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Sábado, 29 de junio de 2013

La vuelta de Charlotte

La muestra “Charlotte Perriand y el Japón” coincidió con la
Bienal de Diseño de Saint Etienne y destacó el genio de una
de las mujeres más visionarias del diseño del siglo XX.

POR LUJAN CAMBARIERE

El hermoso museo de Arte Moderno de Saint Etienne se lució al hacer coincidir con la Bienal Internacional de Diseño la muestra “Charlotte Perriand et le Japon”. Es una exposición que de algún modo y sin pecar de agresivos, viendo la magnitud y dimensión creativa de esta tremenda mujer, hace sentir que después de ella hay mucho diseño o diseñador que sobra. Es que ella no sólo proyectó increíbles piezas sino que tuvo una enorme influencia, en muchos casos llegando a la copia.

Mucha mujer

Arquitecta y diseñadora francesa, nació en octubre de 1903 y falleció 96 años después, también en octubre. Hija de un sastre y una costurera, estudió en la escuela de la Unión Central de Artes Decorativas y con tan sólo 24 años ya recibió la aclamación de la crítica con su “bar bajo el techo”. Era un espacio en acero cromado, vidrio y aluminio anodizado ideado en un altillo que sorprendió al mismísimo Le Corbusier, que después de verlo, gracias a su primo y colaborador Pierre Jeanneret, la invitó a trabajar en su estudio. Vale contar que ella se había presentado tiempo antes a tocar su puerta y él la había despachado con una frase poco feliz y top ten si existiera un ranking de machista design: “Acá no se bordan almohadones”.

A pesar de este comienzo, Perriand se ganó su espacio en el estudio de Le Corbusier a puro talento, ocupándose por diez años del área de mobiliario como encargada de “los estantes, las sillas y las mesas”. Algunos de esos que ahora uno ve en la muestra a los que no les falta ni sobra nada. Ligeros. Livianos. De una factura, terminación, balance y encastre impecables. Hasta entonces, Le Corbusier había amueblado sus espacios con objetos que no eran de su autoría. A partir de Charlotte, el mobiliario y los objetos se basaron en los recursos a su alcance, sirviéndose en los primeros años de su producción sobre todo de la industria automovilística y aeronáutica, desarrollando piezas en caño cromado y cuero.

El resultado fueron piezas de una gran trascendencia en la historia del diseño y descollantes en la actualidad. El sillón Grand Confort, hecho a base de mullidos almohadones de cuero abrazados por una estructura de aluminio, tremendamente cómodo y envolvente. La emblemática chaise longue LC-4 de 1928, otro de sus grandes éxitos y sin duda un clásico del diseño cuya autoría se suele atribuir exclusivamente a Le Corbusier cuando en realidad lo diseñó ella en colaboración con Jeanneret. Compuesta de dos estructuras diferenciadas, la de apoyo y la del asiento, gracias a la curvatura de la segunda se puede modificar la inclinación e incluso situarla en el suelo para que se acompañe de un vaivén natural. Sus sillas, de estructura de acero tubular cromado, resultan normales hoy, pero fueron revolucionarias entonces, y siguen siendo copiadas hasta el hartazgo, como sus bancos y taburetes de tres patas cortas redondeadas.

En 1937, Perriand deja el estudio de Le Corbusier, tras todos esos años de trabajo, y comienza a poner su atención en materiales más tradicionales y formas más orgánicas. Se dedicó a la investigación en términos de prefabricación y viviendas moduladas y colaboró con Jean Prouvé. Pero es sobre todo su viaje a Japón entre 1940 y 1942 lo que muestra lo visionaria, osada y moderna en el más amplio sentido de la palabra que fue. Para crear, pero sobre todo para vivir. De hecho, cuentan que encontraba su equilibrio físico y emocional escalando montañas.

Charlotte en Japón

La invitación a Japón le llegó por medio de Junko Sakakura, un colega en el estudio de Le Corbusier. El encargo fue trabajar como asesora sobre los gustos occidentales en relación con el diseño contemporáneo en el Ministerio de Comercio e Industria. En Japón dio una serie de conferencias e hizo múltiples visitas a estudios y talleres, organizando entre marzo y mayo de 1941 la exposición “Selección-Tradición-Creación” en los locales comerciales de Takashimaya, en Tokio y Osaka.

A partir de entonces, su estilo se vio fuertemente influido por la estética oriental, donde entró en contacto con el movimiento Mingei. En Japón refina su interpretación de la experiencia de vivir fusionando elementos orientales y occidentales, en los que la tradición y la modernidad alcanzan la conexión perceptible con la naturaleza. Su amor por las piedras y los bosques se fortalece en el paisaje de las islas. De hecho, detallan quienes la conocieron, como buena fotógrafa que era, se ocupaba de retratar todo tipo de elementos naturales (caracoles, maderos que encontraba en la playa, ríos) a los que tomaba como inspiración para diseñar sus mesas, estanterías, sillas, sillones y sofás.

La Segunda Guerra Mundial la encuentra, incómodamente, en territorio japonés. La diseñadora trató de volver a París, pero quedó atrapada en Vietnam, donde vivió cuatro años, hasta que terminó el conflicto. Acabó siendo pionera en la aplicación de otro material, ahora definido como el acero vegetal, el bambú. En la actualidad, la empresa Cassina produce y comercializa la chaise longue Tokyo, reinterpretación de la original, pero en bambú, que la diseñadora firmó durante sus años asiáticos y que nunca, hasta hace unos años, había sido producida de manera industrial.

La vida asiática marcó los nuevos intereses de Perriand, cuando, de vuelta en París comenzó a diseñar mamparas y también viviendas prefabricadas. “Fue el proceso de análisis, no un estilo, lo que nos marcó a los modernos”, escribió en su autobiografía Une vie de création, publicada en 1998, un año antes de que, ya nonagenaria, falleciera en París.

En 1946 vuelve a Francia, por requerimiento de Le Corbusier. Su estancia en Asia marcaría el resto de su producción, decantándose por materiales más vegetales y la proyección de espacios modulados basados en la vivienda japonesa. Fue una amante de su trabajo hasta el final, denominando su propia vida como “Una vida de creación”.

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