Introducción al diseñismo
Alejandro Sarmiento inventa, crea conceptos, diseña, enseña. Lo que no hace es exportar y se rehúsa terminantemente a ser empresario. Las ideas de un diseñador muy premiado, muy reconocido, que sigue angustiado a la hora de inventar.
Por Luján Cambariere
Si se lo conoce por su muy premiada obra o por lo que dicen sus viejos profesores y muchos de sus colegas, se intuye que es una de esas mentes iluminadas del diseño. Cuando asoma desde su casa-taller-fábrica de inventos en Avellaneda, las sospechas se confirman. Estamos frente a un exponente de lo que uno espera del diseñador industrial. Un tipo dúctil con las manos, alguien nada loco que investiga nuevos materiales o les da nueva vida a los conocidos, convirtiendo un filtro de auto en tarjetero, la tapa de una olla en base de lámpara o un balde de plástico en pantalla. Uno de esos buscados por los empresarios que olfatean el negocio pero no saben cómo conceptualizarlo.
Sarmiento empezó a hablar de la necesidad del reuso mediante las botellas de pet (fue el creador de Contenido Neto) aún en la era menemista, cuando aún no era evidente el fenómeno cartonero. Muchos de sus productos ganan premios en cuanto concurso se presente, como el banco de cartón Circus Stool y silla Chichola (Primer Premio del Círculo de Profesionales y Primer Premio en el Salón del Mueble Sao Paulo; Ecodesign edición 1997 Mención Honrosa SEBRAE, Sao Paulo, Brasil; Ideé Design Award, Marc Newson Award y Michael Young Award en la Exhibición de productos en la feria Tokio Designers Block en Tokio, Japón y mención honorable en el Design Explorations 2001 Design Competition de la Parsons School of Design de Nueva York). Fue el único argentino en participar y ganar la competencia internacional The Yamaha AST Audio System, que le dio la posibilidad de viajar por el mundo. Hoy sus productos son requeridos en todo tipo de exhibiciones, tiendas e instituciones, como el Malba.
Sarmiento es un tipo que apuesta a la vanguardia, conserva su autonomía y no quiere ser exportador o empresario. Alguien a quien vale la pena preguntar: ¿de qué hablamos cuando hablamos de diseño?
–¿Cómo nace un diseñador?
–Yo vengo de un pueblo, General Villegas. Mi infancia fue siempre de construir. Si llovía: represas. Si había viento: cartón con vela. Mi viejo nos llevaba a Mar del Plata y yo veía esos copos de nieve y apenas volvía me hacía uno en miniatura. Algunas cosas las copiaba porque me interesaba el aparato en sí y otras las inventaba. Había una necesidad muy grande de crear. No teníamos televisión o estaba de adorno. De hecho lo primero que vi por TV fue el alunizaje. Sí veía cine todas las noches porque mi papá trabajaba en publicidad y entraba gratis. Además, yo creo que la influencia más grande que uno puede tener es la naturaleza. En mi infancia yo estaba muy para cazar pajaritos. Poníamos tramperas en los árboles y nos pasábamos horas mirando el cielo. Es como cuando te sentás a contemplar el mar. Te perdés en la nada y esa nivelación de ondas mentales es la energía creativa. Cuando terminé el colegio, iba seguir Arquitectura y leí de la existencia de diseño industrial, que iba más para mí, que siempre andaba inventado receptores electrónicos y máquinas. Empecé a estudiar diseño en la Universidad de Cuyo en Mendoza, y en 1981 me fui a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, donde terminé la carrera.
–¿Qué era entonces un diseñador industrial para vos?
–Un creativo. Al principio de la carrera yo era muy tecnológico, me fascinaba el diseño tipo la Nasa. Después empecé a ver las cosas de otra manera. Eran los ‘80 y nuestros referentes eran los italianos, que en ese entonces hacían un diseño absolutamente caprichoso pero creativo.
–¿Cuándo empezás a trabajar?
–Antes de terminar la carrera. Enseguida fueron surgiendo cosas, aunque desde el principio fue difícil hacerles entender a ciertas personas que debían pagar por el diseño. Cuando me recibí, se abrió la carrera en Buenos Aires, así que empecé a dar clases, pero después el premio en Japón –había que diseñar un speaker con la tecnología de ellos, el slogandecía: “Usted ponga sus ideas que nosotros ponemos la tecnología”– marcó un antes y un después en mi carrera. Me fui a recorrer el mundo y me quedé viviendo tres años en Nueva York. Allá empecé a hacer objetos con la basura y tuve la suerte de conocer a un fotógrafo que me solicitó trabajo y así se fue armando una cadena. Cuestiones familiares me hicieron volver pero siempre seguí trabajando.
–¿Cómo es un día en tu vida?
–No tengo una rutina. De hecho jamás me levanto al mismo horario. No soy un tipo disciplinado y la creación, generalmente, tiene que ver con un estado de ánimo. Un pensamiento que a veces me limito a escribir para no olvidar. Y otros días estoy como internado. Después están las limitaciones propias del trabajo. Luchar por llegar a cierta instancia de prototipo para que otro lo vea y quiera producirlo. No uso computadora, es un servicio que compro a gente que lo hace muy bien. A mí me gusta trabajar muchos con las manos. La computadora sigue siendo fría, no adquiere el grado de calidez que necesita un objeto.
–¿Te obsesionas con ciertas piezas?
–Es variable. En otro momento me fanatizaba más. Ahora resuelvo mucho mentalmente y lo plasmo mediante alguna forma.
–¿Seguís participando en concursos?
–No tanto. Ahora me interesa más coordinar grupos de alumnos que quieran participar (es docente titular en la cátedra Tecnología y usos del aluminio, de la Universidad Torcuato Di Tella, y profesor y asesor académico de la Universidad de Palermo). Salvo en concursos comerciales donde el premio pasa por la manufactura del objeto.
