Como entiende quien pase por el barrio, las obras del macrismo en Recoleta son un ejemplo difícil de empardar de baratura conceptual y material. La pasión que tiene el ministro de Planeamiento Urbano Daniel Chaín de nivelar aceras y calzadas lo llevó a extremos bastante ridículos. Nuestro Haussmann del tercer mundo hasta rompió la majestuosa entrada del cementerio para lograr esa nivelación. Pero lo que quedó estaba tan mal hecho que hoy da risa y pena. Por ejemplo, el empedrado, que tozudamente montaron sobre una cama de hormigón y estaba desnivelado desde el primer día, hoy bailó tanto que muestra baches ya profundos (una calle bien adoquinada tarda décadas en desarrollar estos agujeros). Y los bolardos de cemento, sujetados apenas por un fierrito, ya casi brillan por su ausencia porque los chicos del barrio notaron enseguida qué fácil era sacarlos y llevárselos rodando. Y ahora, la ridiculez de la obra fue ridiculizada aerosol en mano, en una suerte de instalación con las Bolas de Chaín plena de color, sonrisas y hasta florcitas. Por supuesto, todo sigue como está porque en el PRO consideran que el mantenimiento es aburrido y que nunca hay que arreglar nada sin una jugosa licitación que permita pagar la campaña presidencial.
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