Sábado, 14 de diciembre de 2013 | Hoy
Una subasta anunciada movilizó por la confitería Richmond, mientras los militares votaron vender parte de su Círculo Militar.
Por Sergio Kiernan
nEsta semana tuvo los sustos a los que los patrimonialistas ya estamos acostumbrados, como el anuncio del remate de los muebles y mesas de billar de la confitería Richmond, pero a último momento se agregó una verdadera sorpresa. Como hace tiempo no pasaba, el sapo vino del lado castrense, porque el Círculo Militar votó este jueves vender su gimnasio, un gran edificio racionalista que va del jardín interno a la calle Esmeralda. La mala nueva movilizó y mucho, como se verá.
El genio comercial que quiso hacerse un buen dinero cerrando el Bar Notable y confitería histórica que le dio su nombre al Grupo de Florida debe estar todavía en el freezer. La idea, de hace bastante más de un año, era cerrarla y transformar el local en una tienda Nike. La multinacional se borró instantáneamente ante el papelón mediático, los repudios y amparos, tal vez recordando el Waterloo de imagen que sufrió el Citibank cuando le cambiaron el nombre al Opera. Ahí quedó la confitería, en el mayor abandono, ahora sepultada de carteles pegados y transformada en dormitorio de los homeless.
Pero esta semana apareció en Internet la noticia de que una casa especializada en remates gastronómicos ofrecía su mobiliario, equipos gastronómicos y mesas de billar. Claudio Izsak Remates tiene sede en Chacarita y, de acuerdo con su página web, se dedica solamente a liquidar bares y restaurantes. Esta semana tenía tres eventos, uno en provincia y los otros en la Ciudad. El de la Richmond era este martes a las 15 y ofrecía un listado de las mesas y butacas forradas, con y sin brazos, que marcaban el estilo de la casa.
La reacción fue inmediata. La diputada porteña María José Lubertino se presentó ante la jueza Cabezas Cesato denunciando que la venta anunciada violaba la ley, porque los objetos de la Richmond estaban incluidos en el amparo. De paso, así se pudo comprobar que no existía autorización u orden alguna judicial que permitiera el remate, ni tampoco una comunicación del Ministerio de Cultura autorizándolo. Según los papeles, alguien se mandó y listo a crear un hecho consumado y ver algún peso, al fin.
A las doce del mediodía ya había un grupo de activistas, con la incansable Mónica Capano a la cabeza, abrazando simbólicamente la confitería. También repartían un volantito dedicado a los posibles compradores en la subasta, con una fuerte advertencia: “¿Usted sabe que compra bienes que son patrimonio de la Ciudad de Buenos Aires, protegidos por la Ley 1227, por lo que pueden caberle sanciones penales y las previstas por la Ley 451?” La idea era que alguien que necesitara alguna butaca para su bar, o una mesa de billar, se buscara un modelo menos conflictivo.
A las tres no hubo remate, pero sí mucha gente parando por Florida para preguntar qué pasaba, y varias cámaras de televisión y móviles de radio. Lo que no había era la menor reacción, presencia o manifestación de interés del pseudo ministro de Cultura porteño Hernán Lombardi, supuestamente a cargo del tema. Como se sabe, Lombardi es un especialista en Turismo que ocupa el ministerio sólo por la crisis del 2007, cuando Mauricio Macri iba a asumir y percibió que en todo el PRO no tenía una figura de la cultura. Tras un par de papelones, Lombardi tomó el lugar como para que se acabaran los mamarrachos públicos. Eso lo hizo bien, pero de ahí a tener una gestión cultural... Según parece, ni del lado de la gestión macrista ni del de los dueños nuevos de la Richmond parece haber alguna idea para salir del impasse. Este tipo de anuncios raros, como el del remate, da la impresión de que los hacen para ver si estamos prestando atención.
El Círculo Militar fue fundado con el cierre de las guerras civiles, en tiempos de Roca, como una manera de amigar y socializar a gentes de armas que hasta hacía poco habían andado en eso de matarse mutuamente, pero se encontraban de golpe encuadrados en esa novedad, un Ejército Argentino. Nacido en un cuartel, el grupo fue alquilando diversas sedes y mostró un gusto temprano por las grandes residencias, que terminó en 1938 con la compra subsidiada y a buen precio de un premio mayor, el Palacio Paz, de lo mejor que se hizo por este sur.
