LA CIUDAD LANZó, JUNTO CON LA CORPORACIóN SUR, EL ESTADO Y EL MERCADO DE HACIENDA UN PROGRAMA DE PEQUEñAS OBRAS POR LOS BARRIOS PORTEñOS. CON POCO MáS DE UN MILLóN DE PESOS, SON 28 INTERVENCIONES MODESTAS Y EDUCATIVAS QUE PRIVILEGIAN EL LADO SUR.
A escala de barrio
Por Sergio Kiernan
Chico, barato, extendido, quizás eficiente, ojalá que seminal: el programa Aquí Patrimonio que acaba de lanzar la Secretaría de Cultura porteña apenas pasa el millón de pesos pero busca realizar 28 obras y juntar las cabezas de entes públicos, vecinos y empresas para derramar por casi toda la ciudad la idea de preservar. Es una bolsa mixta de lugares y edificios, representativo de la idea amplia de “patrimonio vivo” que sostiene la secretaría, que incluye calesitas y edificios históricos, predios modernos y ámbitos que sólo importan por su función y el cariño de los que los usan. Esto es, Aquí Patrimonio no es de ninguna manera un programa de restauración sino una mezcla de arreglos municipales con preservación de predios históricos, con un interesante formato y un lado educativo -normativo, ejemplificador– muy interesante.
Cualquiera que le haya prestado la menor atención al Estado argentino en alguna de sus formas, estamentos o variantes, puede esperar cualquier cosa de él, excepto coherencia. El ámbito de lo patrimonial es también una bolsa de contradicciones en la que conviven iniciativas positivas con agachadas. Aquí Patrimonio forma parte de lo positivo, porque va a darle un necesario mantenimiento a edificios en mal estado y a renovar ámbitos públicos. Esto a su vez empuja la noción de que un edificio o lugar viejo y en mal estado no es una porquería a demoler sino un objeto patrimonial a reparar y cuidar. Y esta idea, lo que el programa llama “promover entre los vecinos una cultura del mantenimiento”, es algo a saludar. Otro lado destacable es que se dejan de lado ciertas peleas de jurisdicción en el ámbito de nuestra ciudad: la Corporación Sur va a encarar siete obras, la Subsecretaría de Obras Públicas de la Nación otras seis, el Mercado de Hacienda una e Infraestructura y Planeamiento porteño otras catorce.
Los edificios
En la lista variada de obras a realizar hay varios edificios históricos, de valor patrimonial más allá del cariño de sus usuarios y vecinos. Por ejemplo, la pintoresca, francamente única sede de la logia Hijos del Trabajo, masones obreros, que se alza en Barracas entre una casa de altos y un espeluznante galpón. La logia es estructuralmente una típica casa de principios del siglo 20, con el agregado de una colorida decoración egipcia y masónica que se continúa en el interior con pinturas murales.
También en Barracas está la formal sede de la Sociedad Luz, una biblioteca en esquina con elementos neoclásicos, muy formalita ella, mientras que en Villa Urquiza se alza con sus medianeras milagrosamente libres la sociedad homónima, una torta neocolonial de tres pisos con su fachada sucia, con grafittis y dos imperdibles aparatos de aire acondicionado.
Otro edificio de fuste es el de la biblioteca Malaponte, que todavía exhibe en su frontis la inscripción “La Floresta” y es uno de esos primores neoclásicos que abundaban en Buenos Aires. Contiguamente, en Flores, está la Mansión, curioso nombre para un conjunto de departamentos originalmente populares que son una muestra de buena arquitectura de conjunto y que, viendo lo que hoy se llama vivienda popular, resultan un lujo de arquitectura y buen gusto.
En la lista también hay iconos culturales como el conventillo de La Paloma, maltratado por la casual irresponsabilidad con que se remodela todo en este país, y palacios como el Bernasconi, una escuela pensada como proclama en ladrillo y mármol del valor de la educación. En medio se deslizan curiosidades como el comedor infantil Trapito, en Soldati, que además de su obvia función social resulta ser una casa chorizo más o menos intacta, de las que ya quedan muy pocas y pronto no quedará una ni de museo.
Los ámbitos
Menos patrimonial, más municipal y convencionalmente obra pública, también se va a trabajar en lugares públicos. Por ejemplo, en reconstruir laplazuela de la Vuelta de Rocha, esa que pese a sus aires navales con mastelete se llama Plazoleta de los Suspiros y fue recientemente arrasada por un colectivo. O en reparar el abusado entorno del monolito que marca la salida del primer colectivo, en Vélez Sársfield, o transformar un zaguán tenebroso de Versalles en pasaje de artes.
La Corporación del Sur va a trabajar en cuatro “entornos” de calesitas, lo que implica la reparación de partes de plazas públicas. Luces, árboles, tachos de basura y bancos son parte del trabajo, que no va a afectar a las calesitas en sí, beneficiarias en el futuro de un programa específico. En Luro, los restos de un viejo mercado –reducidos a una pérgola– se transformaron en lugar de reunión y serán puestos en valor, mientras que en Lugano un conjunto de vagones de subte que doblan como centro comunitario serán salvados del óxido causado por la intemperie.
Faltan en la lista un par de capillas –incluida la sobrevaluada Iglesia Transparente de Villa Real– y un edificio particular, el de Boedo 857, mal emparchado y peor tratado, que va a recuperar un remate particularmente bonito que fue demolido para no gastar.
Ver el mapa de obras descubre que la amplia mayoría del trabajo se concentra en la zona sur, que suele ser el patito feo: Palermo sólo verá una obra, en la biblioteca Evaristo Carriego –otra casa chorizo todavía salvable en medio de un bosque de departamentos– y Recoleta tendrá, irónicamente, la del Instituto Perón.
Estirar la plata de este modo –y la ciudad busca activamente la colaboración del sector privado para las obras– implica que cada trabajo será necesariamente limitado a lo urgente, con gran cantidad de techos a reparar, fachadas a consolidar e instalaciones básicas a cambiar. Esta modestia, sin embargo, tiene sentido en los tiempos que se viven y no impiden que Aquí Patrimonio tenga un efecto semilla: valorizar por los barrios edificios y lugares valiosos.