Sábado, 28 de noviembre de 2015 | Hoy
El primer Centenario se festejó con cinco ferias que tenían 35 edificios. El único que quedó es una joya Art Noveau que yace en ruinas atrás de un shopping y que ahora puede volver a la vida con un proyecto comunitario.
Por Sergio Kiernan
Hace alguito más de un siglo, en 1910, los argentinos festejamos el primer Centenario de nuestro país. Ni esperamos a que fueran los cien de la independencia de 1816, sino que fuimos directo a la revolución de 1810, desde entonces fijada como el cumpleaños del país. En 1910 se sentía o se veía que todo estaba por hacer, con lo que la fiesta se expresó en una fiebre constructiva como pocas: el cambio de siglo en 1900 y el Centenario en 1910 desataron un furor de sedes nuevas para públicos y privados, infraestructuras nuevas, residencias a estrenar, calles empedradas, puentes garbosos, dársenas y vaya a saberse cuántas cosas más.
A la distancia de un siglo, asombra no sólo el dineral invertido sino la calidad conceptual de lo construido. Como se estaba construyendo el país y marcando además una suerte de mayoría de edad nacional, se ponía lo mejor en el tablero y en la obra, se pensaba bien y adelante, se hacía para marcar y para durar, para mostrar de qué la íbamos en estas pampas. Esta mentalidad se esfumó en el siglo siguiente y quien lo dude no tiene más que acercarse al pequeño shopping de Bullrich y Cerviño, ir hasta el fondo y ver ahí la noble ruina del último pabellón existente de las Ferias del Centenario. La única razón por la que alguien pudo construír algo así para una exposición pasajera fue un hambre de gloria, la única por la que se pudo dejar que se arruine es la indiferencia de la decadencia.
Resulta que Buenos Aires tuvo nada menos que cinco ferias del Centenario, un programa de exhibiciones armado por temas y con una clara intención de desarrollar puntos de la ciudad. En total, las cinco ferias tuvieron 35 edificios principales, construidos con materiales permanentes, sin contar kioscos, galpones o carpas. Famosamente, se construyó una feria en lo que hoy es Plaza San Martín, potrero a medio construir que fue transformado en parque de particular belleza luego del evento. La zona sobre Bullrich que hoy es Palermo, más conocida entonces como el Barrio de las Latas por la villa de chapas a orillas del Maldonado, fue urbanizada con el ancla de una de las ferias, que cubría el terreno que hoy es el Regimiento de Patricios, el shopping y el regalito de Carlos Menem a ese país tan carenciado, Arabia Saudita, para que hiciera su colegio y mezquita. Ahí se levantó la exhibición dedicada al transporte, el correo y el telégrafo, y ahí quedó el pabellón de fiestas, de un divertido estilo Art Noveau y de una proporción de líneas que ya no entregan.
Por su función, el pabellón terminó siendo el más alejado de Santa Fe, de modo de que el visitante recorriera toda la muestra y finalmente llegara al lugar de fiestas/refrescos/café, un descanso para caminantes y escenario de los interminables banquetes que eran de rigor en la época. Por razones desconocidas, este pabellón no fue demolido como se demolieron los otros 34 y como se demolió su feria, que les hizo lugar a las barracas del regimiento. Las imágenes de época indican que, sin embargo, le retiraron ornamentos y grupos escultóricos que remataban la cúpula y le daban ritmo al coronamiento de sus fachadas. Por muchos años, el pabellón fue parte de la vida militar y generaciones de porteños lo recuerdan porque era uno de los lugares donde se hacía la revisación médica del servicio militar obligatorio, si te tocaba Ejército y vivías en Capital.
Pintado por adentro de verde hospital/cuartel/hospicio y seguramente cargado de malas ondas –cuántos pibes temblorosos inventando pies planos deben haber pasado por ahí– el edificio sin embargo llegó entero a 1994, cuando la ola privatizadora terminó con la concesión del lote a los privados. El contrato original, de hace 21 años, mandaba que el concesionario mantuviera el pabellón en buen estado, cosa que evidentemente no se cumplió. De hecho, ni su declaratoria como Monumento Histórico Nacional en 2010 parece haber conmovido al grupo Cencosud, que ahora negocia qué hacer con el lugar con el Ministerio de Defensa, que sigue siendo dueño del pabellón y del terreno.
