Sábado, 23 de agosto de 2014 | Hoy
El perdón instantáneo a una demoledora que cometió un “error” contrasta con la desidia con los vagones de la Línea A y el cierre del Británico.
Por Sergio Kiernan
La vida es simple cuando uno sabe quiénes son los amigos y quiénes los enemigos. Esta claridad no es filosófica sino macrista y por lo tanto muy material, de dineros y valores inmobiliarios, anche non morale. Este agosto tan movido tuvo casos varios que demostraron a quiénes cuidan en el PRO y a quiénes hay que obligarlos a cuidar. Nada casualmente, los mimos van para la industria favorita de Mauricio Macri y toda la cadena de mando de Planeamiento, la construcción especulativa.
El primer ejemplo lo encontró un lector de ojo afinado, de los que encuentran cosas sepultadas en los papeleos más áridos. Así, en el Boletín Oficial porteño del 12 de agosto, se puede leer la Resolución 359 de la Secretaría de Planeamiento, que encabeza el constructor de edificios en plena actividad pese al ensordecedor conflicto de intereses Héctor Lostri. La resolución no es apenas un favor a un colega en desgracia, porque aun si uno se cree todo lo que dice que pasó, queda en claro que ni los accidentes se pagan y lo que importa es ayudar a la industria.
El caso implica el petit hotel de la foto, que se alzaba en Laprida 1245, plena Recoleta porteña. El 23 de agosto de 2011, el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales determinó que le correspondía esta vivienda a la francesa una protección apenas cautelar. En el CAAP son muy sensibles a cosas como que un lote “complete su carga constructiva”, que es jerga para que esté construido al máximo posible de la ley, con lo que odian las casas bajas que sobreviven en zonas de alta densidad. Por eso, protegieron apenas la fachada y dejaron que construyeran para arriba.
El 16 de septiembre de 2011, Laprida 1245 pasó oficialmente al catálogo preventivo. Menos de una semana después, el 22 de septiembre, “el interesado” avisa por nota que “dado el tiempo de solicitud se procedió a retirar los techos, pero al realizar este trabajo se produjeron inconvenientes con la fachada, la que se desmoronó por su antigua data. Al día de la fecha el lote se encuentra demolido en su totalidad”. Más allá de sus curiosidades gramaticales, como afirmar que demolieron un lote, el texto es llamativo porque resulta que el expediente arranca en el mismo año 2011, con lo que no se entiende que haya pasado tantísimo tiempo, ni por qué el tiempo sería un factor para el retiro de los techos.
Lostri tampoco se lo pregunta, pero cuenta en su resolución que envió el tema al Area de Protección Histórica bajo su propia órbita. Los de APH comprobaron que efectivamente ya no había edificio, pero enviaron las fotos del CAAP, que mostraban que menos de un mes antes del supuesto problema “por el tiempo”, el petit hotel estaba en pie y sin muletas. También quedaba en claro que no era de tan “antigua data” sino del siglo veinte. Por eso, concluyen con razón que corresponde sancionar a los involucrados bajo el parágrafo 7.5.2 del Código, el que pune la “demolición de edificios sujetos a protección de cualquier nivel”. El secretario, evidentemente sin ganas, se toma un par de años para resolver el tema, pero finalmente este año sanciona a la empresa demoledora con quince años de inhabilitación en la Capital, por la resolución 160 de este año, que firma el mismo Lostri.
Hasta ahí todo aparentemente en claro: una empresa quiebra la ley y es sancionada, aunque resulte llamativo que ni se mencione al dueño de la casa, al desarrollador, el proyecto a nuevo. Pero resulta que además hay una apelación de la demoledora y un perdón con menos preguntas todavía. Esto aparece este 12 de agosto en el boletín porteño. Tras recibir una presentación de la firma y consultar con la Procuración General, el secretario hace lugar al reclamo y deja sin efecto las sanciones. La demoledora afirma por carta que no tuvo absolutamente nada que ver con la obra de Laprida 1245 y que no debe ser sancionada. Del texto de la resolución no se entiende que Lostri haya pedido explicaciones, que haya comprobado cómo se pudo cometer semejante error –¿de dónde sacaron el dato los inspectores?, ¿había un cartel trucho?– ni pedido una investigación. Con una velocidad que no tuvo para firmar la sanción, firmó su levantamiento.
