Por sus medios amigos, el macrismo empezó a abrir el paraguas por las obras del Lezama, que podrían ser controladas por la Comisión Nacional de Monumentos.
Los medios de comunicación que le responden al macrismo y que lo miman en estos días en que arranca la campaña electoral, están confundiendo el famoso rábano por sus no menos famosas hojas. Esto no es casual, porque así como festejan acríticamente la densificación de ciertas áreas inundables –ver aparte– critican cosas que simplemente no ocurrieron ni ocurrirán. Este jueves, Clarín se lució afirmando que el gobierno nacional “quiere sacarle a la Ciudad el Parque Lezama”.
La nota es una interpretación o ignorante o aviesa de la iniciativa de la diputada kirchnerista María del Carmen Bianchi de crear, por ley federal, un monumento histórico nacional en todo el entorno del viejo parque. Como se sabe, el Museo Histórico Nacional ya tiene esa categoría de protección, pero no queda muy en claro el nivel de protección del parque en sí. Según Clarín, esto significaría “quitarle” el Lezama al gobierno porteño y administrarlo desde el gobierno nacional. Es simplemente un disparate.
Los monumentos históricos pueden ser del Estado nacional, de estados provinciales, de municipios o concebiblemente de privados. También pueden ser espacios o paisajes naturales, y de ninguna manera significa que sean expropiados, administrados, mantenidos o apropiados por la Nación. Lo que ocurre es que la comisión nacional específica pasa a ejercer el control a los desmanes que se puedan hacer en obras, remodelaciones, mantenimiento, equipamiento y otras yerbas, aprobando o prohibiendo ciertas novedades.
El encargado actual del Parque Lezama es el ministro Diego Santilli, que no tiene el menor antecedente en Espacio Público o en Ambiente, nombres de su cartera. Santilli es contador y político y recibió esa cartera luego de un paso por la Legislatura en el que no se lució precisamente. El ministro tiene además serios problemas para respetar la ley, como mostró en la plaza Bolivia, en la esquina de Libertador y Olleros.
Santilli no sabía, ni preguntó, que esa plaza frente a la estación de trenes es legalmente parte del Parque Tres de Febrero y que el plan que había preparado para remodelarla –toda modernita, con farolitos chinos y mobiliarios de design– no se podía llevar a cabo. Es que el Parque Tres de Febrero tiene una legislación especial en cuanto al estilo de farolas y otros elementos. Santilli gritó varios días y trató de obligar a las autoridades del parque a “no darse cuenta”. Como no lo hicieron, terminó la plaza como marca la ley y luego se cargó a todos los que resistieron sus caprichos estéticos.
Ahora Santilli afirma que “no encuentro fundamentos serios para este proyecto de ley”, lo cual es por lo menos insolvente. El Lezama es un sitio de incalculable valor histórico, serio candidato a ser el lugar donde desembarcaron los españoles en 1536 y donde arrancaron esta ciudad. Tiene un edificio ya único en su tipo –los demás fueron demolidos sin contemplaciones– y partes del parque son vintage 1800, con un paseo original de la quinta de los Lezama. Que alguien como el actual ministro de Espacio Público tenga piedra libre en este ámbito es más que preocupante...
Lo que el proyecto busca es ponerle por encima a Santilli la autoridad técnica de la Comisión Nacional, que tiene la palabra final en aceptar o prohibir toda intervención en un monumento o lugar histórico. En esta plaza se alzan el monumento a Pedro de Mendoza –hacia la esquina de Defensa y Brasil–, el anfiteatro sobre Brasil, el templete de Venus, el monumento a la cordialidad en Martín García e Irala y el cruceiro. En el templo de Venus, no muy coherentemente, hay una Diana Cazadora y afuera la flanquean el Invierno, la Vid, la Primavera y una Palas Atenea. También hay una loba capitolina con su Rómulo y su Remo, la madre Teresa de Calcuta, un Neptuno y unas Náyades en la fuente y una doble fila de copones de mármol del bueno en el paseo. Y además hay árboles, barrancas y espacios que no pueden ser remodelados y cementados sin perder algo.
Y finalmente está el tema del enrejado. La foto adjunta a esta nota muestra que el Lezama ya tuvo su reja, pero una como manda el arte y no la porquería de fierritos soldados, sin murete de sostén, que Santilli insiste en infligir a todo espacio público que puede. Si es necesario cerrar el acceso al parque, que sea al menos restaurando y reconstruyendo un elemento original de su urbanización que algún Santilli del pasado mandó a destruir.
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