Sábado, 26 de abril de 2014 | Hoy
Buenos Aires despierta amores inesperados que se hacen transcontinentales y no aflojan. Un caso de tantos que se podrían buscar es el del fotógrafo portugués Jorge Castro Henriques, que pasó una larga temporada entre nosotros, cayó rendido ante nuestra ciudad y ahora, de vuelta en su Lisboa, sigue pensando en ella. Tanto, que escribió desde Portugal para pedir que no pase desapercibido el centenario de la hermosa plaza que recuerda al intendente Seeber justo en el cruce de Libertador y Sarmiento, en el arranque del parque Tres de Febrero. Es la plaza ahora capitaneada por el monumento a Rosas, que aloja el famoso templete y tiene la suerte de estar enmarcada entre el Zoológico y el palacio Bosch, residencia de la Embajada de Estados Unidos.
Henriques se quedó muy entusiasmado por el arte público porteño –el de antes, no las cositas pop que pone Macri ahora– y la Seeber cuenta con algunas piezas de fuste. La que se ve en la foto que envió Henriques es El ciervo de Prosper Lecourtier, realizada hacia 1900 por la fundición Durenne y comprada en algún momento antes de la Primera Guerra Mundial para la colección pública de la ciudad. En la misma plaza hay otro ciervo, este del también francés Arthur Leduc, y una Lucha del tigre de los belgas Louis Samain y Julien Dillens. Como se ve, Buenos Aires participó del último coletazo de la moda “animalista” en escultura, muy francesa ella, que arrancó con fuerza con la caída de Napoleón y terminó con la Segunda Guerra Mundial. La pieza mayor de esta escuela en nuestra ciudad es la Familia de los ciervos de Georges Gardet, colocada frente al lago del Rosedal.
Feliz cumpleaños a la plaza Seeber y un aviso amistoso al legislador porteño, bienintencionado pero despistado, que presentó un proyecto para que Seeber tenga plaza propia. Ya la tiene, y de las mejores.
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