de una empresa constructora. Por un minuto se ilusionaron con que al fin les harían algunas de las obras largamente pedidas. En la Sáenz Peña hay tres bebederos, pero sólo dos funcionan y mal; la fuente es una mugre de aguas servidas que sirve para contradecir la campaña contra el dengue; el arenero está tan sucio que hasta piojos tiene, los juegos son un peligro y hasta el piso de cemento se raja.
Esta plaza fue víctima de la invasión cementicia que tanto adoran los munícipes y, como se alcanza a ver en las fotos, hasta tiene esos instrumentos de tortura que parecen bancos pero son un bloque de cemento con un caño redondo atrás, muy lindos en el tablero pero insufribles. La Sáenz Peña hasta fue pionera en estas podas asesinas y a fines de 2010 le tajearon un ombú de un siglo largo –en pleno diciembre– que se terminó muriendo, infectado. En los últimos meses las víctimas nuevas son dos ceibos que se van secando sin que nadie los atienda, mientras el sistema de riego anda tan mal y está tan mal colocado que inunda la caja eléctrica, con lo que regularmente hay cortes de luz. La mitad del pasto ya no existe, se murieron tres jacarandáes y cada arbusto que se muere es minuciosamente ignorado por los responsables del parque.
Con lo que los vecinos se quedaron con la boca abierta al enterarse de que los obreros venían a hacerle un monumento a Pappo, el gran blusero argentino y vecino ilustre del barrio, y no a arreglar nada. El asombro viene porque Pappo ya tiene un monumento en esa plaza, a metros de donde se alzaría el nuevo y hasta el más fan se pregunta si el Carpo merece la duplicación. Los vecinos corrieron a su comuna, la 11, a preguntar de qué se trataba y la respuesta fue la de siempre: ni idea, nadie les había consultado o avisado.
Resulta que los vecinos de la Roque Sáenz Peña no son gente de callarse y hace once años que autogestionan su plaza, que todavía funciona básicamente gracias al pulmón local. El 16 de enero lograron entrevistarse con Diego Santilli, el ministro de Espacios Públicos y Medio Ambiente porteño, que es perfecto en su inexperiencia en ambos temas. Santilli, que no es zonzo, les dijo a los cien vecinos que lo enfrentaban que la obra no era suya, que no tenía permiso ni ley, y que el que la había encargado era Federico Urtubey, jefe de Gabinete del ministro de Cultura Lombardi. Hizo bien el ministro en desligarse de este desastre en particular, porque los demás sí son de su alzada.
Cuentan los vecinos que no hubo manera de hablar con Urtubey o Lombardi, de ver los planos o diseños para el monumento, ni de enterarse por qué se hace un monumento que ya está hecho. Como se ve en la foto, la estructura quedó abandonada apenas empezada y mide seis metros de largo, un regio paredón para una plaza de barrio. Los vecinos ya juntaron cientos de firmas contra la idea –se reciben en asambleavmysr @hotmail.com– y no es necesario ser muy imaginativo para pensar en lo que sería inaugurarlo si algún día lo terminan.
¿Es mucho pedir que consulten las prioridades?
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