Sábado, 9 de julio de 2016 | Hoy
El bicentenario de la Independencia concentra las miradas en la “casita” histórica, pero la ciudad guarda edificios notables por su historia y sus valores estéticos.
Por Fabio Grementieri
En el devenir histórico de un país hay tiempos fundacionales y heroicos, como la Revolución de Mayo y el Congreso de Tucumán. De la libertad y de la independencia surge un patrimonio simbólico y mítico que encarna en el patriotismo bien criado por la historia, la cultura y la educación. Los orígenes de Argentina como nueva nación traspasaron la historiografía oral, escrita e iconográfica para encarnarse en dos edificios civiles sencillos, devenidos en santuarios de la fecundación y el parto de la soberanía: el Cabildo de Buenos Aires y la Casa de Tucumán. Estos dos monumentos son en realidad piezas de arquitectura del siglo XVIII y aparecen como historia congelada en el espacio, aunque hayan sufrido demoliciones y reconstrucciones intensas. Estas aves fénix de ladrillo, verdaderos peñones de nacionalidad, se transformaron en símbolos patrios como la bandera, el escudo y la escarapela. Ambos forman parte, además, de los escasos vestigios del estrato colonial de arquitectura civil de ambas ciudades argentinas.
La Casa de la Independencia se asienta en el corazón del casco fundacional de San Miguel de Tucumán, ciudad equidistante de Buenos Aires y de Charcas o Potosí. Tucumán también fue elegida para sede del histórico congreso por encontrarse en el centro del país que entonces se imaginaba. Inserta en la cuadrícula establecida por las Leyes de Indias, es prototípica de las viviendas con habitaciones alrededor de patios, muros de mampostería encalada, techos de tejas, puertas de madera y rejas de hierro forjado que armaron el tejido urbano de buena parte de las ciudades del Virreinato. Más allá de su celebridad, esta casa es además buen testimonio de la vida económica y social de “el Tucumán”, la región más extensa del país por varios siglos, que cobijaba varias provincias, de Salta a Córdoba.
Cinco años después de la declaración de la Independencia, la provincia se reduce a sus límites actuales, y por varias décadas transita el complejo derrotero argentino de mediados del siglo XIX. La sanción de su propia constitución en 1856 y el arribo del primer ferrocarril desde el litoral en 1876 hacen que Tucumán adquiera un nuevo protagonismo. Allí se produce la primer revolución productiva del país con inversiones y tecnología para el amplio desarrollo de la industria azucarera que trae inédito progreso por varias décadas. Los ingenios constituyen grandes establecimientos con plantaciones, usinas y pueblos. Se encara la construcción de infraestructura y obras públicas en distintas partes de la provincia, y la ciudad colonial desborda ampliándose en forma de anillo con avenidas, plazas y paseos. Comienza a fluir la inmigración y arriva la arquitectura ecléctica de la mano de arquitectos y constructores europeos. Hacia el Centenario de la Independencia, la capital ya tiene cuatro estaciones de ferrocarril (Belgrano, Mitre, Central Córdoba y Provincial) y tres cementerios monumentales, e inaugura el Parque 9 de Julio diseñado por Charles Thays, el más grande del país después de Palermo en Buenos Aires. Por esos años la ciudad alcanza los 100.000 habitantes y se construyen grandes obras monumentales de jerarquía, como la Casa de Gobierno, el Teatro Alberdi, el Jockey Club, el conjunto integrado por el Hotel Savoy, el Teatro Odeón (actual San Martín) y el casino sobre la Avenida Sarmiento. Se levantan escuelas primarias provinciales, el Colegio Nacional y la Escuela de Sacarotecnia, y se funda la Universidad de Tucumán. Se redecoran tradicionales iglesias y se construyen otras dentro del omnipresente eclecticismo estilístico que también determina las formas de las viviendas desde la casa chorizo y el chalet a la villa o el petit hotel. La pequeña ciudad colonial refundada y trasladada en 1685 al actual sitio, se transforma entonces en capital del Noroeste Argentino y cuarta ciudad del país. La maquinaria azucarera impulsa la economía provincial por medio siglo más en el que se construyen obras de gran calidad de diseño dentro de las nuevas tendencias: neocolonial, art Déco, racionalismo y funcionalismo. Y descuella la Facultad de Arquitectura local que, a mediados del siglo XX es la más notable del país con egresados de la talla de Eduardo Sacriste, Eduardo Catalano o César Pelli, y proyectos de vanguardia como el enorme campus de la Universidad de Tucumán en San Javier.
