Este martes se presenta, por fin, el segundo tomo de la colección Patrimonio Arquitectónico Argentino. Memoria del Bicentenario, un emprendimiento del Ministerio de Cultura que amenaza con transformarse en un libro de arena de lo nuestro edificado. Es que el enorme tomo uno, que tomaba lo que sobrevivió de nuestra era colonial y nuestros tiempos federales, quedó chico comparado con lo que se vino en éste, que toma nuestro patrimonio entre 1880 y 1920, en 740 páginas. Esto no extraña, por dos razones. La primera, que esas cuatro décadas fueron la explosión económica del país viejo y un boom constructivo nunca visto. La segunda es cómo se pusieron de prolijos en el equipo que encabezan Alberto Petrina y Sergio López Martínez e incluye a Alberto Nicolini, Julio Cacciatore, Adriana Collado, Olga Paterlini de Koch, Jorge Tartarini y Manuel Torres Cano. El librazo contó además con aportes de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, del Cedodal, del Archivo General de la Nación, del Fondo Nacional de las Artes y de archivos privados.
El único problema de este martes es que el mismo día, a las 18, el doctor Ricardo Morales Gamarra da su conferencia magistral sobre conservación de arquitectura prehispánica de tierra, tomando el caso de Huaca de la Luna, en Perú. Morales Gamarra es catedrático de la escuela de arqueología de la Universidad Nacional de Trujillo y nos visita invitado por el Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. El evento es en ese instituto, Tres de Febrero 1378, con entrada libre.
En el Centro Cultural Borges todavía puede verse la muestra sobre la Manzana de las Luces que sirvió de marco para la presentación de un nuevo libro del Cedodal, la institución que dirige Ramón Gutiérrez. Definido como un “espacio funcional y simbólico excepcional”, la obra habla del pasado tan rico y especial de ese lugar, de su presente y de su preservación.
Al salir de tantas actividades, el público puede terminar el día patrimonialmente visitando de nuevo Los 36 Billares, que reabrieron después de largos meses de obra. La pizzería La Continental, el nuevo dueño, mantuvo el nombre, la estética, la querida puerta, las maderas, las arañas, alguno de los espejos y un radiador de calefacción original de 1894. En fin, otra muestra de inteligencia de una empresa que se dio cuenta de que preservar es negocio porque se capitaliza el capital cultural y el afecto a una marca.
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