De paso, el verdadero misterio es la falta completa de imaginación de los concesionarios desde el inicio. Ganar un terreno en concesión que incluye una pieza tan notable de arquitectura, un edificio de semejante encanto y no saber qué hacer con él es un verdadero Waterloo intelectual. Pero es lo que ocurrió, y el pabellón terminó siendo el fondo vergonzante del shopping, escondido entre los pallets de materiales de construcción, con árboles creciéndoles en las grietas y visualmente hundido y cegado por una rampa asfaltada que le pasa por la puerta.
Es un desperdicio, porque el pabellón fue pensado para recibir multitudes y hacerlas sentir bien. El edificio es un rectángulo con fachada y contrafrente curvos, y laterales rectos, con una muy alta proporción de ventanales sobre muro seco. El interior es la simplicidad misma, con un muy buen hall de entrada, planta baja y un primer piso que es una suerte de gran balconada sobre el espacio central, bajo la cúpula vidriada, que tiene doble altura (¡y qué doble altura!). Con lo que es un edificio facilísimo de entender y recorrer, con un espacio noble al centro y varios salones alrededor, abajo y arriba. Esto es una distribución comercial de libro, infinitamente superior a la zoncera del diseño del shopping actual, que parece bajito cuando es en realidad más alto que el pabellón.
Y ni hablar de la belleza conceptual del pabellón, un edificio interesante donde su vecino es una mera caja. El de la feria se implanta en el terreno con carácter, tiene una entrada evidente y elegante, un volumen fuerte y masculino, con unas muy peculiares torres en cada “esquina” marcando la transición entre las curvas y las rectas de las fachadas. Estas torres tiene un lenguaje original, casi que pasando de un Art Noveau a un Déco que no puede ser. Las columnas pareadas son muy clásicas, como para sostener a las máscaras también pareadas de sus sencillos capiteles. Típicamente porteño, el edificio es muy diferente por afuera que por adentro.
Como muestran las fotos, el interior es, además, una tapera ruinosa. Faltan hectáreas de machimbres de pinotea, hay boquetes en los muros y verdaderos jardines de interiores. Lo que queda de piso está cubierto por una gruesa capa de yesos caídos de muros y cielorrasos, y cada lluvia es una ducha hacia adentro. El exterior, más robusto, aguantó mejor, pero hay desprendimientos por todos lados, hierros florecidos y una gran variedad de helechos enraizados en máscaras y molduras.
Con lo que fueron los vecinos los que se empezaron a movilizar para salvar el pabellón, antes de que pase una desgracia y antes de que alguno decida que no tiene salvación o conviene eliminarlo, vía Guardia de Auxilio porteña. La Comisión de Cultura y Patrimonio del Consejo Consultivo de la Comuna 14, Palermo, junto a varias ONG del barrio, se dedicaron a pensar alternativas para el lugar. La idea básica es abrirlo a la comunidad para que deje de ser un misterio al fondo del Easy y un pantallazo visto desde el tren. El edificio serviría como un centro comunitario y como un Centro de Interpretación de Palermo, con tres ejes históricos. El primero es el de los festejos del Centenario, el segundo es el de la historia militar en Palermo, que incluye desde un cuartel colonial posterior a las invasiones inglesas, a los actuales regimientos de Patricios y Granaderos, y al Hospital Militar. Y el tercero es, claro, la historia del barrio, de las más ricas que tenemos. Esta idea es sumamente interesante por lo compleja y simple a la vez: se concentra información dispersa en lugares inaccesibles, se junta a civiles y militares, burreros y poetas, correos y carreros, entre otras temáticas. Y se recupera un edificio que, francamente, ya no hay otro.
Como para ir viendo de qué se trata, este miércoles 2 de diciembre a las 18 se abre la muestra de los Croquiseros Urbanos, un grupo que recorre la ciudad haciendo sesiones de croquis. Los Croquiseros dedicaron su tiempo al pabellón y los resultados son notables, con lo que van a mostrar su trabajo. Es en el Centro Cultural Casa Sofía, Fitz Roy 1327 (casi Córdoba) y van a hablar Sergio Rossi, que es jefe de asesores de Defensa, y el comunero electo Diego Sokolowitz.
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