Sábado, 23 de agosto de 2014 | Hoy
Este jueves, la muy original obra de intervención en el Castillo San Carlos recibió un merecido primer puesto en la categoría que distingue restauraciones de más de mil metros cuadrados en el premio a la mejor intervención en el patrimonio edificado. La distinción es entregada por la Sociedad Central de Arquitectos y el Cicop, y este año fue para un caso raro entre nosotros, el de la puesta en valor, consolidación material y restauración de una ruina que fue mantenida como ruina.
El Castillo San Carlos es la cabeza de un lindo parque ribereño en Concordia, Entre Ríos, y fue la residencia de los Demachy, una familia de comerciantes franceses que en 1885 compró cien hectáreas para un saladero y fábrica de velas y jabón. El castillo fue inaugurado en 1888. Hecha con la personal piedra colorada del lugar, la residencia de dos plazas balconeaba al río cercano y era un ejemplo de modernidad con agua corriente, desagües, dintelería de hierro importado, techos de chapa acanalada y hogares de mármol italiano. Aprovechando los desniveles del terreno, el edificio tiene un juego de alzadas y bajadas, con un patio elevado sobre una caballeriza como acceso y una escalinata hacia el parque.
En 1891, y sin previo aviso, los Demachy desaparecieron, dejando un rastro de leyendas que sigue vivo. Concordia terminó dueña del castillo, que se lo alquiló en 1929 a otra familia francesa, los Fuchs Valón. Inesperadamente, un buen día se les aterrizó en el parque un compatriota, Antoine de Saint-Exupéry, con una avería en su Laté 25. El castillo entrerriano terminó mencionado en Tierra de Hombres, de 1939 y, se cree, inspirando partes de El Principito. Pero luego vino la decadencia. En 1935 los Fuchs Valón dejaron el lugar, que quedó vacío y fue saqueado con los años de sus mármoles y maderas, hierros y cerramientos. Hubo un incendio temprano que voló los techos, los muros se cuartearon, algunos se derrumbaron y los escombros de piedra trabajada fueron acarreados como materiales.
Como el lugar ya era un símbolo de la ciudad –que aloja algunos edificios maravillosamente patrimoniales y bonitos– hubo dos intervenciones para mantenerlo de una pieza, en 1974 y 1996. Estos trabajos no fueron restauraciones porque usaron materiales totalmente inaptos, pero salvaron el lugar del derrumbe final. La obra actual fue iniciada por concurso en 2008, convocado por la Comisión Administradora para el Fondo Especial de Salto Grande y organizado por el Colegio de Arquitectos de la Provincia de Entre Ríos, Regional Noreste. Al año siguiente se eligió el proyecto del ingeniero Florencio Bourren, los arquitectos Alejandra Bruno y Jorge Lessa, y el magister en arquitectura Marcelo Magadán. La constructora Conkret, con asesoría en restauración de Magadán y un equipo de especialistas en revoques y morteros históricos hizo el trabajo en los años siguientes.
Quien se acerque a Concordia ahora podrá ver que una cáscara sucia, quemada y cubierta hasta la locura de pintadas es un bello lugar en el parque. Quien se interese en estas cosas verá una lección sobre cómo tratar un lugar histórico, con pasajes metálicos en altura para poder recorrerlo sin tocarlo, materiales aptos, reconstrucciones atinadas y destaque para cosas como los restos del sistema original de canalización. Como descubrió la municipalidad de Concordia, dueña del edificio, el castillo resultó un atractor poderoso y tiene un centro de interpretación en lo que fueran las caballerizas. Concordia cuenta ahora con un ejemplo de trabajo de restauración.
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