Sábado, 13 de junio de 2015 | Hoy
Un museo de Nueva York con un palacio de particular belleza quiso hacer una torre en el jardín. Una ONG, una protesta y el propio gobierno municipal lo convencieron de buscar otro diseño.
Por Sergio Kiernan
No todas las comparaciones son odiosas, porque algunas resultan realmente educativas. Es el caso de lo que acaba de pasar con un museo particularmente hermoso de la ciudad de Nueva York que anunció una ampliación “moderna”, fue duramente criticado y aceptó finalmente cambiar el diseño. La moraleja del caso es en la ciudad favorita de los macristas, uno de los paraísos definitorios de la libre empresa, el gobierno municipal tuvo un rol crucial en esto de convencer al museo de abandonar un diseño que atentaba contra su patrimonio. No sólo defendieron el estilo del edificio y del entorno, sino que hasta reunieron al museo con los activistas y con arquitectos que le ofrecieron alternativas constructivas que rendían los mismos metros sin tanto impacto. Una demostración de libro de lo que se puede hacer desde la gestión pública cuando hay ganas y no apenas complicidad con los contratistas.
El Museo Frick está en la Quinta Avenida a la altura de la calle 70 en pleno corazón de la Milla de Museos, otra idea que los macristas imitaron de Manhattan. Esta es una milla de verdad, anclada en el Metropolitan Museum of Art y abarcando varios museos tal vez menos conocidos pero de fuste. Para un porteño, esta zona paquetísima del Upper East Side es curiosamente familiar porque es de las pocas en Estados Unidos donde se ve algo de arquitectura neoclásica a la francesa. El mismo Metropolitan podría ser un palacio porteño y la Frick quedaría instantáneamente en contexto en Buenos Aires. La casona era la mansión de la familia que todavía le da nombre, coleccionistas de arte que terminaron abriendo una fundación y transformando su hogar en museo abierto al público. Visitarlo es, nuevamente, algo familiar para un porteño, ya que igualito que nuestro Museo Nacional de Arte Decorativo, el lugar conserva su aire original de gran residencia, algo del mobiliario de la familia y la fuerte impronta de haber sido construido como una casa.
La Frick vale ser visitada para ver la colección propia y para deambular por los hermosos salones, con encantos como encontrar que los cuadros del comedor todavía están en el comedor, que tiene su mesa y sus sillas en posición. El museo se da lujos como recibir muestras de Vermeer y rodearlas con sus piezas holandesas y otras prestadas por otros museos, y mantiene un perfil similar a la Morgan Library, otro museo-casa de familia fundado sobre una colección particular. Pero como todos los museos del mundo, de cualquier tipo, el Frick tiene problemas de espacio.
Con lo que hicieron lo obvio, llamar a una firma de arquitectura modernita, Davis Brody Bond, y pedirle un diseño. DBB simplemente eligió un lugar “vacío”, el jardín interno de la residencia, y diseño una torrecita de seis pisos de un modernismo inmitigado, vidrio y hormigón y aceros, de modo de crear “contraste” y evitar toda sospecha de “falso histórico”, lo que parece que ahora te condena a la hoguera. El diseño tenía toda la sanata que acompaña estos errores, desde la necesidad de crear “volúmenes blancos” para exhibir arte hasta la más turística de crear un jardín en altura con vistas a Central Park, que está enfrente. Lo que el estudio obvió es el efecto destructivo de una torre así surgiendo por encima del museo.
Es que la casa Frick es una impecable creación del arquitecto Thomas Hastings, un famoso especialista en residencias de gran elegancia, mejor calidad y estupendo dominio de los lenguajes y las proporciones clásicas. Por lo tanto, la Frick es un edificio más vale horizontal, con entradas y salidas en sus fachadas de piedra París, jardines internos y externos, arquerías y columnatas que hoy resulta un descanso visual en un barrio dominado por varios de los primeros rascacielos residenciales del mundo. Los renders del diseño de BDD hacen pensar en que un gigantesco mueble de archivo, una cajonera, hubiera aterrizado en medio del palacio. Es todavía peor que la extensión de nuestra Facultad de Medicina junto al palacio de la avenida Córdoba. Es como si le construyeron una torre en el jardín al palacio Errázuriz.
Con lo que apenas se conoció el proyecto se formó una ONG, Salvemos al Frick, que desde el inicio contó con nombres de primer orden como el arquitecto Robert Stern, la escultora Maya Lin y nada menos que tres ex directores de la Comisión de Patrimonio de Nueva York. Esto último es clave, porque los ex funcionarios recordaban ciertos documentos relacionados al museo, como su promesa de hace cuarenta años de nunca tocar el jardín interno, diseñado por el británico Russell Page, que fue hecha cuando se permitieron pequeñas modificaciones al edificio en 1977. La ONG fue ganando cada vez más apoyos de grupos como la Fundación del Paisaje Cultural –que hasta encontró un comunicado de prensa del propio Frick anunciando que el jardín era “permanente”– y la Sociedad Municipal de las Artes. La prensa especializada, que en Nueva York no elogia a todo el que le ponga un avisito, fue durísima con la mediocridad del proyecto y la idea de destruir “la joya” del jardín.
