Sáb 26.10.2013
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Empedrados truchos

El gobierno porteño quiere liquidar la protección legal de los adoquinados de la ciudad, cambiando la ley. Para convencer a los legisladores, “dibuja” un relevamiento con niveles de error de hasta el 60 por ciento.

› Por Sergio Kiernan

Como se dijo en este suplemento, el gobierno porteño está buscando blanquear y legalizar su vocación de retirar los empedrados de nuestra ciudad. Se ve que los contratos interesan, pero los contratistas se quejan por la batalla contra los vecinos, que lejos de festejar el progreso del asfaltado presentan amparos y protestan. La solución es buscar una ley que derogue efectivamente la que protege estos pavimentos históricos. Parte del proceso es mentirle a la Legislatura, presentando un relevamiento trucho de toda truchez, que subestima gravemente la cantidad de cuadras y calles afectadas. La idea es hacer una ley que diga qué cuadras están amparadas y dejar lo demás libre para los negocios. Para eso, hay que convencer a los legisladores de que hay lo menos posible, para liberar lo más posible a escondidas.

Para dar una idea de la proporción de este engaño, el arquitecto Marcelo Magadán se puso a caminar. Magadán, que es un especialista en patrimonio de los más serios y prestigiados, arranca avisando que Buenos Aires tiene unas 25.000 cuadras de calles y avenidas, de las que 16.000 presentan mucho, poquito o nada de empedrados. Sorprendentemente, esto incluye hasta dos cuadras con restos de los tacos de madera del siglo 19 en Sáenz Peña al 1100 y Cátulo Castillo al 2700.

El Ente de Mantenimiento Urbano Integral del gobierno porteño declaró que existen 3875 cuadras con algo de empedrado, menos de la cuarta parte del total estimado. Si los legisladores se dejaran llevar por este número, le dejarían al macrismo librar contratos para tapar el 75 por ciento de las cuadras empedradas. Los mismos números de la Ciudad, descubre Magadán, desmienten este verso. Resulta que en 2010 el macrismo gastó buenos dineros en un Plan de Acción Buenos Aires en el que se afirma que el 30 por ciento de las calles porteñas son de hormigón –asfalto en serio, con base dura– y el 20 por ciento con piedra a la vista. La mitad de las calles de nuestra ciudad se componen, entonces, de empedrado tapado con asfalto. Lo más divertido del asunto es que estos números aparecen en el capítulo 7, dedicado a advertir de la “isla de calor” que crea tapar esta superficies.

El 20 por ciento citado arriba significa que el EMUI se “olvidó” de 1125 cuadras que sus colegas del plan contaron por buenas. Pero si se lo compara con las 16.000 que se calcula existen y son recuperables, la diferencia es abismal y tramposa. Magadán, que es muy prolijo, se puso a caminar para ver dónde caía el porcentaje de trampa. Lo hizo planilla del EMUI en mano, por San Cristóbal, Barracas y Parque Patricios, barrios patrimoniales, y a lo largo de ochenta cuadras. El arquitecto encontró irregularidades que superan por mucho cualquier margen honesto de error.

Así, había trece cuadras de adoquines a la vista que no figuraban en el relevamiento del EMUI, 32 cuadras de adoquinado asfaltado parcialmente por encima, en cinco cuadras con la cuneta a la vista, y dos cuadras de tacos de madera parcialmente asfaltados por encima. Esto es, 57 de 80 cuadras estaban mal catalogadas, una tasa de error de casi un 60 por ciento.

Los legisladores deberían temer estos “estudios” del macrismo, que siempre se equivocan para el mismo lado. Este gobierno tiene una pasión por destruir empedrados que se nota en otro número oficial, el que dice que tiene 50.000.000 de adoquines en depósito, todos retirados de alguna calle. Estos cincuenta millones de piezas equivalen a unas 1430 cuadras urbanas, de cien metros de largo y diez de ancho, calculando 35 piezas por metro cuadrado de superficie terminada. Es una destrucción vasta, inútil, contraria a toda razón y sólo justificable por las ganas de dar contratos a la industria mimada de Mauricio Macri y sus ministros del ramo. Tanto, que tienen que mentir en sus “relevamientos” para que parezca que se hará menos.