Llegado el nuevo Bicentenario Argentino, en el imaginario ciudadano está bien presente el patrimonio precolombino, el colonial y el de la Independencia. No tanto así el del Centenario o el de buena parte del siglo XX, un patrimonio que es también una muy importante parte de nuestra identidad y que se haya bien representado en todas las regiones del país.
Tucumán hoy concentra la atención por las celebraciones de los doscientos años de la Independencia y la Casa Histórica aparece como ícono patrimonial exclusivo. Pero la provincia presenta un patrimonio cultural inmueble muy valioso que incluye, entre otras joyas, las ruinas Quilmes, los menhires de Tafí del Valle, el sitio de Ibatim o la capilla de Chicligasta. Y la ciudad capital ostenta un patrimonio de la primera mitad del siglo XX único en su tipo en el país, con piezas descollantes como la Casa de Gobierno (1912), la sede del Banco Provincial (1928, hoy Ministerio de Economía) y el Palacio de Tribunales (1939).
La Casa de Gobierno de la Provincia de Tucumán es sin ninguna duda el edificio diseñado para palacio de gobierno de mayor valor del país, superando en unidad y calidad arquitectónica y artística a la misma Casa Rosada, sede del Ejecutivo Nacional. El edificio que reemplazó al antiguo Cabildo fue proyectado por el ingeniero Domingo Selva, de destacada y singular trayectoria por ser pionero en el diseño y construcción de imponentes edificios con estructuras de hormigón armado en distintas partes del país. Entre los mejores ejemplos del eclecticismo argentino, este obra combina formas, materiales y técnicas constructivas de diversa procedencia europea. En este caso se mezclan aportes compositivos del academicismo con soluciones espaciales y decorativas modernistas, de ascendencia Liberty italiana, a las que se suman rasgos germánicos e influencias francesas. La riqueza y sofisticación de este edificio se ve potenciada por su singular diseño estructural que combina un precoz y amplio uso del hormigón para edificios monumentales con partes metálicas y de madera.
La sede del ex Banco Provincia, ubicada también sobre otra esquina de la Plaza Independencia es una de las mejores obras del arquitecto Alejandro Virasoro, maestro argentino del Art Déco y del uso del hormigón armado. En este caso el lenguaje utilizado es una inédita versión del clasicismo francés del siglo XVIII modernizado, cuyo diseño estalla en la cúpula escalonada que cubre vertiginosamente el espacio central del edificio a mitad de camino entre ziggurat y nave nodriza.
Completa la original trilogía monumental tucumana el Palacio de Tribunales, fruto de un concurso nacional de anteproyectos ganado por el arquitecto Francisco Squirru. Aquí la amalgama integra Art Déco, clasicismo y racionalismo en una síntesis que resume la ambición argentina de la década de 1930, un moderno imperialismo imaginario que se hace paisaje urbano aquí, como en pocos otros lugares del país. En los interiores la visión casi roza el surrealismo con escalinatas desmesuradas como serranías, implacable hall con cráter central y cúpula de cuadrada geología, corredores pétreos tranviarios.
La saga patrimonial tucumana del último siglo tiene muchas páginas, varias de ellas lamentablemente desaparecidas por los caprichos del progreso. Actualmente la provincia cuenta con 43 monumentos y sitios históricos nacionales y el casco urbano de la capital fue declarado Ciudad Histórica por la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos en 2000. Los recaudos para la preservación se completan con declaratorias provinciales y municipales que, sin embargo, no parecen alcanzar aún a proteger todo lo necesario. Buena prueba de ello fueron las movilizaciones ciudadanas de los últimos años que consiguieron detener demoliciones penosas y arbitrarias. Esta participación continúa activa y se hizo manifiesta en las tres generaciones que abrazaron hace pocos días la Casa Sucar, buen exponente de la Belle Epoque tucumana, para salvarla de la piqueta.
El Bicentenario que resuena hoy parece apropiado para intentar nuevas alianzas a favor de la preservación del patrimonio como política de Estado encarando proyectos federales. La Nación quiere estrenar en Tucumán nuevas alianzas en todo el país que sirvan para la conservación y buen uso del patrimonio cultural inmueble argentino, un recurso valiosísimo y no renovable. Para ello la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos se apresta a firmar un convenio con la provincia, la Municipalidad de la Ciudad de San Miguel de Tucumán y la facultad local de Arquitectura para un reconocimiento definitivo de los valores urbanos, arquitectónicos y paisajísticos y una preservación sustentable del tejido histórico y los monumentos de la ciudad cuna de la Independencia. Se trata de un pacto que apuesta a la preservación creativa y participativa de muchos estratos de argentinidad de cara al Tricentenario.
(El autor es arquitecto y vocal de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos.)
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