Sábado, 5 de marzo de 2016 | Hoy
Pese al discurso sobre crear espacios verdes, el gobierno porteño prepara una venta masiva de terrenos públicos, ya elogiada por los privados. El temor por el Tiro Federal y el vaciamiento literal de un cine en Flores.
Por Sergio Kiernan
Hay un viejo dicho inglés, que viajó de acá para allá en los países de esa habla, que define la dicha como un campo de tréboles. Es cosa de campesinos buscando buenas pasturas y encontrando pasto gordo donde hay tréboles en primavera, y es una metáfora que ahora significa estar como chancho en el barro, feliz, con todas a favor, listo a llenarse. El macrismo porteño está entre tréboles o en el barro, como quiera decirse, con la nueva etapa de negocios que se abre. Mientras discursea incesantemente sobre el bien común y sobre la necesidad de crear espacios verdes, tema tan fashion, se prepara para vender tierras municipales a los privados. El tres de diciembre se votó en primera instancia el instrumento para hacer este negoción, la creación de la Agencia de Bienes, Sociedad del Estado.
Para ver el calibre de la que se viene conviene escuchar a los que están en esos negocios y saben lo que dicen. Uno es Federico Weil, titular de TGLT, la desarrolladora que según un entusiasta reportaje de La Nación Negocios tiene construidos más de 140.000 metros cuadrados, tiene más de medio millón en desarrollo, maneja sesenta millones de dólares de capital privado y 55 de público (o sea cotizados en el mercado, no del Estado). Weil le explicó al diario oficialista que “el mercado inmobiliario puede crecer mucho” por varias circunstancias que se pueden resumir en que Mauricio Macri es presidente. Pero destacó una en particular: “”Va a haber una movilización de tierra urbana valiosa como hace mucho no vemos. Ya hay anuncios del gobierno de la ciudad de que van a vender fracciones de tierra muy bien ubicadas, que se van a subastar para que las compren desarrolladores. Va a haber una expansión de la tierra desarrollable, frente a lo que fue la retracción de los últimos años”.
Esta claridad cruza y despeja la deliberada ambigüedad del discurso del larretismo en funciones, al que le gusta pasar estas iniciativas especulativas como algo sobre el bien común. Weil hasta se permite avisar cuál es el negocio más interesante que asoma cuando dice que el Tiro Federal “tiene posibilidades de ser un polo como fue Puerto Madero, en visibilidad y escala”. Esto es exactamente lo que se temen los vecinos del barrio, que se están movilizando y mucho, con ayuda de uno de los supuestos beneficiados del emprendimiento, la Universidad Torcuato di Tella. Como se sabe, el larretismo vende el proyecto como el de la creación de polo científico repleto de laboratorios y espacios para empresas nuevas, una suerte de Palo Alto en Núñez, barrio elegido porque ahí nomás están Exactas de la UBA y la Di Tella. Sólo al final de las gacetillas se habla de los edificios privados, hotel, locales y etc que parecen puestos ahí apenas para financiar el noble gasto por la ciencia. Hay que agradecerle al titular de TGLT la claridad con que define las cosas.
Los vecinos tuvieron una reunión en la Di Tella que sorprendió por la cantidad de gente que fue. El presidente del Tiro Federal desmintió al jefe de Gobierno y dijo que de ninguna manera habían aceptado mudarse o cerrar el histórico club, y avisó que de hecho van a pleitear ante la justicia con un argumento muy simple: no hay ninguna razón de peso, de interés social, para obligarlos a mudarse, apenas un plan de negocios. También se habló de qué poco dinero le deja a la Ciudad o al Estado hacer “negocios” como Puerto Madero y se discutió qué decir en la audiencia pública para la segunda lectura de la ley, el 29 de marzo, lo que incluyó exigir que se haga una consulta popular en lugar de votarse y listo. Lo que es una buena idea, ya que se trata de 15 hectáreas que, si bien hoy no son parque, son un espacio abierto sin edificación. La escala nomás amerita que podamos votar el tema.
En esta misma línea, el Observatorio del Derecho a la Ciudad acaba de lanzar una campaña llamada, con claridad, Buenos Aires NO se vende. La idea es organizar la oposición a estos negocios inmobiliarios a costa de la tierra pública y exigir que lo que perteneces a todos se use para todos. El lanzamiento de la campaña es este lunes a las 18.30 en el local del Observatorio, San Juan 2491.
