Sábado, 15 de marzo de 2014 | Hoy
En Devoto los especuladores tratan de bloquear la ampliación del APH y la baja de alturas, mientras en Recoleta se nota la falta de mantenimiento. En Nueva York, un informe urbano que da envidia.
Por Sergio Kiernan
Villa Devoto anda de debate porque volvió a las andadas un proyecto ya añejo, de tanto rebotar por las comisiones, de la ex diputada porteña Teresa de Anchorena, que busca ampliar el Area de Protección Histórica del barrio. Devoto, como puede apreciar quien lo visite, es un barrio particularmente hermoso, verde, ajardinado y bien construido, un momento feliz de esta Buenos Aires construida tan a los ponchazos. Su plaza Arenales es un atractor de fin de semana, un paseo de gentes de otros barrios que van a comer y disfrutarla. Y que luego caminan por la zona y se asombran de las casas que ven y de lo que debe ser una de las bibliotecas públicas más encantadoras jamás erigidas por los argentinos.
Todo esto está en peligro porque los especuladores inmobiliarios se fijaron en el barrio y lo están presionando. En este caso, por las zonificaciones del lugar, la cosa tiene hasta un punto de originalidad, porque no se trata de la barbarie tonta de llenar todo de torres. En el entorno de la estación –por alguna razón irracional, las estaciones tienen siempre alturas exageradas– sí se puede tapar el cielo y arruinar la vida común con torres. Pero avanzando en el barrio no, con lo que la especulación se adaptó a demoler casas de gran belleza para hacer “minitorres” de tres pisitos, caros, “residenciales” y con la ínfima materialidad de todo lo que se hace hoy.
La batalla se vio en estos días en la audiencia pública en la Legislatura, donde se enfrentaron dos bloques que se identifican como “vecinos”, uno con razón y otro más fallutamente. El primero es el de gentes que viven en Devoto y quieren que su barrio no pierda su perfil y su grato cielo. Son los que no sólo apoyan la expansión del APH sino también una baja de alturas máximas, de 14,50 metros a 12, con un retiro de frente de tres a cinco metros. Esto, en el peculiar arquitecturés en que fue escrito el código para que sólo lo entiendan los “expertos”, se llama pasar de una zonficación E3 a una R2bII.
El segundo grupo es llamativamente empresarial, aunque se autotitula vecinal. Tan empresarial es, que llevó a la Legislatura una claque de obreros que aplaudían las ponencias de su bando, aunque se percibía que no las entendían del todo o no les importaba demasiado. Este grupo de arquitectos, constructores e inmobiliarios sabe perfectamente qué significa eso de pasar a una R2bII: una baja del cuarenta por ciento en la superficie posible a construir. O sea un pecado, un atentado a la libertad de especulación.
El costo de la construcción aumentó, en dólares, un treinta por ciento en los últimos cuatro años, pero el de los terrenos aumentó un cuarenta, lo que explica la penosa hambre de las inmobiliarias por fomentar estos procesos de demolición constante. Cuando se bajan las alturas, las casas son las que valen, lo que hace que sus dueños las cuiden y que se vendan a personas que de hecho quieren vivir en ellas. Este círculo virtuoso mejora el espacio común y crea lugares, justamente, como Devoto. Cuando se suben las alturas, las casas pasan a ser algo a demoler, una pila de escombros que todavía nadie removió, porque lo que vale es el lote. Esto hace al descaso general a lo que está ahí pero no debería: ¿para qué cuidar una casa que será transformada en un departamento de varios pisos?
En la audiencia se escucharon muchas tonteras, muchas verdades y algunas mentiras, como la del bando demoledor que afirmó que en ninguna parte de la ciudad se bajó tanto la altura máxima. Parece que los profesionales nunca fueron a Caballito Sur o aunque sea a la vecina Floresta, donde la altura en y cerca del APH es de apenas nueve metros. El nivel de negocio fue tan abierto, que algunos de los presentes en la audiencia la siguieron en el café de los Cabildos, por teléfono, y convocando a la Unión de Comerciantes del barrio para protestar contra la ley.
Las fotos que acompañan esta nota, compiladas por Daniel De Bella, dan un ejemplo del tipo de edificios que puede perder esta ciudad si los especuladores de Devoto la ganan.