Y todo queda así. El petit hotel fue destruido por alguien, pero no sabemos quién. Los inspectores de APH señalaron a una empresa, esa dice que no fue, y la cosa queda ahí. La ciudad perdió otro edificio patrimonial, pero eso no parece ser asunto de Lostri.
El Observatorio de Patrimonio y Políticas Urbanas está avisando de otro ejemplo de hijos y entenados del macrismo. Resulta que varios vecinos y entidades barriales recibieron el aviso de que la Dirección General del Libro y Bibliotecas de la Ciudad va a instalar vagones descartados de la Línea A en espacios al aire libre, para usarlos de bibliotecas. Esta dirección general es la misma que defendió con argumentos pueriles la destrucción de la casa de Evaristo Carriego, de su propiedad. Y ahora, parece que arrancando en el Parque Avellaneda, va a destruir los frágiles vagones de madera de La Brugeoise al dejarlos bajo la lluvia.
La idea es mala por dos puntas, porque va a destruir una parte del patrimonio porteño defendido en Tribunales, y porque va a instalar como casilla un objeto completamente inadecuado y eventualmente peligroso. Los vagones de madera del subte A fueron diseñados y construidos con el entendimiento de que estaría poco o nada al aire libre. Básicamente subtes, se entendía que podían hacer parte de su recorrido en superficie, como en tantas ciudades del mundo, pero que no estarían permanentemente expuestos. Por eso son más livianos y frágiles que un tranvía, y mucho más que un robusto vagón ferroviario de pasajeros.
Como tienen un siglo o más, dependiendo del modelo, los vagones no tienen ninguna propiedad ignífuga, como lo comprobó hasta la arquitecta María Elena Mazzantini, especialista en maderas contratada por la misma empresa de subtes porteña. Francamente, llenar un vagón de madera sin tratar con libros, no parece una gran idea.
El actual gobierno porteño no tiene el manor aprecio por estos vagones y sigue bastante fastidiado por el embrollo que se armó cuando en realidad esperaba felicitaciones por el “histórico” paso de cambiarlos. Horacio Rodríguez Larreta hasta llegó a decir que sólo servían para hacer un asado, seguramente porque no eran ignífugos, con lo que es de imaginar su cara cuando la Justicia aceptó el amparo presentado por el Observatorio para proteger la flota de 94 “descartados”. El macrismo tuvo que conservarlos, pero los dejó tirados en una playa al aire libre, pese a las protestas, diciendo que con las lonas con que los tapaban alcanzaba. Las fotos, tomadas por el Observatorio, muestran el estado actual de las piezas después de apenas tres meses de maltrato.
Cualquier ferromodelista o socio de un club ferroviaro puede contar qué comunes son los incendios de este tipo de patrimonio, casi siempre intencionales, y qué calvario es mantenerlos al aire libre. Sumarlos a los bares que piensan concesionar en las plazas es mostrar una verdadera inquina por los espacios comunes de nuestra ciudad.
Y mientras el macrismo en funciones gasta su energía en estas cosas, en metrobuses y otras fotos de campaña, el ministro de Cultura Hernán Lombardi sigue sin darse por enterado del tema de los bares notables. En la esquina de Defensa y Brasil, frente al Parque Lezama que Jaime Sorín salvó de la reforma, se puede ver ahora cerrado el Bar Británico. Justo en la ochava hay uno de esos carteles turísticos con un dibujito del interior y un breve texto sobre el lugar al que ya no se puede ir. En este caso, es la segunda vez que cierra el Británico: los socios que lo salvaron la primera vez afirmaron que no podían mantenerlo.
Como los macristas son capitalistas al estilo señora gorda, tienden a encogerse de hombros ante estos casos. Si un negocio se funde, mala suerte. Y si es un lugar cultural o patrimonial, paciencia. Después de todo, no se puede hacer un museo con todo ni nacionalizar todo. Correcto, pero también se les puede dar una mano a ciertos lugares importantes para el tejido urbano y las personas que lo habitan. Seguramente, el Británico no tuvo ni un centavo de descuento en sus impuestos municipales, ni un pesito de facilidad para pagarlos, ni una consideración en sus obligaciones para con el gobierno porteño.
El ministro Lombardi ya tiene una acusación penal por incumplimiento de los deberes de funcionario público por el papelón de la Richmond, que terminó de zapatillería con tres mesitas de café. Ahora se le cae el Británico... ¿qué hay que hacer para que le preste atención al tema?
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