Este miércoles, Diputados convirtió en ley la compra del notable edificio de Callao y Rivadavia. Ahora arranca su restauración, la reapertura de la confitería histórica y la creación de un museo y espacio cultural.
› Por Sergio Kiernan
Y al final sucedió: después de casi veinte años de cerrada, la Confitería del Molino y el noble edificio que la aloja empezaron su camino de vuelta. Sucio, abandonado, con los servicios cortados, con sectores colapsados y un aspecto que dan ganas de llorar, el Molino era una vergüenza para los porteños, uno de los edificios más conocidos del país y uno de sus papelones más notorios. Como señaló en la votación de este miércoles el diputado Julián Domínguez, un rasgo argentino a revertir es “la decadencia de nuestros edificios públicos y simbólicos”.
Muy cierto, y en un país donde el mantenimiento parece una ofensa, la votación unánime para expropiar el edificio magistral de Francesco Gianotti es un gesto a lo grande. La historia empezó hace unos años con el entonces senador Samuel Cabanchik, que trabajó duro para unificar proyectos y lograr que sus colegas atendieran el tema. A fines de 2012, se le dio media sanción a un proyecto que contemplaba la compra del Molino, su restauración, la reapertura de la confitería con un concesionario, la creación de un museo de sitio y de un centro cultural.
La semiley pasó a Diputados y dormía el sueño de los justos, destino tan común a los temas culturales. Ahí que se lo puso al hombro Domínguez, que tiene la rara costumbre de restaurar edificios. Cuando era ministro de Agricultura lanzó un proyecto para rescatar a Las Mellizas, la encantadora sede de la cartera en la avenida Paseo Colón entre Estados Unidos y Carlos Calvo. La obra tuvo asesoría de Marcelo Magadán y se acaba de terminar de acuerdo al plan. Luego, apenas llegado a Diputados, juntó a todos los bloques y lanzó el PRIE, el plan de restauración que pilotea Guillermo García y que está dando resultados notables. De hecho, pocas veces se vio un trabajo tan minucioso y serio por estos sures, y prácticamente nunca en un edificio del Estado.
En agosto, Domínguez aprovechó un plenario de comisiones para cortar el trámite y poner sobre la mesa el proyecto del Molino, que fue aceptado sin observaciones ni discusiones. A eso le siguieron dos meses de suspenso hasta ponerlo en el temario de una sesión normal. El presidente de la Cámara no quería que fuera un voto y listo, quería un gesto para el patrimonio que resaltara el valor del asunto. Este miércoles, el Molino fue lo primero de la agenda y tuvo discursos unánimes en el elogio de legisladores como Mazure, Cabandié, Bianchi, Bullrich y Cortina, entre otros. El radical-Unen Martín Losteau dio la nota discordante, diciendo que no veía por qué había que gastar en estas cosas. Y el diputado-de-partido-en-alquiler Alberto Asseff, ahora en el massismo, coincidió y se abstuvo por esas razones. Zonzamente, fue el único...
Porque el voto fue por unanimidad, 217 a 0. Todo el mundo aplaudió y en la galería estaban Basta de Demoler y Magadán, viendo este raro evento en que la política hace un gesto salvador hacia el patrimonio edificado.
Ahora viene la enorme tarea de restaurar y reactivar un edificio que lleva años muerto, sin luz, ni agua, ni gas, sin mantenimiento ni cuidados. La fachada principal, sobre Rivadavia y Callao, está relativamente en buen estado por la extraordinaria calidad de sus revestimientos. Pero el Molino tiene un gran patio interno, en incongruente estilo andaluz, y la fachada interna da pena, con desprendimientos, embolsados, grietas y yuyos. Cómo están los interiores de los departamentos es un misterio, así como qué quedó de la confitería famosa. Lo primero a realizar, por supuesto, es una rápida revisación para descubrir los lugares críticos, evitar accidentes y apuntalar lo que necesite muletas. La gloriosa marquesina será reforzada con un andamio especial, buscando repararla sin necesidad de extraerla, y la idea es cubrir el edificio lo antes posible con un andamio de seguridad.
Al mismo tiempo, se va a realizar una revisión de los interiores y un catálogo de los objetos ornamentales de los seis pisos residenciales del edificio. Los interiores conservan puertas, herrerías, broncerías, lámparas y deslumbrantes vitrales todavía en su lugar. Hay pavimentos originales, departamentos con yeserías y piezas ornamentales de fuste, como los bronces que destacan los ascensores y los mosaicos de las fachadas. Hay también una enorme cantidad de restos ya raros en esta Buenos Aires donde todo se moderniza, como empapelados de 1916, Art Nouveau y ya únicos, vidrios de época y aparatos técnicos, todas piezas para el futuro museo. El inventario promete ser extenso y exacto, y la idea de la obra es recuperar el edificio en su gloria original, con servicios y equipamientos modernos.
Con lo que los porteños y, de hecho, los argentinos vamos a recuperar un edificio emblemático de una época de creatividad y audacia. El edificio de la Confitería del Molino es una muestra de cómo fuimos y cómo podemos volver a ser, con lo que es simbólico que su recuperación arranque en lo más alto de nuestra vida política y de la mano del mismo Presidente de la Cámara.
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