Sábado, 26 de abril de 2014 | Hoy
Por Jorge Tartatini
Una tras otra van siendo mutiladas, desfiguradas, violadas en sus valores y atributos patrimoniales, cumpliendo un siniestro plan sistemático de destrucción. Y, como suele suceder desde hace mucho tiempo, en aras de presuntas modernizaciones y mejoramientos del servicio ferroviario, necesarios sí, pero no a costa de semejante costo, pergeñado por émulos del propio Atila. Décadas atrás, una revista que hizo historia en la preservación local y latinoamericana como fue Documentos de Arquitectura Nacional y Americana había instituido un premio con el nombre del rey huno para quienes se destacasen en tan triste rubro. Parece que el tiempo no ha pasado para las hordas que hoy pugnan por llevarse tal reconocimiento, merced a las destrucciones llevadas a cabo en estaciones como Caballito, Villa Luro, San Andrés y Santos Lugares... Y sin punto final, pues parece que la forma inconsulta de proceder va a continuar, y de poco o nada sirven las alertas, las comunicaciones y hasta intimaciones realizadas por organismos como la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, diversas ONG e indignados vecinos.
Hemos estudiado y analizado el patrimonio ferroviario en todo el país. Recorrimos más de 1500 estaciones, y creemos conocer a fondo su situación y los problemas que enfrenta. No hablamos desde la teoría, ni desde el desconocimiento de la gravedad del deterioro que enfrentan sus construcciones y sus poblaciones. No es novedad que el estado de conservación en los ramales abandonados es crítico, y su rescate exige de planes y estrategias que involucran al sistema ferroviario en su conjunto y al Estado como principal actor de una consistente política de transporte. Si esto sucede con los edificios que han quedado a la buena de Dios, por el camino que vamos poco o nada podrán diferenciarse éstos de las estaciones hoy en actividad. En uno y otro caso, como lo hemos venido afirmando, la lógica del deterioro tanto por abandono como por intervenciones inapropiadas conduce a un final anunciado: la pérdida irreparable del patrimonio ferroviario.
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