El horror en la calle Rodríguez Peña, menos verde en la ciudad, piedra libre en la Manzana 66.
POR SERGIO KIERNAN
La tormenta que tiene a tantos bonaerenses tan a mal traer arrancó los telones amarillos con que el gobierno porteño escondía la obra en la plazoleta frente al Palacio Pizzurno, en Rodríguez Peña entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear. Lo que se puede ver ahora es un espanto de mal gusto, una obra que parece una venganza por los límites que le impuso al macrismo la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, que no les dejó destruir la plaza de enfrente. Esta vergüenza del diseño queda todavía más fea en contraste con la serenidad y belleza de la fachada del palacio, una obra de gran calidad que debería ser respetada en su entorno.
La plazoleta existente no era gran cosa y ya era una muestra de la falta de tino con que se insertan espacios nuevos en entornos estables. Todos los materiales eran malos, industriales en el peor sentido de la palabra, y de un colorido fuera de lugar. El espacio está no sólo dominado por el palacio sino que fue creado especialmente para retirarlo un poco de la calle, darle perspectiva y lucirlo. De hecho, es una fachada muy visible y apreciable por esos metros de más, que permiten verla entera. En el centro del espacio hay un mástil de los que ya nadie se calienta en pagar, y la plazoleta, larga y relativamente finita, incluye dos canteros y algún árbol.
Lo que hicieron ahora es simplemente una vergüenza. El mástil está enrejado, las veredas son de cemento mal peinado y de bolsa, directo del corralón y del tipo que ya ensució varias veredas porteñas. Ya se creía que es pasión por imitar las veredas de Nueva York había pasado, pero el vicio despunta cada tanto. El mismo material protagoniza un “mobiliario urbano” penoso que parece creado por y para un jardín de infantes al que se quiere castigar. Los bordes centrales de los canteros fueron resueltos con un apilamiento de bloques de cemento, mientras que los costados muestran un torturante banco también de concreto, con una suerte de separadores hechos con fierros doblados y pintados ¡de naranja!
El resultado es confuso, de mal gusto, caro y excesivo para un lugar que realmente se usa el sábado, cuando por razones inexplicables los emo y otras tribus afines se sentaban en el pasto a conversar y tocar la guitarra. Como para terminar de insultar al Pizzurno, la plazoleta cruzando Paraguay, en el “hueco” en esquina con Rodríguez Peña, ahora muestra una parafernalia de caños amarillos, un gimnasio urbano...
¿Se puede pedir que el que diseñó esto devuelva el título?
Para peor, en esto de las plazas resulta que los números oficiales de la Ciudad muestran una pérdida de espacios verdes y hasta muestran por qué ocurrió. La Dirección General de Estadística y Censos del Ministerio de Hacienda porteño publicó recientemente un verdadero atlas de nuestra ciudad, y el capítulo sobre espacios verdes resulta inquietante. Lo primero es que pese a la cháchara electoral del macrismo, la proporción de verde por habitante bajó un poco, de un número oficial bastante poco creíble de seis metros por persona en 2006 a 5,9 metros en 2014. Parece poca pérdida, pero como el número ya es bajísimo del vamos, apenas una fracción de lo recomendado por cualquier organismo internacional, es para prestarle atención. De paso, la misma Ciudad sabe que es baja y lo disimula midiendo en hectáreas cada mil habitantes, con lo que suena a más.
Leyendo los números oficiales se puede ver qué pasó y dónde. A fines de hacer una comparación sostenible, hay que ir de 2007, el último año pre-Macri, a 2014, el último disponible. El primer ruido conceptual es el que afirma que hay siete hectáreas más de espacio verde en Buenos Aires, lo que es inmediatamente desmentido en el detalle, ya veremos por qué. Según los números, en 2007 había 1069,8 hectáreas de parques en la ciudad, que cerró el año pasado con 1025,3, 44 hectáreas y media de menos. También se perdieron casi diez hectáreas de plazoletas, de 86,7 a 77,1, y más de 36 de canteros. En compensación, se registraron 66 hectáreas más de plazas, ocho y media de jardines y nueve de “otros”. Matemáticamente esto explicaría las siete hectáreas más, pero no la baja en promedio para una población que no se mueve.
Una explicación aparece al pie de los gráficos de Estadística y Censos porteña. Allí se puede ver que se incluyeron los jardines de la avenida General Paz, probablemente sólo del lado Capital pero capaz que los del lado provincia también. Y el rubro “otros”, que ni existía en 2007, aporta 23 hectáreas de “patios recreativos, polideportivos y otros espacios diversos”. ¿Qué hace que estos patios, canchas y “otros espacios” sean verdes? No la existencia de plantas y césped, sino que los mantiene la dirección general de Espacios Verdes. No es que sean verdes, sino que burocráticamente se mantienen con esa partida, lo que los enverdece...