–¿En qué abrevás cuando diseñas?
–Los momentos de felicidad familiar son lo que me da el espíritu para diseñar, las ganas de vivir, los amigos. Tener sensación de felicidad aunque sea corta. Aunque cuando surgen las ideas siempre tienen un fundamento físico. No son tan banales como parecen, aunque puedo ser absolutamente banal y también me gusta. Viviendo en Nueva York, gané una mención de la Parsons School of Design sobre cómo viviríamos en el 2001. Ahí diseñé una lámpara que era una especie de caño anodizado amarillo con una base de vidrio que tenía en el extremo una duna, detrás de la duna un cactus chiquito y detrás una lamparita halógena que ampliaba la imagen del cactus sobre la pared y con la que lograba transmitir cierta idea la naturaleza. Algo así como capturar el fenómeno críptico de la naturaleza en la casa. Esas piezas conservan un grado de poesía inmerso dentro del objeto, aunque no evidente, y yo trato de tener cada día más de esas cosas pero menos visibles, más internas. Hay productos que no tienen ningún fundamento, otros más y otros demasiado.
–¿Cuál es la definición que más te gusta del diseñador o del diseño?
–El diseño cambió mucho desde que estudié. De hecho hoy en las universidades europeas se habla de Product Design o Design-Design. Nosotros acá las tenemos todas incluidas porque cuesta especializarse. Igualmente hay muchas maneras de encarar el diseño y de verlo. Lo que yo hago es diseñismo. Es el nombre que yo le puse porque va desde la autogestión al objeto, es una mezcla de diseño y hobbie. Lo semántico de la palabra tiene que ver con eso. Diseño donde uno interviene directamente sobre el producto. Donde, a pesar de tener una concepción de taller, es totalmente industrial. La condición básica es que siempre pueda ser reproducible en grandes cantidades.
–¿Y cómo es el diseñador argentino?
–Hay de todo. Hoy en día hay mucho empresario del diseño por necesidad. Yo no me he transformado en empresario porque hay cosas que no quiero aprender. A mí me consultan todo el tiempo para generar conceptos. Hay mucha necesidad de generar y falta una visión de cómo entrarle al concepto. Lo mío es más arriesgado, hago cosas inéditas. En Nueva Yorkprendía fuego sillones, me quedaba con la estructura y las envolvía como lo hacen los Campana ahora, nada más que yo no era un Campana, era absolutamente anónimo. No tuve la fortuna que han tenido ellos, pero no me fue mal. Estoy satisfecho, aunque no tengo nada, pero muchas veces el reconocimiento es eso, te propone más desafíos. Además hay algo que no pude erradicar de mí que tiene que ver con cierto nivel de angustia que tiene que existir para crear. Con mucho confort me pierdo en otras cosas. Necesito que haya cierta tensión en algunos aspectos de mi vida.
–¿Se puede vivir del diseño?
–Sí, con más o menos plata, pero vivo del diseño. Y no sólo diseñando objetos. También escenografías, espacios. Doy clases en la universidad. Vendo diseño al exterior. Ahora le estoy vendiendo una lámpara que hice con un material de termofusión a un señor de Tokio. Hago cosas, saco fotos, las ofrezco y vendo el diseño para que otro lo fabrique. Exportar es un rollo muy difícil para mí como veo la vida. Quiero vivir más abocado al diseño que a la comercialización del diseño. Uno muchas veces termina enroscado en cosas laterales sin darte cuenta. Ahí descubrís que no sos el mejor haciéndolo y el resultado puede ser incierto.
–¿Qué es lo más fácil y lo más difícil hoy?
–Lo más difícil es la relación con la industria, una cuestión muy difícil de sortear, ya que el industrial todavía no está interesado en el diseño. O no hay ni una visión, ni una intención tampoco. Acá nadie va a diseñar un taladro. Igualmente yo, por las cosas que vienen de China, no dejo de diseñar.
–¿Los salís a buscar?
–Sí, lo que pasa es que ellos se enganchan después de la generación de prototipos. Cuando el producto ya está terminado. Igualmente, también, hay un pensamiento de que el diseñador es un tipo que genera un caos bastante grande, porque entra a la empresa para cambiar cosas. Eso sumado a que a veces se da una intervención del industrial que cree que el ser dueño le permite ser creativo. Inclusive muchas veces fuimos con propuestas, pero aun con prototipos se vuelven atrás porque no quieren invertir. Por eso hablo de diseñismo. El diseño implica tener una relación con la industria. En el ‘95 estuve en un workshop para Alessi para las nuevas tendencias y te das cuenta de cómo trabaja la compañía. Tiene una dinámica permanente donde cada uno hace lo que sabe. Uno crea el concepto, otro lo dibuja. Allá las ideas tienen dueño y se lo respeta. Acá vos contás una idea a alguien y no te la paga, te la gasta.
–¿Y lo bueno?
–Que todo es un desafío permanente. Hay cuestiones de confort que pueden ser muy malas.
–¿Cuándo se requiere un diseñador en la sala?
–Hay una necesidad tremenda de diseño en todo. Es un problema de saber vivir y nosotros, los argentinos, no sabemos vivir todavía. Los italianos no sólo disfrutan del vino de la cosecha que debe ser, sino de la copa adecuada para ese vino. Poder disfrutar de la vida de lleno. Entonces estás permanentemente encontrando nichos. Desde la plazoleta descuidada de la esquina hasta una vidriera. Para mí, el diseño es lo más agradable que me pudo pasar. La combinación perfecta de conocimientos que quería tener. Hay una gran intervención espiritual en los proyectos para una manifestación completamente material y eso creo que es lo que propone la armonía en las cosas que uno hace.