Sábado, 15 de marzo de 2014 | Hoy
Por Jorge Tartarini
En los años ’20, construir sobre la Diagonal Presidente Roque Sáenz Peña no era tarea sencilla. Y no hablamos de los habituales problemas que demandan obras de cierta complejidad, como eran las grandes estructuras de acero y hormigón armado, y el despliegue de modernas instalaciones que requería la edificación en altura de nuevas empresas y comercios en general. Ya las empresas y gremios habían llegado a una especialización y organización notable del trabajo en obra, producto del crecimiento edilicio sostenido operado en la ciudad.
No se trata de esto, sino del celo con que las autoridades municipales vigilaban el cumplimiento de la reglamentación edilicia de esa vía (Ordenanza del 6 de enero de 1920). De ello pueden dar cuenta los relatos de profesionales como Paul Bell Chambers y Louis Newbery Thomas, los arquitectos autores de la sede del Banco de Boston de Florida 99, que debieron lidiar durante dos años (1920-1922) para adaptar sucesivos anteproyectos a las exigencias del reglamento en cuestión. Alturas, salientes de cornisas, volumen de esquina y otros detalles fueron estrictamente pautados, en pos de asegurar la coherencia, continuidad y riqueza morfológica que hoy destaca la Diagonal. Para bien de la ciudad, el rigor de los ediles y la calidad de los profesionales demostraron que para la buena arquitectura los reglamentos no son obstáculo.
La sede porteña, que superaba claramente en calidad y envergadura a la casa central del Boston de su país, se inscribe dentro del movimiento neocolonial, dentro de una variante hispanista que busca en la arquitectura erudita del pasado los modelos de referencia. Como se ve en diversos tramos de fachada, aquí el Renacimiento español primó en la elección, abrevando en elementos del convento de San Marcos en León, la portada del Hospital de la Santa Cruz de Toledo presente, con algunas variantes laterales, en el esquema de la puerta principal del banco. La elección del imaginario hispánico marcó, además de un acierto en la creación de una imagen corporativa, un mojón urbano y un hito de referencia impar dentro de la city porteña. Inaugurado el 3 de noviembre de 1924, los periódicos de Boston y Nueva York señalaban que Buenos Aires contaría con uno de los mejores ejemplos de arquitectura bancaria norteamericana que jamás se haya erigido fuera de los Estados Unidos. La filiación viene porque Chambers y Thomas habían confeccionado su proyecto en diálogo permanente con los arquitectos Edward Palmer York y Philip Sawyer, autores de la poco agraciada casa central en Boston. En 1925, la Comuna le otorgó el Premio Municipal de Fachada.
En estos años, en la Diagonal había superficies ajardinadas, con pérgolas, césped, canteros, plantas y variada decoración. No eran un prolijo repertorio de macetas, sino literalmente jardines. Casi pequeños parques, u “oasis urbanos” como señalaba entonces un cronista de Caras y Caretas. Desde luego estos remansos ya no están, pero la edificación de la Diagonal continúa siendo hoy uno de los espacios más homogéneos de la ciudad. En ella coexisten edificios espléndidos, como los dos proyectados por el arquitecto Eduardo Le Monnier (1927) en esquinas calle por medio con el Boston (N°615 y 616), y muy cerca otro de Alejandro Virasoro, la ex sede de La Equitativa del Plata (N°550) levantado hacia 1929. Un privilegiado catálogo de arquitectura podría abarcar obras como el Edificio Comafi, proyectado por Francisco Gianotti en 1926 (N 660), el ex Hotel Continental, del arquitecto Alejandro Bustillo, de 1927 (N°725) y la sede de YPF, en el 777 (1936), esta última declarada en 2010 Monumento Histórico Nacional. Siguiendo hacia Plaza Lavalle, no podemos pasar por alto el ex Edificio Shell Mex (N°788), del estudio Calvo, Jacobs y Jiménez (1936), y la ex sede de CHADE VOLTA (N 832) otra obra de Alejandro Bustillo (1930).
Inventariados, catalogados, registrados, estudiados, investigados con asiduidad, la mirada del urbanista y de los estudiosos de la ciudad se ha detenido recurrentemente sobre este eje urbano, resabio apenas –junto con la Diagonal Sur– del proyecto de 32 diagonales que el urbanista francés Joseph Bouvard pensó en 1907 para la ciudad. La distancia entre aquel universo de papel y la ciudad real fue demasiada para poder plasmarlo. Una distancia tan importante como la que existe entre sus años de esplendor edilicio y eficiencia reglamentaria a hoy. Pareciera que desde entonces, una a una, cada parte de aquel conjunto ha ido dejando en el camino una parte de sí, resintiendo el corpus urbano original. Pero, a pesar de todo, la Diagonal Presidente Roque Sáenz Peña todavía conserva niveles de autenticidad e integridad más que aceptables. Y la mayoría de sus dislates lucen recuperables. Razón de más para procurar hacer más efectivos los mecanismos de protección, individual e integral, como eje urbano consolidado, como legado de un plan de aire parisino que dejó solitarias –pero magníficas– huellas sobre el universo cuadricular.
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