Sábado, 14 de septiembre de 2013 | Hoy
La Justicia hizo una inspección ocular en la ya demolida casa del poeta. Una oportunidad para escuchar a los funcionarios diciendo lo suyo.
Por Sergio Kiernan
Este lunes a las tres de la tarde, el juez Víctor Trionfetti, titular del juzgado Contencioso, Administrativo y Tributario 15 de esta ciudad, hizo una inspección ocular en lo que queda de la casa de Evaristo Carriego. Trionfetti es un hombre paciente, que sabe marcar límites y un evidente veterano de estas lides, de los que ya escucharon de todo en la vida. Estas características le sirvieron esta semana para calmar los ánimos de vecinos y amparistas deprimidos por el espectáculo, y para bancarse con ecuanimidad las sanatas de ciertos funcionarios empeñados en mostrar como un avance la desaparición física de un bien patrimonial.
De la casa, biblioteca pública y casa de poesía en la calle Honduras queda una tapera perforada. La casa tenía dos ambientes, uno adelante, otro atrás, más la pieza de altos –camino a la terraza– sobre un baño y una cocina. Todo el fondo ya desapareció por completo, excepto el retrete conservado para uso de los trabajadores. El ambiente de atrás no tiene techo, todos los pisos fueron retirados y nadie tiene idea de dónde fue a parar la baranda de metal ornado de la escalera, que los vecinos vieron en un volquete.
Por todas partes, hay perforaciones y estructuras de metal donde se volcará hormigón para hacer columnas, y ya se ven vigas de metal para lo que será el primer piso. Con tono de vendedoras de inmuebles, las funcionarias de la Ciudad comentaron con alegría que así se iba a duplicar la superficie de la casa. El ingeniero a cargo del contrato, visiblemente molesto, explicó que habían “hasta aceptado” conservar la fachada, pese a que está inclinada, sin percibir que si le hacen un primer piso por encima no se está conservando nada en absoluto, sino deformando un resto. El profesional estaba muy preocupado por el estado de unas bolsas de cemento acumuladas en lo que fue la sala de lectura: le pidió al juez que se expidiera antes de los noventa días, para que no se arruinen. Trionfetti le aseguró que no habrá ningún problema.
La directora de Bibliotecas de la ciudad hizo una intervención muy emocional, diciendo al juez que el lugar estaba muy arruinado antes de la obra y que por eso había que demolerlo. El juez escuchó con paciencia este curioso argumento y no preguntó por qué no habían hecho mantenimiento. Luego, terminada la audiencia formal, lo arrinconó Liliana Barela –luciendo el pelo suelto, sin las trencitas que tanto daban que hablar–, que pese a ser directora de Patrimonio lo trató de convencer de que reconstruir o arreglar cualquier cosa en la casa Carriego era hacer “un falso histórico”. Esta curiosa noción estuvo ausente en el discurso de Barela durante, por ejemplo, las obras en el Teatro Colón, donde se hicieron “falsos históricos” por todas partes sin que ella objetara. Por el contrario, cada bronce copiado, cada tesela repuesta y cada madera restaurada fueron motivo de su encendida defensa.
El colofón de esa tarde fue que Barela y su colega bibliotecaria se dedicaron a fotografiar con un celular al perito judicial que se quedó conversando un rato con los amparistas en la puerta de la casa. ¿Será un nuevo deber que les impusieron? ¿O no les piden tanto pero lo hacen por vocación?
Tal vez podrían ir a trabajar con el inminente ex ministro de Espacios Públicos y Ambiente Diego Santilli, que fue expuesto por la Justicia porteña por su negativa contumaz a cumplir fallos. El juez Andrés Gallardo lo condenó, con total originalidad, a sufrir una leyenda alusiva a sus incumplimientos en toda su campaña política. Si esto parece desmedido, hay que pensar que Santilli insistió en que un borde de escombros y yuyos sobre el río en Costa Salguero constituye un camino de sirga. Como estos caminos tienen rango constitucional desde 1853, a la Justicia no le hizo mucha gracia la avivada. Gracias a Gallardo, el público supo que el macrismo en el poder lleva 29 fallos judiciales firmes –apelados y perdidos hasta el fin– sin cumplir.
Una pregunta insoportable: ¿qué hacía María de las Nieves Arias Incollá este jueves disertando en el coloquio de la Defensoría General porteña en la Manzana de las Luces? La funcionaria que siempre se negó a jugarse ni un poquitititito por el patrimonio cuando lo tuvo a su cargo, en tiempos de Aníbal Ibarra y Jorge Telerman, hizo un verdadero llamado a la resistencia, a jugarse y protestar. Fue una sorpresa para los que recordaban claramente que cuando era funcionaria de rango repetía, con su jefa Silvia Fajre, que “no se podía luchar contra intereses tan poderosos”.
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