Impunidad en las obras, apariencias en esto del transporte, un llamado de Basta de Demoler.
Hace ya tantos años, tratando de explicar los mecanismos de la corrupción a un grupo de norteamericanos, se descubrió que lo que no entendían los vecinos del norte era la extensión del problema. Los yanquis no son santos y tienen lugares como Nueva Orleans, que no haría un feo en el tercer cordón bonaerense, y tienen como un hecho de esta vida que en Nueva York nada se construye sin pagarle a la mafia, por no hablar del negocio de la basura, que hasta en Los Soprano aparecía. La dificultad era que en Estados Unidos, los mafiosos ganan a su manera un contrato de limpieza, pero después limpian. La corrupción es puntual, para ganar el contrato. Lo que había que explicar era que por estos sures, un buen cheque te gana el contrato y luego la capacidad de no cumplirlo, de cumplirlo mal o cumplirlo a medias. Lo que se adquiere es un estado de impunidad.
El 25 de julio murió otro obrero, aplastado en un pozo de cimientos en Salta 970. La única entidad que parece realmente vigilar las obras, la Uocra, había denunciado quince días antes que el lugar no cumplía con varias medidas de seguridad. De hecho, las faltas eran graves, con falta de apuntalamiento de las medianeras, el tipo de “ahorro” que termina de muy mal modo. Lo curioso es que el lugar ya había entrado en la pantalla del gobierno porteño y su Subsecretaría de Trabajo lo había clausurado brevemente en marzo. Pero la denuncia ante la Dirección General de Protección del Trabajo no surtió efecto discernible alguno.
Esta dirección general se defendió con la teoría macrista de que no se puede poner un inspector en cada obra y en un comunicado avisó que había caído por Salta 970 tres veces, comprobado irregularidades serias en la tercera –marzo–, impuesto una clausura y levantado la misma días después cuando “se subsanó las infracciones” (sic en la falta de concordancia). Pero lo que el sindicato de la construcción denunció era más de fondo, con falta de submuraciones, entubamientos internos y apuntalamiento, además de la ausencia de matafuegos, señalizaciones y barandas que habían notado los municipales. Al final, un derrumbe con un muerto aplastado en un pozo y un herido seriamente. El constructor se ahorró unos costos y el público porteño tuvo que pagar hasta un helicóptero para trasladar a los heridos.
Con lo que la semana pasada fue de las peores del año, con dos derrumbes y dos muertos. El tema ya es rutina, con dieciocho accidentes de este tipo cada año y sólo en la Capital, y un promedio menor de víctimas, por fortuna y sólo por eso. Este estado de impunidad viene de la lenidad y la simpatía con que el actual gobierno porteño trata a su industria. Si el PRO es un partido que abunda en empresarios, el macrismo en funciones abunda en empresarios de la construcción, varios de ellos todavía en actividad, o de sus empleados ejecutivos. Y esto explica que un emprendimiento de 22 pisos de altura más cocheras en pleno centro de esta ciudad se tire el lance de cortar algún costo no haciendo obras básicas de seguridad.
Hace apenas siete años no existía Basta de Demoler, la ONG que salvó tantos edificios y terminó afilando el instrumento del amparo. Lo que creció su actividad puede medirse por el pedido de ayuda que están haciendo ahora: el simple blog www.bastadedemoler.org que le hace de hogar ya no alcanza y es necesario pasar a un formato profesional de página web.
La página de Basta de Demoler es un recurso ya importante para los que se interesan en temas de patrimonio, paisajismo y urbanismo, y es un archivo de la historia naciente del preservacionismo. Ya tiene 2000 artículos, sin contar foros, intercambios y demás contenidos. Es demasiado para un buscador sencillo y hace falta mejorar estos fierros. Para ayudar en este proyecto se puede usar la plataforma Ideame, que ayuda a financiar en grupos proyectos independientes. Basta de Demoler promete un premio simbólico para los que ayuden, como explican en http://ide.la/1ryqPuU. Quien quiera colaborar de otro modo o quiera ayuda para hacerlo, puede escribir a [email protected].
Hablando con amigos, el ex diputado Sergio Abrevaya, que ahora preside el Consejo Económico Social porteño, recordaba su ley que permitió estacionar del lado izquierdo en un número limitado y acotado de cuadras porteñas. Abrevaya es de las pocas personas que pensaron en uno de los temas más complicados de esta ciudad, la enormidad de autos que ya la paralizan, con algo más que una idea cosmética. No es el caso del macrismo, que realmente no tiene ninguna noción seria sobre qué aportar al tema.
Esta ciudad es apenas una parte, tal vez la cabeza, de una megaciudad en la que hay un 35 por ciento más de autos que en 2000. Un millón de estos coches está patentado dentro de la CABA, lo que no quiere decir necesariamente que hagan noche en la ciudad, pero de lunes a viernes el tránsito se calcula en algo más de 2.300.000 autos, lo que da una idea del rol económico que tiene el Centro.
Dónde meter estos coches es el gran problema. Por un lado, hay 334.000 espacios en la calle, de los cuales apenas 8000 son pagos. Entre garages privados y cocheras en edificios hay algo así como 1.200.000 espacios, repartidos de un modo completamente aleatorio y accidental por toda la ciudad. Como se ve, teóricamente los lugares alcanzarían para todos los coches patentados en la CABA, y para medio millón de los que entran cada día. Por supuesto, eso implica contar los lugares en Liniers como si estuvieran en el Centro, un absurdo a todas luces.
Lo que termina ocurriendo es el estado de naturaleza con el que se estaciona hoy en día, a izquierda y derecha, reduciendo calles al carril central. Esta lentitud de circulación es particularmente penosa en el sentido de circulación Norte-Sur, que casi no cuenta con avenidas que formen un corredor claro para ir, por ejemplo, de Palermo a Parque Patricios sin caer en la 9 de Julio o Pueyrredón-La Rioja. Lo notable es que esta enfermedad antaño del Centro ahora se vive en prácticamente todos los barrios, donde estacionar significa un yiro de muchas cuadras.
El descontrol de la construcción y la negativa del macrismo a poner límites serios a la especulación agrava el tema automotriz por el cierre de estaciones de servicio y por la desaparición de un asombroso millar de garages por toda la ciudad. Se entiende: un estacionamiento significa un terreno grande, con un FOT apetitoso y la chance de irse para arriba. Pero el edificio nuevo, a lo sumo, tendrá espacio para los coches de quienes lo habiten, que son los coches que el mismo edificio trae al lugar.
En lugares serios, que no es el caso, un gobierno municipal ayuda a crear una instancia de trabajo con sus vecinos y con el Estado nacional para arrimar ideas para un problema complejo. Como no se pueden construir infinitos espacios o garages, la idea es siempre limitar la entrada de autos al tejido urbano. Para eso hay que mejorar el transporte público y elevar el precio de la entrada a la ciudad, llegando al extremo londinense de cobrar una patente especial para poder circular por el Centro. El PRO entendió la parte de cobrar, aumentando la ficha del parquímetro y anunciando que va cobrar la mitad de los espacios existentes. Pero no le interesan las soluciones de fondo, sólo los metrobuses tan fotogénicos para la campaña presidencial del jefe.
Y una nota al pie: ¿por qué los vehículos de la basura y las grúas del STO, que lucen el cartel de la Ciudad, son quizá lo más agresivo, ruidoso y humeante que puede verse en Buenos Aires? ¿No tendrían que dar el ejemplo, con silenciadores, control de emisiones y choferes que respeten alguna que otra vez los límites de velocidad?
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