Los directivos del Frick prestaron atención porque tenían muy presente el caso de otro museo similar y vecino, el Whitney, que había anunciado hace unos años el proyecto de comprar varias casonas del barrio, semidemolerlas y construir una torres de cristal por atrás. El Whitney estuvo más de un año en tribunales combatiendo amparos y demandas de patrimonialistas y vecinos, una galleta legal costosísima que terminó desalentando la idea. La rendición fue incondicional.
Lo que terminó de convencer al Frick de dar marcha atrás, según The New York Times, fue una serie de charlas informales con la Comisión de Patrimonio. Aquí conviene señalar que esta institución municipal reúne al gobierno de la ciudad, instituciones públicas de arquitectura, patrimonialistas y especialistas en patrimonio cultural, con lo que es una instancia de diálogo en serio y no un par de funcionarios nombrados a dedo, como la nuestra. La Comisión le dio a entender al Frick que el proyecto no iba a ser aprobado y que mejor debía buscar alternativas.
Con lo que el museo anunció que suspendía la idea y que iba a buscar otras maneras de lograr lo que necesita, que es un cincuenta por ciento de espacio extra para exposiciones temporarias y un 24 por ciento más para su acervo de obras de Greco, Degas, Manet y Renoir, entre otras perlitas. Extraoficialmente, el museo admitió que hasta recibió varios memos y dibujos de arquitectos preocupados ofreciendo alternativas que no implicaran algo tan feo y violento como la torre en el jardín. Como no hay apuro –el plan era empezar a construir en 2017– se pueden manejar alternativas que van desde cavar hasta readministrar el espacio actual con más eficiencia.
La lección para los porteños es una de convicción y gentil firmeza completamente ausente en nuestro ineficiente gobierno municipal. Las administraciones anteriores al PRO contestaban “no hay leyes que nos permitan pararlos” con ojos de ternura. Los macristas contestan lo mismo, con ojos duros, de contador de empresa constructora. Que en Nueva York, nada menos que Nueva York, se pueda usar el poder “blando” del estado municipal para detener una barbaridad demuestra que es posible hasta en esta Buenos Aires.
El Casco Histórico porteño y la Sociedad Central de Arquitectos acaban de anunciar su Premio a la mejor intervención en obras en ese sector de Buenos Aires. Con sinceridad, este tipo de premios ya alojó y destacó tantos errores y trabajos que serían clausurados en latitudes más rigurosas, que su anuncio deja pensando al mejor pintado. Basta recordar que una vez honraron nada menos a Mario Roberto Alvarez por la completa destrucción de los interiores de una residencia francesa. Consciente de que lo hacían para chuparle las medias, Alvarez hasta fue socarrón con los que lo premiaban y dijo en público que para él patrimonio era algo a demoler Que sea Casco Histórico, a cargo de un arquitecto que opina más o menos lo mismo y que públicamente apoyó el asfaltado de todo San Telmo, la que convoca al premio, no deja exactamente una sensación de tranquilidad.
Las bases son bastante nebulosas, como no extraña, pero aclaran que incluyen edificios nuevos “que han buscado el equilibrio entre la preservación y la renovación” y “trabajos que pongan especial énfasis en los criterios de conservación y respeto del patrimonio”. Las categorías abarcan la recuperación y puesta en valor, la obra nueva o ampliación, y el diseño y ambientación de locales. Se incluyen obras desde 2005 y pueden participar arquitectos y decoradores con título, y organismos oficiales o privados. La inscripción cierra el 22 de junio y la presentación es el 22 de julio. El costo de participar es de 400 pesos para socios de la SCA y 600 para no socios.
Hasta el jueves se puede visitar la Feria y exposición del Libro de Historia de Buenos Aires en el espacio Virrey Liniers, Venezuela 469, que es una rara chance de darse cuenta qué inmensa es la bibliografía de esta ciudad. El evento incluye desde la venta de libros sobre historia barrial y urbana, que raramente tienen la circulación que deberían, hasta la exposición de ejemplares ya inhallables, que esto de escribir sobre Buenos Aires viene de hace rato. La entrada es libre y gratuita, y los horarios son de 10 a 19, menos el último día que es de 10 a 13.
Art Déco Buenos Aires acaba de llamar a su segundo concurso de fotografía sobre el patrimonio Art Déco y racionalista a beneficio del Pedro de Elizalde. El evento ya fue realizado el año pasado y recibió 360 fotos de todo el país, lo cual no extraña al pensar que estos dos estilos –uno más internacional, el otro casi una variante argentina– tiene una cobertura territorial casi perfecta entre nosotros y abarca casi cualquier objeto construible, de una panadería a un monumento, pasando por una enormidad de infraestructuras. El concurso tiene un primer premio de diez mil pesos y está a cargo de Marta García Falco, con un jurado de arquitectos con Aldo Sessa como invitado y Adriana Piastrellini y Fabio Grementieri representanto a Adba. Informes en [email protected].
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