José C. Paz, de la familia de La Prensa, picó bien alto y encargó una casa de 12.000 metros cuadrados, más jardín, con anteproyecto y fachadas del francés Sortais, y terminación y dirección de obra de Carlos Agote. El resultado es verdaderamente imponente y un despliegue como pocos, porque el palacio tiene tres fachadas sobre un terreno irregular que le permite elongarse sobre Santa Fe, concentrarse sobre Maipú y ponerse más modoso sobre Marcelo T. de Alvear, más estrecha y menos propicia para los grandes gestos de la fachada principal, que da a la Plaza San Martín.
Paz tenía ambiciones presidenciales y su residencia fue multifuncional desde el vamos, en parte dirección del diario familiar, en parte comité, en parte centro social-político de la clase dirigente y en parte casa de familia. Lo que hubiera sido el estilo de un Presidente Paz puede apreciarse en la entrada sobre la esquina de Santa Fe y Esmeralda, lo que hoy se llama Salón de Honor. Es un ambiente de gran altura, ovoide, polícromo, diseñado y realizado por lo más alto para impresionar y dignificar. El chiste de la época era que Paz se había declarado ya presidente y ése era su propio Salón Blanco.
El Círculo Militar renombró el edificio Palacio Retiro y lo tiene como sede social de sus oficiales. Pese a que la imagen pública es con justicia una de tercera edad, la membresía está abierta a partir de ser teniente y ámbitos como la pedana de esgrima están abiertas a clubes y a civiles. El Círculo cada tanto aparece en los medios, cuando alguno de sus miembros más reaccionarios usa sus salones para dar entrevistas a medios extranjeros y hablar de más contra el Gobierno o a favor de la dictadura, y es una institución que casi que abre su página web con una lista de “muertos por la subversión”. Pero es fácil olvidarse de que existe.
Hasta esta semana, cuando sus socios votaron “por mayoría” vender su edificio de deportes, una construcción de tres niveles inaugurada en 1942, para que sea demolido y reemplazado por alguna torre. El edificio, que por su fecha se salvó por días de pasar por el CAAP, es una pieza más racionalista que otra cosa, con planta baja y primer piso de altura y diseño convencional, más un tercer nivel de doble altura y completamente cerrado, lo que lo hace cabezón. El lote va de los jardines del palacio hasta la calle Esmeralda, donde aparece como un frente de doble ancho, muy apetitoso para las inmobiliarias. Esta fachada es muy discreta y tiene apenas una puerta de servicio, cerrada con una reja, porque el acceso real es desde el jardín.
Hasta 1942, este retazo del palacio también era jardín y se podía ver desde Esmeralda. Cuando se decretó que el Círculo fuera monumento histórico nacional, se tomó el edificio original, el de Sortais y Agote, más los jardines, pero quedó afuera el anexo deportivo. El mismo jueves que se votaba la venta, la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos votó extender la protección al anexo. Quien se asome por la gran puerta de herrería sobre Santa Fe puede ver el anexo y también ver el peligro que se corre al apreciar el edificio en altura que se come el jardín desde M. T. de Alvear. Es un edificio de ínfima calidad y nula arquitectura, una caja con ventanas de corralón con la que alguien hizo buen dinero y arruinó un monumento histórico. Al palacio no le hace falta otro vecino como éste.
Lo que sí le hace falta es mejor mantenimiento y administración. Quienes lo visitan salen preocupados por los evidentes actos de vandalismo y los faltantes, lo que deja a uno pensando en las piezas de arte que lo equipan. Alquilado para fiestas, el palacio puede perder sus broncerías y ornamentos, además de desgastarse.
Gabriel de Bella, un activista de lujo, ya no pertenece a la ONG Salvemos Floresta. De Bella renunció a todo cargo y a su misma membresía por diferencias fuertes con ciertas ideas y acercamientos que tuvo el grupo. El barrio, como se sabe, está bajo fuerte presión de comerciantes, saladitas y especuladores, que ahora están preocupados por la nueva ley que impone penalidades a quien, por ejemplo, se cargue un edificio catalogado o en vías de catalogar.
Por otra parte, la provincia de Misiones cumplió con su amenaza de abrir un monumento a las Cataratas en la plazoleta que lleva su nombre en la manzanita de Avenida de Mayo, Nueve de Julio, Rivadavia y Bernardo de Irigoyen. El objeto es realmente horrendo y termina de cerrar un conjunto que se salvó del metrobús, pero fue rediseñado a la Macri: palmeras y más palmeras, bancos, cajas, postes... un apilamiento de cosas en tan poco espacio.
Se ignora qué les hicimos los porteños a los misioneros como para que nos endilguen semejante muestra de mal gusto. Sea lo que sea, nuestras disculpas adelantadas y el pedido de que nos perdonen y se lleven la fuente.
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