Las brujitas

La Cámara porteña terminó dándoles la razón a los amparistas que buscaban proteger los vagones de madera de la línea A, básicamente tirados a la basura por el macrismo. Así se confirmó la orden de la jueza Elena Liberatori en el caso presentado por la legisladora María Rachid, FpV, para que no se conserven apenas unos pocos vagones para un tren histórico sino que se salven los 78 retirados de servicio. Esto es, escribieron los jueces Mariana Díaz y Carlos Balbín, porque los vagones podrían resultar “patrimonio cultural de la ciudad” –así, en el condicional– con lo que es prudente custodiarlos. Un caso más en que la Justicia plantea algo que debería ser una obviedad, pero que el actual gobierno porteño no puede ni entender.

Los vagones así amparados están en el predio de Mariano Acosta 2497, según Sbase con custodia, montados sobre tramos de vía y hasta con matafuegos por si hay un incendio. Cada uno está cubierto con una lona plástica como las que usan los acoplados de los camiones y que, según dijo el titular de la firma estatal en su lamentable y recordada charla en la SCA, son regularmente levantadas para ventilarlos. Claro que según el informe que la misma Sbase le envió a la Justicia, se compraron sólo 75 de estas lonas, con lo que al menos 3 están al aire libre. Y no se sabe en qué estado están los vagones, ni si se hizo un inventario serio de sus partes y faltantes.

El macrismo se comió este amparo por su habitual falta de capacidad de gestión, un aspecto que no se discute como se debería. Hay cosas que se explican básicamente por su vocación de negocios, pero también por la simple incompetencia de sus gestores. Proteger estos vagones en serio implica una inversión muy seria, la construcción o asignación de un espacio techado, un equipo abocado al tema y, ya que estamos, alguna idea de qué hacer con el material. Nada de esto fue previsto o imaginado siquiera en un año electoral en el que había que hacer gestos poderosos. Los macristas pensaron que quedarían en el bronce como los que “al fin” cambiaron los vagones centenarios. Como no tienen idea de qué hacer ahora, le pasan la pelota a la Legislatura, a la que le van a “preguntar” qué hacer con las brujitas.

Por Casa FOA

Cada vez más pequeña, la feria de decoradores cumple “30 casas” en la planta baja y el primer piso del viejo Banco Tornquist, de Bartolomé Mitre y Florida. Como el edificio es de Alejandro Bustillo, nuestro maestro de la elegancia, y como el Tornquist es una de sus obras más elaboradas y mejor pensadas, todo el despliegue es un error. El Bustillo se come una serie de ambientes repetitivos y comerciales como quien se come una aceituna. Todo lo que los “diseñadores” presentes logran es comerse un contraste brutal entre la calidad del ambiente y la falta de ideas que presentan. Se salva apenas un ambiente que exhibe anticuariado, porque al menos las texturas se encuentran.

Esto es en parte por la materialidad de ambas cosas. Mientras uno admira hasta los picaportes de Bustillo, por no hablar de los ambientes con boisseries, todo lo que se exhibe parece de plástico o enchapado. Lo que fue el salón de directorio, con su mobiliario de maderas duras, deja las lámparas y objetos exhibidos como algo proveniente de algún todo por dos pesos para decoradores. Ni hablar de los tantos “ambientadores” que cubrieron los pisos de buena madera con “algo más moderno”, flotante y hecho a máquina, y los que bajaron los cielorrasos con plafones descartables con esas lucecitas enfocadas. Si quisieron cambiar las proporciones de los cuartos, no lo lograron, porque el clasicismo de Bustillo sobrevive sin transpirar estas boberías.

Y también es en parte porque la única idea sobreviviente es la de la novedad, lo que lleva al más pintado al barrio feo de la tilinguería. La señal es fuerte y de arranque: alguno cubrió partes del gran hall de entrada, uno de los mejores ambientes de Buenos Aires, con gigantografías y espejitos... Casa FOA cobra una entrada en serio, no tiene ni siquiera un guardarropa y deja el gusto raro en la boca de ver un Bustillo tratadito así nomás.

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