Sábado, 27 de diciembre de 2014 | Hoy
Diseñadora, promotora, gestora y pionera en miles de aspectos del diseño latino, Delia Berú se fue físicamente este año, pero nos dejó ricos de anécdotas y enseñanzas.
Por Luján Cambariere
Hace más de diez años y, por esas cosas lindas que tiene la profesión, la conocimos en Brasil. Su hijo, Martín Kovensky, trabajaba en este diario y ella, al enterarse por otra entrañable amiga, Adelia Borges, de que estábamos en el país, nos recibió en su local de tres pisos, Casa 21. Ese fue el lugar pionero en promocionar el diseño brasileño en el centro neurálgico de la movida paulista, la Avenida Europa, lo que es muuucho decir.
De brazos abiertos, generosa, alegre, entregada, divertida, ocurrente, sensible, profunda, como era ella. Fue amor a primera vista y, desde ese instante, un ida y vuelta a lo femenino, con mucho de compartir familias, viajes, vacaciones aquí y allá, confesiones, cumpleaños, recetas, amigos. Con los años se convirtió en una mamá postiza para mí y yo en su orgullosa, mimada e única hija (entre dos varones, Hugo –cineasta– y Martín).
Para ella, esa primera nota, a la que apodamos “Una argentina en Sao” (luego vinieron otras, porque Delia era una persona fructífera) fueron la reconexión con un país que la sacó a patadas, exiliada, escapando con sus hijos pequeños vía Uruguay para llegar con lo puesto a Brasil. Un país diferente pero tan hospitalario como ella. Allí trabajó sin descanso, a puro virtuosismo, y fue pionera en todo. La primera mujer en trabajar en una importantísima fábrica de muebles. La primera en promocionar el diseño brasileño cuando ellos, como nosotros, mirábamos al Norte. La primera en darles trabajo a los hermanos Campana, hoy la nave insignia del diseño brasileño en el mundo, y producirles un banquito. Una de las primeras en abrir las puertas al binomio diseño y artesanía, y ella misma una eximia diseñadora.
Delia fue autora de un mobiliario con una factura exquisita que cuesta ver actualmente, como su colección Brasil, con la cama Violeta, la mesa Jazmín y la silla Julia, dedicadas a sus nietas. Además hizo el rescate de colegas olvidados del país vecino como John Graz, buscando en sus archivos, indagando entre familiares y amigos, recuperando piezas y reeditando y produciendo sus clásicos.
Fue una pionera de perfil bajo, humilde como pocos. Por eso a Delia no sólo se la admiraba, a Delia se la quería. Ella nunca ponía distancia, acercaba. Por esas cosas raras que tiene la vida (o el ego, mejor dicho) aún no tengo claro si en vida recibió el reconocimiento que merecía una grande. Un referente del diseño latinoamericano con experiencia en todos los campos: creación, producción, comercialización, gestión, curadoría.
Por eso hoy, a pesar de que duele y mucho, elegimos este último suplemento del año para hablar de ella. Se fue físicamente el 19 de octubre, Día de la Madre. Sus últimas palabras fueron “misión cumplida” y su féretro fue hecho de papel. Hasta el último aliento dando cátedra. En una escena donde aún faltan mujeres, una con todas las letras.
Por siempre
Delia nació en Argentina, estudió Bellas Artes en la Prilidiano Pueyrredón y con los maestros Oscar Capristo y Emilio Pettoruti comenzó su carrera de diseñadora y tuvo a sus hijos en nuestro país. Como tantos otros, tuvo que huir en nuestra década trágica vía Uruguay, azarosamente con su pareja y marido, el cineasta Mauricio Berú, y los chicos. Llegaron a Brasil en 1977 para empezar de cero. Delia dejaba atrás trabajos textiles con Marta Viñas, con quien había montado un taller y arrancado una rica labor con elaboraciones absolutamente vanguardistas con las que gana premios, como el del CIDI, e importantes clientes, como Alberto Churba y Visconti. Como dijo, en confianza y muchos años después, hasta había dejado una torta en el horno, tal el apuro de escapar.
En Brasil su primer trabajo fue de escenógrafa para telenovelas, un trabajo sin horarios ni descanso. “Empecé como decoradora. Después un amigo cineasta me consiguió trabajo haciendo escenarios de telenovelas. Todo fue muy vertiginoso, pero rico a la vez. De esa época conservo muchas anécdotas, como haberlo hecho trabajar de asistente mío, obviamente sin querer, al galán máximo de telenovelas de aquel entonces. Estaba vestido con un overol y yo, que no conocía a nadie, ni me percaté”, contaba.
Al poco tiempo, su talento hizo que la contrataran en Teperman, empresa líder en mobiliario, como su primera diseñadora extranjera y mujer. Y no se equivocaron, ya que además de una relación fructífera de más de catorce años, miles de hallazgos y proyectos vanguardistas, ella fue la responsable de que pusieran los ojos en lo propio. Lo que le valió, cuando quiso retirarse, que su indemnización fuera el local de Casa 21 que había creado para ellos para la comercialización del design brasileño.
