Que el Palacio Legislativo recupere las esculturas de Lola Mora incluidas en el plan original –aunque sea en copias de altísima precisión– es de por sí una alegría. Significa que al final de un siglo y monedas, por fin vemos el edificio como se planeó para el Centenario, con excepción de la penosa reja que se le colocó a la escalinata, de ínfima calidad material y casi una parodia del diseño original de los lados. El contraste entre estos dos elementos, esculturas y reja, ambos colocados con pocos años de diferencia, permite pensar un par de cosas sobre el paradigma de arquitectura y el gusto público de hoy.
Las esculturas de Lola Mora son obra de una artista de genio y fueron retiradas sólo debido al puritanismo de la época. Mora utilizaba desnudos, como todo artista en un lenguaje figurativo educado en la gran tradición que ya abandonamos, pero sus desnudos tienen una sensualidad muy sincera. Eso los hace realmente modernos para nosotros, pero les aflojaba el corset a las señoras de 1913. Los originales están custodiados por Jujuy, provincia natal de Mora, que se negó a sacarlos de su Legislatura para “devolverlos” a un Congreso que tuvo su chance y la perdió. Las réplicas que se reinstalaron el fin de semana pasado son de alta tecnología, fidelísimas y con la textura del mármol, con lo que más allá del purismo y de lamentar no tener las verdaderas, se puede ver cómo iba a quedar la fachada según el plan original.
El Congreso Nacional tiene un frente principal de una fuerte horizontalidad que ni la elevación de su cúpula ni su fuerte columnata pueden realmente compensar. Este ángulo siempre dio la impresión de que algo faltaba, una dimensión vertical, con lo que daba para cuestionar al autor. Lo que se ve hoy no alcanza para los laureles pero avanza en la dirección correcta, que es la vertical: las esculturas blancas, ascendentes y montadas sobre un fuerte bloque blanco a cada lado de los escalones principales, crean una dinámica del conjunto. De paso, viendo que las piezas de Lola Mora son apenas un porcentaje pequeño de la masa constructiva, se aprecia su poder expresivo.
Las esculturas son, en diseño si no en materialidad, viejas de un siglo y una muestra del gusto público de la época. Esa Argentina podía confiar en lo público y lo privado para su paisaje urbano: arte, buena arquitectura, generosidad de proporciones, materiales nobles. Luego, en los sesenta, parece que nos convencimos de ser pobres y nos relevamos de toda obligación de hacer algo bien. Lo único importante es no gastar... y terminamos destruyendo cosas buenas para crear versiones más baratas, olvidables.
Con lo que el Plan de Restauración del edificio que lleva adelante el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, es un signo de cuidado de algo particularmente valioso. A un año de trabajos, todas son alegrías en un edificio simbólico como pocos. Cuando esté terminado el largo y delicado trabajo de limpiar y consolidar las fachadas, con las piezas de Lola Mora en su lugar, sólo faltaría retirar las rejas truchas para tener un lujo de Congreso.
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