Desde su marca Mutón, María José Troncoso da vida a sus expresivos personajes en fieltro.
› Por Luján Cambariere
Un conejito husmeando por allí, una banda de pandas por allá. Perros, gatos, pájaros. Los muñecos de María José Troncoso tienen una expresividad sorprendente. Los concibe afieltrando el vellón de lana con aguja pero enseguida, confiesa, toman vida propia. Compañeros ideal para regalar y regalarse en esta época del año.
–Ya desde pequeña sentí algo muy especial por todas las artes. Recuerdo cuando visitaba la casa de una primas de mi mamá, me encantaba ir un atelier que tenían en el fondo de su casa. Un galpón inmenso con títeres, un caballos articulado de madera y una réplica en el jardín de una estatua de Donatello, David y Goliat. Podía pasar horas observándola. Amaba las muñecas de porcelana antiguas y con mi mamá hacíamos muñecos de trapo que sacábamos de las revistas Burda. Soy también amante de los animales, llegue a desear muchas veces de tener un caballo en el patio de mi casa.
Terminé el secundario ya en democracia. Comencé a trabajar. Un amigo sabía cuanto me gustaban las Bellas Artes y se ofreció a pagarme una escuela privada, el Centro de Artes Visuales, donde la profesora de dibujo me dijo que tenía que estudiar con Eduardo Audivert que para ese entonces era el director de la Cárcova. Apenas vio mis dibujos me dijo que ya estaba lista para guardar y enmarcar mi obra. Yo dibujaba botellas y él decía que eran muy sensuales. Estuve sólo unos meses. Después a los 23 años viaje a España y de ahí a Italia donde me dediqué sólo a trabajar de lo que pudiese, desde cuidar chicos a trabajar en fábricas. Rodeada de arte en Parma empecé a sentir un vacío inmenso y ganas de sacar todo lo acumulado. No fue fácil. Cada tanto hacía algún objeto o muñeco en papel o con aserrín y cola y cartones que encontraba por ahí, pero como tenía que trabajar no lograba avanzar en lo que tanto amaba hacer. Finalmente me decidí cuando conocí el budismo y mi maestro me alentó a concretar mis sueños. Comencé a estudiar de noche y limpiar casas por la mañana. Me recibí de maestra de arte y seguí estudiando en la academia de Bellas Artes de Boloña por un año hasta 1999 que decidí volver a Buenos Aires. Ya en Argentina quise seguir estudiando pero otra vez el tema laboral. Hice dos años en IUNA y dejé. Un día mientras atendía las mesas de una panquequería dije basta y empecé a estudiar serigrafía con Andrea Moccio, fui su asistente y ella me alentó. A los 42 años quise hacer realidad mi sueño y vinieron los títeres, estudié en la Unsam una diplomatura de teatro de Títeres y Objetos.
–Un día buscando lana para hacer la cabellera de un títere, conocí el vellón. Una amiga que era maestra Waldorf me dijo que se podían hacer muñecos con una aguja especial. A partir de ahí no paré. Sentí que había encontrado lo que siempre soñé para poder plasmar todo lo que en tantos años había acumulado, un material tan noble y bello como la lana.
–Me encantan los muñecos y las muñecas. Creo que me conecta a mi niña, a lo lúdico. Me permiten contar historias y seguir soñando y hacer soñar. Muchos artista sin darme cuenta sirvieron de inspiración, como Klimt con El Beso, Gauguin, los pintores flamencos con sus doncellas y caballero, Boticelli y las iconografías rusas.
–Tiene que ver con mi vida. Con lo que soy, en algún rincón tengo una niña, que no se quiere ir y eso me mantiene viva. Hoy tengo 50. Me hace feliz ver la expresión de las personas cuando ven uno de mis objetos, saber que puedo sacarles una sonrisa, provocar ternura, en este mundo tan convulsionado en que vivimos. Además me costó tanto poder parirlos. Cuando comencé la diplomatura de títeres sentí que podía recuperar los años perdidos, porque a un títere le das vida, es la prolongación de uno, si no sentís lo que querés mostrar no pasa nada. Con un títere pude cantar, volar, bailar, girar en el aire y con mis muñecos pasa lo mismo. Mutón nació como un juego creo que de a poquito fue tomando forma un proyecto de querer hacer objetos resignificando el fieltro. Además de ser un material sustentable y sumamente agradable y hasta diría terapéutico por el ruidito de la aguja al fieltrar la lana, es muy loco ver como después de pinchar tanto el vellón que no son mas que un montón de fibras enloquecidas se transformen en un conejo, un osito, un pajarito que inspiren tanta ternura.
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