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Sábado, 30 de marzo de 2013

Una vuelta a la semilla

Diseño e industria se encuentran en una firma que recuerda sus orígenes y pone mucho en crear a varias escalas.

Una de las penas del diseño argentino es el abismo entre el dibujito y la fábrica.

Como si fueran poetas nunca publicados, los diseñadores llevan su genio en cuadernos y carpetas, se conforman con ediciones de autor y envidian a los que, en otras latitudes, pueden crecer inventando cabinas telefónicas, zapatillas multinacionales, aviones de combate o aunque sea electrodomésticos. La escasa ósmosis entre unos y otros es en parte porque buena parte de la industria local es, en rigor, extranjera: andá a convencer a una multinacional de cambiar el color de una etiqueta sin permiso de Chicago, Amsterdam o París. Este proceso resuelve, por ejemplo, el misterio de que en este país hubo televisores de buen diseño local, calculadoras electrónicas hoy coleccionadas y hasta uno de los primeros cartones a la tetrabrik, mientras que hoy todo es igual que en China.

La segunda razón es la timidez de los industriales realmente argentinos a la hora de invertir, entender y usar el diseño como agregador de valor, como etiqueta propia. Y en esto resulta que no todo está perdido, porque hay gente que no sólo entendió este tema sino que más bien lo recordó. Un ejemplo lleva el rotundo nombre de El Espartano, una empresa textil reconcentrada en las alfombras y con 70 años por estas pampas.

La familia fundadora llegó antes de la Segunda Guerra Mundial portando en el barco –es leyenda– un telar desarmado. Pese a que eso de tejer alfombras está asociado más con turcos, armenios y árabes, resulta que los griegos tienen

una muy añeja tradición propia, aunque no crearon un diseño propio identificable. De hecho, los espartanos aporteñados arrancaron creando alfombras al estilo persa, el standard estético de aquí y del mundo en esos años. Para 1942, el taller y la marca se estrenaban con veinte tejedores e hilanderos, lo que marcó a la empresa de modo indeleble: El Espartano insiste en comprar la lana, tratarla, hilarla y colorearla todavía hoy, un control al que no renuncian.

El Espartano fue creciendo de a poco, literalmente a mano, por veinte años. Este tipo de ritmo posibilita formar personal, transmitir saberes, fijar procedimientos. En 1962 abren su primera planta industrial, en Olivos, y en 2000 tuvieron la audacia de abrir otra, en Don Torcuato. Entre las dos fábricas, la firma tapizó medio país –infinidad de hoteles, restaurantes, salones, cines, casinos, bingos– y ya parece que medio Brasil, además de exportar a todo el hemisferio y a unos cuantos mercados que sorprenderían a más de uno. Como cuentan con humor, los dueños pasaron del tapete persa a la aburridísima moquette lisa de los sesenta y setenta, a la vuelta del motivo y el diseño. Y recorrieron el espinel entero de la lana pura, la lana con nylon y el económico polipropileno.

Pero lo que siempre quedó fue una memoria muy sólida, un sabor, del tema del diseño. Con la tercera generación haciéndose sentir –dos hermanos, nietos de los del barco–, El Espartano tomó una decisión realmente notable, la de transformarse en una empresa de diseño.

Por ejemplo, creando un laboratorio propio de diseño, pleno de invitados, arquitectos, creadores, dibujantes, interioristas que van y que vienen. Y creando talleres o actividades con estudiantes, cosas que incluyen el uso de sus productos para experimentos como inventar mobiliario a la simple invitación a entender una fábrica, dosis de realidad a veces escasa. También

hay inversiones muy puntuales, como una máquina capaz de trabajar en ocho colores en producciones de apenas 300 metros a un costo razonable. Esto parece menor hasta que se calcula que trescientos metros es un hotel boutique, un restaurante grande o un salón en nada exagerado. Estos clientes nunca, pero nunca podían tener un diseño exclusivo, con “sus” colores o “su” motivo propio. Con esta tecnología, el cliente puede mandar su diseño o crearlo con el equipo de El Espartano y recibir una muestra física, literalmente un gran pedazo de alfombrado para tocar y caminarlo. Philip Starck lo hizo aquí en Buenos Aires, creando combinaciones especiales para sus interiores locales. A esta estrella del diseño la terminó de convencer que los productos tienen la combinación canónica a nivel internacional, 80 por ciento lana y 20 nylon, y todas las certificaciones hoteleras e industriales posibles.

Otra máquina habilita la creatividad a una escala todavía más personal y artesanal. Un marco estira una base neutral, como la tela de un pintor, sobre la que se proyecta un diseño como una diapositiva.

Así se dibujan el motivo o la imagen, nuevamente como si fuera el primer boceto de un pintor sobre su tela. La alfombra, de dos por dos metros, se dibuja con una pistola que va poniendo los hilos, color por color, hasta construir una pieza literalmente única.

Estas maquinarias y el laboratorio propio permiten “agitar lo creativo”, una linda frase de los hermanos poco escuchada entre industriales. En este ámbito se prueban ideas, se juega con posibilidades y se arman escalas diferentes.

Otro laboratorio, el de sustentabilidad, anda inventando cosas de reciclado realmente llamativas, como el uso de sobrantes de hilo –al parecer, un clásico hasta ahora inevitable de esta industria– para crear carpetas a menor escala. Esto implicó, más que buenas intenciones, la importación de una máquina italiana dedicada a ese uso específico. El Espartano está tramitando la certificación de varios de sus procedimientos.

Claro que detrás de toda esta vocación por lo pensado y hecho a mano hay espaldas industriales. El Espartano exporta mucho y está presente en un sorprendente número de ámbitos públicos en el país. Lo que comentan sus directivos es que venden mejor y más cuando el producto tiene diseño, cuando muestran que pueden seguir al cliente en sus gustos y necesidades.

La reciente inauguración de una línea de producción de tejido Axminster abrió nuevas puertas con alfombras muy fuertes, el standard cinco estrellas en el mundo entero.

Pero a la vez, los hermanos andan tratando de solucionar un viejo problema del cliente individual: ¿por qué es tan difícil comprar alfombras? Un despunte de experimentación, también creado con gente de afuera del gremio pero muy creativa, es la línea de felpudos con frases que se venden en tiendas de diseño. Además de un producto simpático, es una prueba de que las alfombras se pueden elegir para llevar “bajo el brazo” o en el carrito de compras.

Hay algo importante en esto de andar abriendo puertas.

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