La fuerte baja del rubro canteros, de 154,2 a 117,8, deja pensando si ese no será el precio del metrobús en la avenida Nueve de Julio. Y el aumento en el rubro plazas deja pensando cómo se cuentan las plazas secas y demás cementeras urbanas. Por ejemplo, la explanada lateral al Teatro Colón lleva el nombre de Plaza Vaticano pero no tiene ni un metro cuadrado de verde porque es el techo de los talleres subterráneos. Pero si se lo cuenta como plaza, aumenta truchamente el metraje “verde” haciendo pasar un espacio público, abierto y pavimentado por una plaza... Así van a terminar contando las calles arboladas como espacios verdes, bajo el nombre de “corredores”.
Los vecinos de lo que iba a ser el miniestadio porteño no pudieron festejar lo que podría haber sido una victoria sobre la prepotencia. Ya quedó claro que el miniestadio no se va a hacer, con lo que lo peor se pudo evitar, pero la manzana de Belgrano y Jujuy, despejada a costa de varias demoliciones patrimoniales, se va a ir transformando en un cambalache de canchas, estacionamiento y bar. Los vecinos tuvieron una muy buena reunión con la controladora de faltas Paula del Río para ver cómo seguía la clausura que habían logrado en mayo por obras indebidas, y también pasaron por la Defensoría del Pueblo porteño, que terminó dándoles la mala noticia publicada en el Boletín Oficial. Con la firma de Antonio Ledesma, el director general de Interpretación Urbanística y Registro que tantas y tantas cosas firma –¿tendrá fueros vitalicios? ¿no le preocupa el futuro?– ahí aparece la autorización para mutar el proyecto de miniestadio a convoyado de canchas y usos diversos.
La disposición es la 495 y habla sobre la consulta para crear un conjunto de “Playa de estacionamiento; Club deportivo con instalaciones al aire libre, canchas de golf, fútbol 5, mini fútbol; Bar, café, whiskería, cervecería, lácteos, heladería, etc.”. El texto se preocupa por la zonificación, las leyes aplicables y otras cuestiones legales y burocráticas, pero sobre todo porque la manzana, formada por varios terrenos, no fue unificada. Aquí viene un poco de realismo mágico burocrático, en el que se terminan aceptando obras y usos para algunas de las parcelas aunque el terreno sea de hecho –materialmente– uno solo y de una manzana de superficie. Esta es, de paso, la excusa por la que los dueños continuaron trabajando sin problemas pese a la clausura: la medida fue parcial y no total, en todas las parcelas, con lo que simplemente entraban por alguna otra entrada y le daban p’adelante.
En concreto, Ledesma y los suyos le terminan aprobando una playa de estacionamiento interno de algo más de mil metros cuadrados, un club con todo tipo de canchas de casi 3500 y un bar de 100. La única preocupación que manifiesta la aridez bizantina de la disposición es hacia los muros perimetrales de la Manzana 66, que hoy son una ruina rotosa y medio masticada por la demolición de apuro. Los dueños no parecen estar preocupados en absoluto por el tema, no proponen nada, ni demoler y hacer una nuevo, ni reparar lo que existe, ni siquiera pintarlo. Con lo que la gente de Ledesma registra que se podría hacer un “jardín vegetal vertical”, la nueva moda pavota y tramposa para fingir que se crean espacios verdes sin tocar ni un metro cuadrado de la realidad.
No extraña que los vecinos comuniquen que “Estamos indefensos y se actúa con impunidad. Los denunciamos en la Agencia Gubernamental de Control, en la Dirección General de Fiscalización y Control de Obras, en la comisaría 8ª, en la fiscalía y en la Defensoría del Pueblo y nunca dejaron de trabajar”. Pero siempre hay alguna manera tersa y legalista de negar la realidad y dejar hacer al sector mimado del macrismo.
El Cedodal es un archivo invaluable de la arquitectura argentina y latinoamericana, una institución que vive tapando baches escolásticos con sus libros y un verdadero recurso intelectual. Este miércoles sus directores y fundadores, Graciela Viñuales y Ramón Gutiérrez, le dan un giro novedoso y expansivo al firmar un convenio con la Organización de Estados Iberoamericanos y asociar al Cedodal con el Espacio Cultural OEI Buenos Aires. La movida arranca con una muestra y video sobre Le Corbusier en el Río de la Plata, que se puede visitar a partir del jueves a las 20 horas en Paraguay 1514.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux