Sábado, 3 de mayo de 2014 | Hoy
Como pasa en cada minivacación, los vivos demuelen. Este caso de Flores muestra cómo se pierden edificios por el ambiente de impunidad.
Por Sergio Kiernan
Cada vez que hay un feriado pasa lo mismo, y en Flores y Floresta ya están acostumbrados al problema. La piqueta aprovecha la enorme fiaca de los inspectores municipales para cargarse edificios patrimoniales, sin cartel ni licencia, confiando en los mimos del macrismo a su industria. El caso de las fotos nos costó la esquina linda de Venancio Flores y Argerich, y la demolición se arrancó de noche y se terminó este 1º de mayo. La variante fue porque en Floresta/Flores ya no dejan pasar estas cosas y los ladrones de edificios tienen presente los casos del Almacén de Alonso y de la casona de Bacacay al 2900, que terminaron en amparos, obras paralizadas y –horror de horrores– lucro cesante.
Según parece, la esquina muere para que su parcela sea englobada con el terreno de al lado sobre Venancio Flores y así se pueda construir una galería, edificio esperablemente mediocre y barato. Lo que intriga es que este doble lote que ahora nacerá está justo enfrente de uno de los absurdos puentes-ruleros con que el gobierno porteño va a arruinar el barrio, lo que significa que la galería terminará frente a un talud de tierra revestido de hormigón. ¿Se hará? ¿Valdrá la pena pasar por el tarifario municipal para hacer locales allí?
Como para no terminar el feriado sólo con malas noticias, hay que anunciar que en la Legislatura ocurrió algo realmente extraño, por lo positivo y porque, siendo algo positivo, fue impulsado por una diputada del macrismo. La explicación es que se trata de Martha Varela, autora de la ley que crea un Area de Protección Histórica en la avenida Callao y persona que suele votar bien en estos temas. Esta vez, Varela se lució, porque le dio nueva vida a un proyecto de protección de edificios creados por el gran Alejandro Christophersen, originalmente presentado en 2011 y que ya no tenía estado parlamentario. El proyecto ya pasa segunda lectura, con lo que se puede ser optimista, y se centra en seis casas.
Christophersen tiene una posteridad notablemente ambigua en la historia de la arquitectura argentina. No tiene el aura de maestro que tiene Bustillo, con lo que los actuales arquitectos modernitos –los que consideran que tres mil años de historia de su arte son una pérdida de tiempo hasta que se inventó el hormigón– ni siquiera tienen que fingir que lo respetan. A los clasicistas no les termina de gustar por un gusto algo errático en el tratamiento de fachadas, una suerte de humorismo arquitectónico que a tantos les hace ruido. Un ejemplo se alza en la esquina de Uruguay y Juncal, donde un edificio impecablemente francés, muy bien cuidado y muy caro, sorprende por su portal superornado y por unas cabezas caprinas que asoman en las alturas...
Tal vez este gusto diferente se deba a que Christophersen era un noruego nacido en Cádiz –padre diplomático–, lo que debe generar una mezcla de influencias tempranas difícil de diagnosticar. El joven arquitecto terminó entre no-sotros casi por casualidad, visitando a sus padres destinados al consulado en Montevideo y visitando la Buenos Aires de 1887. Fue un deslumbramiento ante la ciudad que explotaba y arrancaba con su Avenida de Mayo que se transformó en carrera al conocer al ingeniero-arquitecto Ernesto Bunge, el primero con título del país. Por ese entonces, Bunge tiene pocos colegas en estas pampas, con lo que inmediatamente asocia al graduado de la Real Academia de Bruselas y entrenado en el atelier Pascal de la Ecole de Beaux Arts de París. El trabajo más recordado de este período es el edificio original del Hospital de Niños.
Christophersen estaba realmente preparado para el furioso eclecticismo de la ciudad porteña, lo que explica que su enorme obra incluya tanto la iglesia ortodoxa rusa frente al parque Lezama, como la de Santa Magdalena en la calle Salvador del Carril, una variante del Sacré Coeur de Paul Abadie. Sus residencias particulares tienen un aire a ejercicio de composición que puede verse claramente en la calle Perú al 1000 y en Cavia y Libertador: ambas podrían estar en esas calles de San Petersburgo que le deben tanto a la pasión por el punto de fuga perfecto.
El noruego-español se aquerenció enseguida y para 1889 era tesorero de la flamante Sociedad Central de Arquitectos, abría su estudio y se casaba bien, con una Lezica Anchorena. Para 1901 era uno de los fundadores y el primer director de la FADU, en ese entonces una escuela integrada a Ciencias Exactas.
El actual proyecto preserva la residencia de Juncal 1399, la muy hermosa casa de Cavia 2985 –que tiene una de las mejores máscaras de la ciudad sobre su entrada principal–, el edificio de Esmeralda 856, el de Paraná 945 y la casa de Angel Braceras en Belgrano 2852, todos merecedores de catalogaciones por sus valores y porque cometen el pecado del patrimonio: son pequeños y no “realizan la carga constructiva”, la frase canalla que significa que se pueden construir más pisos en el lugar. Se puede objetar que esto es poca cosa, pero muchos edificios de Christophersen ya fueron catalogados en otras leyes y listas, muchos son del Estado (siete Bancos Nación) y varios son simplemente demasiado grandes como para que alguien haga dinero destruyéndolos. Con lo que hay que saludar esta protección para seis piezas de buen gusto y valor histórico urbano que sí que están en peligro.
Este martes se realiza el encuentro anual de Basta de Demoler, una ocasión para saber qué se hizo y discutir qué se hará. El festejo es en el monasterio de Santa Catalina, en San Martín y Viamonte, uno de los lugares que sigue necesitando defensa pública ante la idea de hacer un masivo edificio al lado. Con música de Paula Frondizi, el cóctel tiene entrada para sostener el trabajo de la ONG. Basta llamar a Fundación Ciudad 4803-5557 o a Basta de Demoler al 15-6162-5015.
Ya está abierta la inscripción para el seminario internacional El Derecho a la Ciudad en América latina: Lo político de las políticas urbanas, que se realiza el 21 y 22 de agosto en la Pontificia Universidad de Lima. Lo organiza el grupo de trabajo sobre el mismo tema, un lugar de debate e intercambio de ideas participativo para el ámbito de América latina y el Caribe. El grupo plantea preguntas como “el ensamble del conjunto de los derechos en tanto son interdependientes, de modo que el derecho a la vivienda no existe si no se tiene empleo, transporte o espacio público”, o cosas como el proyecto colectivo de ciudad como una reivindicación social y no un asunto técnico.
El encuentro toma el formato de seminarios por tema y con participación de urbanistas, arquitectos, sociólogos, antropólogos y cientistas políticos, entre muchos otros. La convocatoria es para estudiantes de posgrado, docentes, investigadores, gestores públicos y público, como ponentes, asistentes o ambos. Los temas se ordenan como la gestión y uso de los espacios públicos, el problema de la gentrificación, el rol de los gobiernos, las políticas de infraestructura urbana. Para más informes, escribir a [email protected].
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