Este martes, el Ministerio de Cultura nacional presentó el segundo tomo de ese proyecto enorme, necesario y por lo tanto inesperado, que se llama Patrimonio Arquitectónico Argentino, memoria del bicentenario. Este segundo tomo continúa la saga del primero, que recogía nuestro patrimonio edificado de 1810 a 1880, y arranca desde la generación del ochenta a 1920. Como en ese momento se construyó buena parte de lo que todavía nos rodea, como los pueblos se transformaron en ciudades y las aldeas en pueblos, como surgió nuestra primera industria y al fin se construyó la infraestructura de este país, no extraña que este tomo sea vasto, oceánico. Y es apenas la primera parte: con 750 páginas, el librazo apenas alcanzó para la industria, los templos y los edificios públicos. Todo lo demás, de la vivienda a los teatros, estará en otro tomazo de 750 páginas a publicar el año que viene.

Esto del libro de patrimonio ya es casi una categoría ontológica de la irresponsabilidad, la del funcionario sacando fotos y catalogando en un ensayo lo que no quiere o no puede preservar en la vida real. Con lo que estos anuncios despiertan una desconfianza particular, la de estar blanqueando una deserción cívica ante los especuladores. Es una injusticia, por supuesto, para los que realmente buscan documentar, hacer trabajo académico y difundir lo nuestro como tareas de amor. Como la continuidad es una prueba de sinceridad, es posible saludar esta colección como lo que es: una herramienta para difundir, concientizar y educar. Para 2015, cuando el enorme banco de información esté también en la web, se podrá usar como una verdadera guía material de la cultura de los argentinos.

La obra fue dirigida por los arquitectos Alberto Petrina y Sergio López Martínez, y abre con artículos con nombres como Alberto Nicolini, Julio Cacciatore, Adriana Collado, Olga Paterlini de Koch, Jorge Tartarini y Manuel Torres Cano. Al equipo de investigación se le sumaron colecciones como las del Archivo General de la Nación, la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, el Fondo Nacional de las Artes, y el Cedodal (Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana) que dirigen Ramón Gutiérrez y Graciela Viñuales.

La enormidad de la tarea se entiende al pensar que entre el tomo uno, el dos y el futuro tres se completará apenas más de un siglo de patrimonio edificado argentino, en alguito más de mil páginas. Esto significa muchos miles de fotos, fichas, estudios e imágenes de época, una verdadera enciclopedia que sólo la web puede alojar. Y esto significa que Petrina tuvo mucha razón al explicar, en la presentación de este martes, que “este libro sólo se pudo hacer desde el Estado”. La idea va más allá de pagar la tirada o el tiempo de los estudiosos, ya que todo el equipo que hizo el libro se educó y enseña en universidades del Estado. De hecho, Petrina contó que la primerísima licitación pública que firmó Néstor Kirchner fue la de la restauración de la catedral de Luján, y que en esta década se llevaron trabajos importantes en la Corte Suprema, la Casa Rosa, la Aduana, en Colegio Nacional de La Plata, el Ministerio de Agricultura, el Congreso y decenas de escuelas y colegios en todo el país. “Y no digo lavadas de cara, lamidas de gato para poner un cartel de obra, sino trabajos que toman años, profundos” destacó Petrina.

El libro está nuevamente tomado por regiones geográficas, que también lo son culturales y arquitectónicas, y busca ayudar a construir “una conciencia federal del patrimonio y aportar a una futura ley nacional de patrimonio donde el Estado tenga la función de policía, como corresponde a una nación civilizada”, en las palabras felices de Petrina.

Mientras llegamos ahí, el tomo se vende en las librerías del Museo Nacional de Bellas Artes, el de Arte Decorativo y el Histórico Nacional. El Fondo Nacional de las Artes podrá hacer posible que el año que viene se distribuya además en librerías.