Los vecinos de Recoleta están por festejarle el cumpleaños a la linda farola que se alza en su plaza, frente al monumento al intendente Anchorena y donde nace en una curva la avenida Alvear. La fiesta será porque ya hace un año largo se rompió –o algún vándalo se sintió alguien– el globo de vidrio que la corona y nadie vino a cambiarlo. Esto es bastante incomprensible, porque justo ese sector de la plaza recibió atenciones de la División Mal Gusto Público del gobierno macrista, que niveló la calzada con la vereda, puso bolardos de metal y hasta agregó farolitos chinos pareados con las farolas clásicas. Esto último es realmente curioso, porque ponerlas unas al lado de las otras es una exageración y un desperdicio que invita a comparar criterios estéticos de gestiones de antaño con la actual.
Pero ni así, ni para completar su propia obra se les ocurrió hacer algo de mantenimiento. Bajando por Alvear, que el macrismo vende como parte del paquete turístico de la ciudad, se pueden ver otros globos faltantes, en parte o en todo, baches diversos y otras tonterías de fácil reparación. Todo esto exige una pregunta: los funcionarios, ¿nunca recorren su ciudad?
En la ciudad de Nueva York hay una ONG que se llama Center for an Urban Future, el Centro por un Futuro Urbano, que se dedica a estudiar con gran seriedad la realidad urbana y a recomendar soluciones e iniciativas. Este centro se lleva mejor o peor con el intendente de turno, pero su mandato autoimpuesto es el de estudiar, generar información y mantener el diálogo abierto. Para darse una idea de la potencia de concentrarse en estudiar la ciudad, basta ver el informe que publicaron esta semana sobre la añosa infraestructura de la capital mental de los Estados Unidos.
El informe tiene 64 páginas y se llama Caution Ahead, que es la expresión que llevan los carteles que avisan que hay obras en la calle –“Cuidado Adelante”– y puede leerse completo en www.nycfuture.org. Es de morir de envidia, sobre todo considerando la transparencia con que las empresas (privadas) de infraestructura –gas, luz, agua, teléfonos– y el mismo gobierno local comparten sus números y datos. El informe disfruta además de algo que los porteños no podemos ni soñar, los estudios a futuro de la municipalidad neoyorquina, que trabaja priorizando de un modo incompatible con eso de que el jefe se luzca para ser presidente.
Así, uno se entera de que reemplazar o reparar la infraestructura completa de la ciudad, incluyendo bacheo y puentes, costaría 47.300 millones de dólares y que a la ciudad le faltan nada menos que 34.200 de esos millones, con el resto programable a cinco años, con suerte. Nada inocentemente, el informe avisa desde el vamos que parte de la crisis son tormentones como Sandy, pero que el contexto profundo es que la construcción aumentó en Nueva York un 53 por ciento desde 2000. Luego viene un análisis de la vejez de la infraestructura por sectores, lo que permite empezar a marcar prioridades. El subte es lo más viejo que hay, con noventa años promedio, seguido por las cloacas maestras, de 84. Los puentes tienen 63 años promedio, las escuelas 66, los hospitales públicos 57, los caños de gas maestros 56. El estudio hasta toca un tema olvidadísimo por nuestro administrador jefe, el de los hogares para desvalidos y homeless, que en promedio tienen setenta años de uso.
Luego vienen las primeras alertas de uso, avisando que un treinta por ciento de las calles neoyorquinas están rotas o apenas pasables, que el 37 por ciento de las señales internas del subte son obsoletas y deberían cambiarse y que el 60 por ciento de las cañerías de gas de la ciudad son de acero o hierro dulce, materiales ya peligrosos que tienden a filtrar (y la explosión de esta semana en Harlem confirma la urgencia de esto). El tema puentes es notable, con 47 en toda la ciudad en estado crítico o altamente deficiente y con un tránsito que llega a tres millones de coches por día.
Esto es, claro, un breve resumen de las páginas y páginas de información en las que se dice hasta qué formaciones en qué línea de subtes llevan más pasajeros a qué hora, cuántos caños de agua se reemplazan por año y cuántos habría que cambiar (40 kilómetros y 120 kilómetros, respectivamente), cuántas escuelas tienen más de cien años –170– y cuántas son nuevas –108–, cuántos hogares para sin techo habría que construir y muchos datos más. Pero lo más impresionante es el capítulo dedicado a las cuentas de la ciudad, donde se dice cuánto hay, cuánto se gasta, cuánto se recibe del gobierno nacional y cuánto anda faltando para las necesidades públicas.
Este nivel de apertura es difícil de imaginar por estos lares. Y eso que Nueva York es una buena comparación, porque es una ciudad fundamentalmente corrupta: como sabe quien prestó atención viendo a Los Soprano, la mafia se dedica al negocio de la basura y de la construcción...
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