Quien viva en el oeste porteño sabe que Flores funciona como un Centro lejos del Centro para los barrios de por esos rumbos, de Liniers a Villa del Parque, de Primera Junta al sur del Parque Chacabuco. Una de las cosas que hacían los porteños de por allá era ir a Flores al cine: el barrio estuvo lleno de cines de todo tipo, de los que daban estrenos a los que pasaban únicamente películas de colegialas danesas. Entre esos cines estaba el Pueyrredón de Rivadavia al 6800. El Boletín Oficial porteño acaba de autorizar que desfonden el edificio para transformarlo en un minishopping con minicines, parking subterráneo y patio de comidas, pese a que el edificio está en el APH de Flores, el 15, y tiene protección como edificio patrimonial.
La novedad la encontró Carlos Tomada, el ex ministro de Trabajo que ahora es legislador porteño y que armó un equipo de seguimiento de lo que anda haciendo el larretismo. Una de las tareas que se impuso el equipo es leer con lupa el Boletín Oficial, tarea aburrida si las hay, y entender qué andan diciendo entre tecnicismos y prosa muerta burocrática. Lo del cine es realmente un ejemplo de cómo, si se guardan las apariencias, el estado autónomo te deja romper todo y también la esencia de la ley. En este caso puntual, la lectura es la Disposición 71 del ministerio de Desarrollo Urbano, que continúa la tradición de su ex titular Daniel Chain.
El cine es de los grandes, cuando Flores llenaba salas sin problemas. Tiene un subsuelo, una gran planta baja con foyer, y tres pisos que se van achicando porque son en rigor pullmans para la sala principal. En 2013, los “interesados”, como se dice con exactitud rigurosa en burocratés, pidieron permiso para modificarlo y ampliarlo, con demolición parcial. Los “interesados” hicieron bien el proyecto, porque declaran que su “objetivo central es la valoración, restauración y embellecimiento de la fachada original y reactivación del uso sociocultural que supo tener el inmueble”. Está bien que lo aclaren, porque uno pensaría que en realidad quieren hacer un shopping y ganar mucho dinero... En fin, el proyecto implica un subsuelo con estacionamiento, escaleras, servicios y sanitarios, una planta baja con galería comercial, hall, circulaciones, locales, patio de comida, un primer piso con dos mini cines, un segundo piso con una sala de exposiciones y oficinas y un tercer piso con los proyectores de cine, que son digitales y no necesitan más estar en la sala.
Dicho así, el proyecto hasta suena razonable, tanto que la Gerencia Operativa de Supervisión Interpretación Urbana no pone objeciones y hasta se permite observar que “el proyecto puesto a consideración observa una adecuada puesta en valor del patrimonio y centra su acción en el recupero de los valores del edificio”. Pero una pista surge cuando se deja de lado la simple lista de usos y espacios y se consulta el tamaño de cada cosa, una buena manera de entender las prioridades. Así se puede ver que el estacionamiento tendrá 1752 metros cuadrados y la galería comercial de planta baja 2278. Los dos cinecitos tendrán que conformarse con menos de 900 y la curiosa sala de exposiciones, tan cultural que suena, con 300.
La disposición del ministerio no cita fuente alguna para explicar cómo llegó a conclusiones tan plácidas, pero se ve que no leyeron un antecedente fuerte de 2011. En ese entonces, la Defensoría del Pueblo intervino con una opinión, por pedido de los vecinos del barrio. Gerardo Gómez Coronado, que se encargaba de los temas de patrimonio de la entidad, escribió que “si bien el Cine Teatro Pueyrredón cerró sus puertas como tal hace varios años, sigue siendo un referente cultural del barrio de Flores y los vecinos se han movilizado en su defensa y con el fin de lograr la recuperación de esta tradicional sala y salvaguardar el patrimonio cultural de la Ciudad”. De hecho, había un proyecto de declaración de sitio histórico y uno de expropiación, ambos de Diana Maffía, circulando por la Legislatura. La conclusión de Gómez Coronado fue recomendarle al entonces ministro de Cultura Hernán Lombardi, que “realice las gestiones a su alcance para la recuperación de la sala teatral y cinematográfica”. Que se sepa, Lombardi no hizo absolutamente nada.
Con lo que el Pueyrredón se quedó apenas con una protección a nivel cautelar, débil ella, en una ciudad a la que no le tiembla la mano a la hora de demoler sus mejores cosas, ni hablar de un cine de barrio. Lo notable es que Desarrollo Urbano hasta elogia la idea del shopping como un modo de tutelar el patrimonio, porque se deja la fachada, obligación legal básica que habrá que ver cómo se cumple. Tanto es el entusiasmo que hasta se permitieron un curioso servicio: quien consulte la base de datos de APH en la página web de la ciudad, no va a encontrar el Pueyrredón, porque lo borraron.
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