“Era 1998, se venía el siglo próximo, por lo que me pareció una apuesta ponerle Casa 21, el futuro. Así seguí produciendo, hasta hoy, diseño brasileño. Siempre pensé que un espacio tiene que tener una ideología, filosofía, personalidad. Los talentos y materiales del lugar, como la madera, a los que les dediqué la colección Brasil (maderas certificadas), con piezas en honor a mis nietas, como la mesa Jazmín en teca”, contaba en su tiempo.
Cuando le preguntaban cómo fue abrirse paso en un mundo de hombres y encima siendo extranjera, también llovían las anécdotas: “Eso es muy divertido. Cuando yo empecé a ir a la fábrica, que estaba en el interior de San Pablo, a una hora y media en auto, no había ni una mujer. Eramos la cocinera y yo. Y el primer encuentro con el ingeniero de la fábrica, que después fue un gran amigo, fue tremendo. Hacía 40 grados de calor, me dio una planilla y me dijo: ‘Bueno, empezá a recorrer y a dibujar’. Seis horas recorriendo con cuarenta grados la fábrica, pero no me la iba a ganar. Recién ahí me dejó pasar al escritorio donde había aire acondicionado. Ellos fabricaban Herman Miller, tenían la licencia, y conociendo mi trabajo el dueño, Mili Teperman, me contrata para hacer diseños propios. Con el tiempo pude hacer muchísimas cosas. Y como siempre digo, tener experiencia de fábrica para un designer es muy importante porque ahí conocés la realidad de la producción. No solamente hacer lindos dibujos. Saber lo que conviene, costos de producción. Cuando hice la cama Violeta, por ejemplo, el financiero contó los tornillos que había puesto y dijo que sería invendible. Esas son las cosas que te foguean”.
¿El diseño brasileño, los Campana?... “Cuando hacía novela, tenía que montar escenarios y ahí, recorriendo tiendas de usados, como no estaban de moda los diseños brasileños, la gente los vendía y me llamaban mucho la atención. Los aprendía a admirar y conocer. Nadie miraba a Brasil. Además, cuando ya tenía el showroom hacía muchas reuniones, charlas con diseñadores y arquitectos para discutir sobre la escena y ahí aparecieron los Campana, que eran muy jóvenes y me vinieron a mostrar unas cosas. Un estante que nunca producimos porque era muy trabajoso, caro, entonces en la fábrica no me lo aprobaron pero sí hicimos la silla Dos Puntos, que hicieron exclusivamente para mí, en aluminio”, detallaba.
Delia fue presidenta de la Sociedad de Amigos del Museo de la Casa Brasileña, propulsando el nombramiento de quien fuera la mejor directora que tuvo el museo, Adelia Borges. Y muchísimas acciones que tenían siempre al diseño más real, cercano a la gente, como protagonista.
Además de todo esto, o por todo esto, Delia era una excelente comercializadora de diseño. “Brasil es un país sumamente marketinero. Si uno quiere vender no puede ignorarlo, pero hay distintas formas de hacerlo y la mía pasa por generar debate. Por eso siempre hacía muchas exposiciones dentro del local. Hice una en 1992 que se llamó ‘Design e industria’ y traje a la loja los prototipos de la fábrica, los moldes de madera con los que después se hacían los de metal para la producción en serie, fue una muestra lindísima. Después hice otra que se llamó ‘Design y humor’, que fue inédita y, por ejemplo, un arquitecto muy reconocido expuso los edificios más ridículos de San Pablo. Y después vino ‘Design y artesanato’, donde reuní producción artesanal de distintas ciudades para que diseñadores consagrados la utilizaran en nuevas propuestas. Alvaro Wollmer, Claudia Moreira Salles, Diana Malzoni, Dina Broide, Fernando Limberger, Guinter Parschalk, Guto Lacaz, Heloísa Crocco, Janete Costa, Marcelo Rosenbaum, Miriam Rigout, Nido Campolongo, Paulo Pasta y Rubens Matuck para hacer productos utilitarios, decorativos o instalaciones con piezas de Artesanato Solidario ArteSol, una ONG que tiene ochenta proyectos en las localidades más pobres de Brasil que involucran a más de cuatro mil artesanos. Otro que tuvo mucha repercusión fue el debate ‘Cómo el brasileño quiere vivir’. No nos olvidemos de que Brasil también es un país nuevo, con una estética en formación”, sumaba.
Extremadamente bella. Con un estilo propio y sofisticación única. Delia tenía ese encanto y ojo clínico para el diseño que transformaban en la más exquisita puesta todo lo que tocaba. Todo lo que caía en sus manos era customizado de un modo inédito. Desde una pieza industrial a una artesanía aborigen.
Una mujer sin edad. Todavía le quedaba rescatar la obra de varios designers, realizar proyectos de artesanía y diseño y quizá, si la vida le regalaba unos años más, dedicarse a la gastronomía.
Sofisticada y arrolladora de los pies a la cabeza. La mejor anfitriona y cocinera. La más original ambientadora (tan es así que hasta el último tiempo se pasó decorando, en sus tiempos libres, los casamientos en la playa de los hijos de sus amigos). La mejor “regalera” si cabe el término (siempre con la excusa de que tal o cual cosa tenían la cara de uno). Una intelectual, sensible y profunda. Lectora e investigadora incansable. Puro corazón. Mamá, abuela, amiga entrañable. Vuelvo a repetir, en una escena en que aún faltan mujeres, Delia fue una con todas las letras. Una grande a la que vamos a extrañar siempre.
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