Sábado, 8 de agosto de 2015 | Hoy
AySA está completando la primera etapa del Plan de Recuperación Progresiva de su formidable sede central, el Palacio de Aguas de la avenida Córdoba. Quien suba la mirada verá sus torres, cresterías y pizarras luciendo como en 1894.
Por Sergio Kiernan
nHace más de un siglo lo visitaban los porteños maravillados por su belleza y por la novedad tecnológica del agua corriente. Era como tener una base espacial en la ciudad, era de lejos el edificio más grande que existía, y para mejor tenía jardines que se podían recorrer. Su piel era un espejismo de materiales nunca vistos en una Buenos Aires que recién arrancaba a salir de Gran Aldea, una paleta nueva de mayólicas, terracotas, azulejos, herrerías y carpinterías de cedro. Arriba, el conjunto se coronaba con una interminable techumbre de pizarra negra, rematada con agujas y cresterías de buen hierro fundido. El ramplón nombre técnico de Gran Depósito Distribuidor no engañaba a nadie: inaugurado en 1894 para deleite general, el edificio ya era el Palacio de Aguas.
Hay que imaginar una capital federal más campo que ciudad, con una casa rosada menos que a medio hacer, sin el Congreso, con alguno que otro colegio terminado o a medio terminar para entender el impacto del Palacio. Todos sabían que había empezado como una serie de tanques de metal –que siguen ahí y se pueden visitar– para ese milagrito tecnológico que era el agua corriente. Todos sabían que el edificio era en realidad una pantalla alrededor de los prácticos tanques. Pero ¡qué pantalla! Los hierros eran belgas, los ladrillos a medias ingleses y a medias argentinos, pero el exterior era una gloriosa fantasía victoriana fabricada en Gran Bretaña y traída desarmada desde allá, 300.000 piezas de revestimiento sólo para las cuatro fachadas.
El edificio era, en rigor, un ejemplo de libro de Archittetura Parlante, una señal material e inconfundble de la importancia de su uso, del agua corriente y del poder económico del Estado. La flamante empresa pública de saneamiento y aguas se armaba con un cuño arquitectónico que hizo carrera y que hace que su heredera, Aysa, sea custodia de una de las colecciones patrimoniales más importantes de esta Argentina. La empresa está terminando la primera etapa de recuperación de este formidable exterior, que es un Monumento Histórico Nacional, por primera vez con el mayor rigor técnico e histórico posible. El trabajo es inmenso, pero se está haciendo de acuerdo a la reglas del arte.
El Plan de Recuperación Progresiva del Palacio es realmente ambicioso. Para darse una idea, hay que pensar que los techos negros tienen, entre faldones y torres, 62.750 pizarras negras inglesas. Después de bastante más de un siglo de intemperie, de óxidos, manchas y alquitranes diversos de parches mal pensados, las piezas habían perdido su color original. El Plan ya cambió el 90 por ciento de las piezas, 56.475 pizarras, ahora españolas, de un negro pleno. Quien pase por la manzana de Córdoba, Riobamba, Viamonte y Ayacucho y no se distraiga podrá ver un remate victoriano exactamente como eran originalmente, negrísimo. También disfrutara de la nitidez de las torres del edificio, notables piezas de arquitectura en hierro recién recuperadas, tratadas para la intemperie y pintadas a nuevo. Ni hablar de las cresterías ornamentales realizadas por la firma Walter McFarlane de Glasgow, Escocia.
No podrá ver, porque son los techos “técnicos” que cubren el interior, los 8750 metros de chapa ondulada de los que ya se cambiaron siete mil, más cientos de piezas transparentes, ahora en materiales orgánicos. Y tendrá que entrar para ir viendo las interminables restauraciones, limpiezas y mejoras de escaleras de carrara o de granito, y de pisos de madera o de casi invulnerables baldosas de Villeroy & Bosch. Entrar es una buena idea, porque de los doce famosos vitrales del palacio, los que lucen el escudo nacional y una antorcha, ocho ya fueron restaurados. Vale la pena detenerse en estos vitrales para ver una muestra de inteligencia muchas veces ausente en las restauraciones argentinas. El ojo atento encontrará piezas de vitral originales que se habían rajado pero no perdido; en lugar de cambiarlas por otras no originales pero enteras, para que el conjunto parezca a nuevo, se mantuvo el vidrio original con una junta de plomo que la retenga en posición. Es muy atinado, porque el vitral no es nuevo sino que tiene más de cien años.
Por afuera, a nivel del transeúnte, también se nota la restauración de elementos. Los portones de madera lucen limpios, con el peculiar tono claro pero profundo del cedro en evidencia. Estos portones son parte de las 242 piezas de madera que tiene el palacio, de los que faltan arreglar apenas cinco. El despliegue incluye puertas interiores, ventanas con celosía de una hoja o de dos, óculos y las ventanas de guillotina que habían dejado de funcionar hacía décadas. Hoy se levantan y bajan con facilidad, con sus complejos mecanismos de cables ocultos en orden. En los jardines, las 16 farolas, creadas en su momento en los mismos talleres de Obras Sanitarias de la Nación, están a nuevo, repintadas en su color original.
Los trabajos son supervisados por el Departamento de Patrimonio Edilicio y Jardines Históricos, y por el Museo del Agua y de la Historia Sanitaria. Por su condición de pieza histórica sin par, la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos estuvo desde el vamos y sigue controlando el rigor del proceso. Las sucesivas licitaciones especializadas incluyeron un plan de documentación de obra a una escala muy rara entre nosotros, con miles de fotografías y un detallado histórico de cada paso dado, cada material reemplazado, cada receta usada.
El Plan de Recuperación del Palacio es parte de una movida de AySA que incluye el depósito de Caballito y la Planta Elevadora de Wilde, otro Monumento Histórico Nacional reciente. Como corresponde, los trabajos en la manzana gloriosa de la avenida Córdoba arrancaron desde arriba, pero continuarán en estapas futuras bajando las fachadas. Estos trabajos serán realmente notables y nuevos, porque nunca se hizo una restauración a esta escala de este tipo de materiales. El Palacio fue construido por expertos que sabían su oficio y utilizaron secretos constructivos muy antiguos. Un ejemplo: las piezas de terracota roja del basamento, que imitan piezas de piedra colorada rusticada, son huecas para alivianarlas. En el interior guardan una capa de tufa volcánica molida, un material que absorbe la humedad sin degradarse y que ya lo hizo por 130 años, truco que sirvió para moderar la previsible humedad ascendente. ¿Qué más se aprenderá interviniendo el resto del edificio?
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.