› Por Marcelo Magadan
Semana pasada. Trato de evitar toda distracción para terminar un informe. Suena el teléfono. Atiendo y escucho la voz del entonces candidato oficialista, hoy jefe de Gobierno electo, invitándome a salir a la calle y a mirar, para descubrir las novedades que hay en mi entorno.
Como ciudadano obediente que soy, decido darme una vueltecita por el barrio. Observo la misma suciedad de siempre, el mismo vehículo abandonado desde hace un par de años, algunas veredas de cemento peinado precarias, de aspecto deplorable, mal hechas y peor mantenidas. Un poco más allá, unos contenedores de basura sucios, maltratados, incómodos, diseñados sin pensar mucho en la ergonomía, que acaban de traer al sur desplazados de un norte donde los nuevos son más amigables. Veo árboles maltratados, mal podados, algunos secos como consecuencia de esa suerte de tala “toda temporada” que nos han impuesto en los últimos años. Reconozco a varios de los baches históricos que resisten a la gestión con empeño y llego hasta una de las plazoletas del barrio de San Cristóbal, la Francisco Canaro. Ahí aprecio “la obra” que la administración local terminó un par de meses atrás: la “puesta en valor” de la fuente, una fuente pequeña, elemental, feúcha y poco inspiradora, construida con adoquines provenientes de algún pavimento histórico que fue removido.
Resulta que el sistema de aprovisionamiento de la tal fuente estuvo sin funcionar durante algún tiempo y, período eleccionario mediante, el GCBA decido repararlo. La cuestión es que, en lugar de reponer una bomba de recirculación, minimizando el consumo de agua potable, la conectaron en forma directa a la red pública y le construyeron un desagüe que vierte inmediatamente el excedente a la calle. Ese excedente se produce en forma permanente ya que la fuente funciona las 24 hs. del día desde hace ocho semanas. ¿Qué implica esto? Una estimación del derroche podemos tenerla siguiendo a la web de AYSA, donde se lee que “Una manguera abierta durante media hora desperdicia 570 litros de agua” (http://www.aysa.com.ar/index.php?id_seccion=481) y agrega que, siguiendo los parámetros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) “si evitás este derroche el ahorro sería equivalente al agua que necesitan 2 personas para cubrir sus necesidades básicas de cinco días”.
Hagamos una simple multiplicación. Si 30 minutos de manguera abierta equivalen a 570 litros de agua potable, resulta que en un día se desperdician 27.360 litros y en un mes 820.800. En las ocho semanas que median desde el momento de la “puesta en valor” de la fuente hemos derrochado 1.641.600 litros de agua. Para cuando se cumpla el año, los ciudadanos de Buenos Aires habremos perdido 9.986.400 litros de agua potable, solo en una plaza de la ciudad. Agua que, recordemos, cuesta un gran esfuerzo potabilizar y que en cuanto sale del pico de la fuente pasa a un desagüe y termina en la alcantarilla más próxima.
Esto por decisión de los funcionarios del gobierno porteño, el mismo que no se cansa de machacar con eso de que Buenos Aires es una Ciudad Verde, una campaña que entre sus objetivos promueve “el consumo responsable de agua” y alecciona a los ciudadanos diciéndonos que “Una Ciudad Verde la hacemos entre todos. Por eso es tan importante generar conciencia para lograr el cambio. Todo sucede un día, el día que hacemos un click.” [http://www.buenosaires.gob.ar/construccionciudadanaycambiocultural/ciudadverde].
Por el bien de todos y por respeto al medio ambiente, que el responsable de este desatino haga click, vaya a la fuente y cierre la llave de paso.
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